Fiebre de amor

793 36 20
                                    

Tenía que estar enferma. No era posible que se sintiera así sólo por haber estado cerca de él unos segundos: tan vulnerable, tan eufórica, tan errática. Todas ellas eran emociones que no solía sentir, que no formaban parte de su personalidad, que la sacaban de su centro y la hacían sentirse distraída y perdida. Su propia mente le decía que sabía muy bien lo que le sucedía, pero seguía negándoselo a sí misma de manera irracional, cosa nada propia de ella, y prefirió pensar que se trataba de algún mal que había adquirido en alguna de sus visitas a la isla.

Robin recordaba muy bien los acontecimientos. Zoro la había besado frente a todos, aunque no de forma tan voluntaria, pero ese sólo beso había bastado para mover algo en ella, ese suceso se marcó en su mente como uno de los Poneglyphs que tanto buscaba. Se había tratado de un juego que ella no sabía que había sido totalmente planeado por los demás. Luego de que todos estuvieran algo pasados de copas en su último banquete, a Nami se le ocurrió la idea de jugar a verdad o reto, y eventualmente la pelirroja retó al espadachín a besarla.

Ella no tenía idea de las verdaderas intenciones de su amiga. Desde hacía tiempo todos en la tripulación se habían dado cuenta de los sentimientos que aquellos dos nakamas tenían por el otro, todos menos ellos mismos, y aunque al principio los demás creían que simplemente eran demasiado orgullosos para admitirlo, cayeron en cuenta de que ellos genuinamente no se habían dado cuenta de que estaban enamorados.

Así que se decidieron a juntarlos aún por encima de las quejas de Sanji, haciendo de todo para que pasaran más tiempo juntos: trucar los sorteos para ir a las islas y cuidar el barco de manera que quedaran emparejados, hacerlos sentarse uno al lado del otro en el comedor, ponerles tareas en las que tuvieran que ayudarse o en las que estuvieran cerca, etc. Cuando las cosas se volvieron muy obvias bajaron un poco la intensidad, pero al ver el ambiente que se había formado aquella noche luego de comer y beber en exceso, la navegante vio la oportunidad y la tomó.

Zoro había escogido reto, harto de las preguntas ridículas que hacían sus amigos, y Nami sonrió maliciosa. No le gustó aquello, él jamás se arrepentía de nada, pero comenzó a sudar un poco cuando sintió su aura.

—Muy bien, veamos si tienes los pantalones bien puestos. Te reto a besar a Robin.

—Nami-san, ¡¿Cómo se te ocurre?! —se quejó Sanji, y Zoro lo secundó.

—No suelo estar de acuerdo con el ero-cook, pero en este caso debo darle la razón. ¿A dónde quieres llegar con esto?

—Argh, no me digas que eres un cobarde —se burló—. Se supone que los retos son cosas que normalmente no harías, para las cuales necesitas valentía. ¿No tienes la valentía suficiente?

—¡Claro que sí! Pero tienes que tomar en cuenta la opinión de Robin al respecto —dijo, considerando a su nakama, cosa que los demás no parecían hacer.

—No tengo problema —dijo la pelinegra, rápidamente, sin pensarlo demasiado, a lo que él respondió con un simple "Tsk". Honestamente debía admitir que hasta a ella se le había pasado la mano un poco con el alcohol, y la idea de besar a Zoro no le había parecido desagradable o algo que no pudiera soportar.

Sin embargo, todo cambió cuando el espadachín se acercó a ella. Contrario a lo que esperaba, la acción no fue ejecutada con prisa o brusquedad. El espadachín tomó su mentón suavemente y se quedó mirando los labios de la fémina, rosados y más apetitosos de los que admitiría. Dudó un poco de si perturbar esa belleza con sus ásperos labios, pero luego la miró a los ojos y sintió que su corazón se aceleraba y su respiración se volvía pesada. Sus grandes ojos azules lo miraban, expectantes, la mujer parecía estar en un trance al cual él también sucumbió, acercándose y logrando por fin el primer contacto entre ambos.

Acero y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora