Fantasías de oficina

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—¿Qué hay de ti, Nico-san?

—¿Eh?

—¿No has estado escuchando? Te preguntábamos qué opinas de Roronoa-san. ¿Crees que tenga alguna novia?

—Oh. No lo sé, realmente no podría importarme menos —respondió, directa, ante la pregunta de sus compañeras.

—Pss, no sé ni por qué te preguntamos, está claro que no sabes lo que es divertirte, no entiendes las aplicaciones de un buen chisme —dijo una, viéndola con una mirada de superioridad, pero a Robin le dio igual.

—Anda, cariño, no seas tan fría, sé que estamos trabajando, pero no tienes por qué ser tan recta todo el tiempo.

—Kari tiene razón, ni siquiera nos has hablado de ti nunca, no nos has dicho si tienes un novio o algo, aunque con esa actitud, puedo apostar que no.

—No me interesa hablar de esas cosas, chicas. Miren, si me disculpan, tengo cosas que hacer.

—A este paso se va a morir sola —murmuró una, sin hacer nada para realmente evitar que Robin la escuchara, pero a ella no le importó en lo absoluto.

En aquella oficina todo era bastante ajetreado, y aquel día no era la excepción, Robin era demasiado estoica y tenía mucho trabajo que hacer, no tenía tiempo como para ponerse a pensar la vida privada de su jefe.

O al menos así lo interpretaban sus compañeras, porque en realidad aquel día su mente estaba en cualquier otra parte menos su trabajo.

Él no era su jefe directo, en realidad nadie sabía exactamente cuál era su puesto en la empresa, sólo sabían que el hombre iba a diario a ayudar a Dracule Mihawk, uno de los accionistas de la empresa, y se podía decir que era casi su asistente.

Sus compañeras se la pasaban cuchicheando tanto como podían y siempre que lo veían traían el tema a colación, la verdad era que estaba bastante harta, pero en parte, no podía culparlas.

Roronoa Zoro era un hombre realmente apuesto y bien parecido.

La seriedad con la que hacía su trabajo y la lealtad y compromiso que siempre le mostraba a Mihawk lo hacía apetecible ante la vista de las demás, en adición a su actitud considerablemente ruda, eso hacía que todas las mujeres de la oficina se la pasaran todo el día soñando despiertas e imaginando cómo sería estar con él.

Y ella, por supuesto, no era la excepción.

La única diferencia era que no lo gritaba a los cuatro vientos, porque le parecía extremadamente poco profesional, sobre todo porque estaba claro que ese hombre pertenecía a los altos mandos, era definitivamente inapropiado expresar aquellos pensamientos en público.

Lo era, pero eso no impedía que los tuviera, no señor.

Porque Zoro era capaz de revolverle todo a Robin con tan sólo una mirada.

Un poco fastidiada por los comentarios indeseables de sus colegas, se puso de pie, de prisa, y recogió unas copias que había mandado a hacer antes del almuerzo, para luego girarse y caminar de vuelta a su escritorio.

Se concentró tanto en las hojas que tenía en sus manos que no vio al frente.

Y quien venía en dirección contraria tampoco lo hacía, el peliverde estaba demasiado ocupado en el celular como para notarla.

Por suerte nadie más lo notó, él pasó por su lado y rozó contra ella, aparentemente de forma accidental, y ni siquiera se dio cuenta de que la había hecho tirar todo, simplemente siguió caminando y discutiendo con alguien a través de una nota de voz, lo que la hizo fruncir el ceño, molesta.

Acero y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora