La mujer en el cementerio

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Corrió con prisa, con el corazón latiendo a mil por hora.

Maldito Luffy, se dijo.

Él era su mejor amigo, pero tenía un talento innato para meterlo en problemas, si no fuera por él no estaría corriendo por un bosque a media noche con una maldita bestia detrás de él.

Con la vista limitada por la oscuridad, Zoro hacía lo posible para no chocar con los árboles o hacerse daño, pero le fue imposible evitar algunos golpes de ramas o incluso un par de arañazos por el roce de algunas especies de plantas espinosas en el camino.

Tenía la adrenalina al tope, tanto que no se dio cuenta de cuándo había llegado a aquel sitio tan lúgubre, él sólo corrió hasta donde veía la luz y se detuvo cuando estuvo a punto de chocar de cara con una estructura alta de concreto que pudo esquivar, pero entonces tropezó y cayó al suelo, rodando un par de veces y aterrizando con su cara.

Se sintió aturdido por unos instantes.

Acarició su cabeza, colando los dedos por entre su cabellera verde para buscar señales de un posible golpe, y para su suerte no encontró nada, aunque sí pudo sentir varios golpes en los brazos y piernas. Se giró, aún en el suelo, y fue entonces cuando se dio cuenta de dónde estaba.

¿Q-qué? ¡¿Cómo mierdas vine a parar a un maldito cementerio?!

No se había dado cuenta de cuánto había corrido en realidad. Era muy posible que el perro ya lo había perdido de vista, o probablemente había encontrado otra cosa con la que entretenerse.

Quizás el dueño lo encontró... Ojalá que sea así. Voy a matar a ese maldito idiota.

Tuvo la intención de ponerse de pie cuando escuchó movimiento entre los arbustos de los cuales él había salido. Se pudo en estado de alerta, nervioso, y se giró con cuidado, encontrándose con una sombra que se movió rápidamente, y volvió a caer al suelo al intentar correr.

—¡AHHHHH! —gritó, nervioso por pensar que el enorme Doberman lo había encontrado, pero luego se fijó bien y se dio cuenta de que era una mujer. Ella lo alumbró con una linterna y alzó las cejas, curiosa por su reacción. —¡Maldita sea, ¿acaso estás loca?! ¡Casi me matas de un infarto!

—Oh, pensé que estaba sola, perdona. Descuida, no soy un fantasma, si es lo que pensaste —rió, por lo bajo, con lo que pareció un pequeño gorjeo.

—Obvio que no eres una, eso no es lo que me preocupa. ¿Qué demonios hace una mujer como tú a media noche en un cementerio? —preguntó, poniéndose de pie y desempolvando un poco su ropa.

—Podría preguntar lo mismo. ¿Cómo es que llegaste aquí? —rió de nuevo.

—No es asunto tuyo —aquello le causó gracia a la fémina, que volvió a reír un poco, y él alzó una ceja—. ¿Qué es lo que tanto te causa gracia?

—Lo evidente que es que te perdiste. Ven, te ayudaré a salir.

Por un momento pensó en replicar, pero ella comenzó a caminar y la verdad era que no tenía idea de dónde estaba, así que corrió tras ella, alcanzándola.

Caminaron durante varios largos minutos, el lugar era enorme. Le sorprendió ver la facilidad con la que se movía entre los callejones, incluso tendiendo la linterna configurada en iluminación baja, se preguntó qué tantas veces habría tenido que ir al lugar como para aprenderse todos esos caminos de memoria. Cuando se hartó del silencio, se atrevió a hablar.

—Joder, este maldito lugar es gigantesco. ¿Cuánto falta para llegar a la salida?

—Vamos como a la mitad. Este cementerio mide aproximadamente 3 kilómetros de largo, así que mentalízate. Si estás cansado, podemos detenernos unos minutos.

Acero y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora