Con las manos en la masa

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—Míralo, mira como pone sus sucias manos en sus caderas, ese marimo bastardo, malnacido, estúpido bueno para nad--

—Basta, idiota —lo regañó la pelirroja, golpeádolo en la nuca y arrebatándole los binoculares que el rubio muy estratégicamente usaba para espiar a Robin y Zoro, enfocándose más en la pelinegra.

—Bueno, si antes no estábamos seguros, eso sí que no deja ningún lugar a dudas —comentó Usopp, refiriéndose a la pequeña escena frente a ellos en la que el espadachín besaba a su nakama de ojos azules y la cargaba, enganchándola a su cintura y lanzándola a la cama de la habitación.

—Para venir de Zoro, es francamente increíble. Jamás me imaginé que esos dos pudieran sentir algo el uno por el otro, es más que evidente que no es sólo una aventura, ambos están súper enamorados —le siguió Franky.

—Sólo hay que ver cómo la mira y la trata tan pronto como no estamos dentro de su rango. Jamás había visto a Zoro mirar a nadie así, es como si la idolatrara, es casi igual que la mirada que lleva cuando huele sake a varios kilómetros y logra dar con él. Y teniendo en cuenta que desde hace un tiempo para acá he notado a Robin mucho más relajada y feliz, creo que no sería descabellado asumir que tienen varios meses juntos —añadió Nami, y Brook fue el siguiente en decir algo.

—Zoro-san es tan suertudo, lo envidio tanto... Él sí puede ver y tocar los panties de Robin-san... Si yo tuviera la oportunidad, creo que el corazón se me saldría del pecho. Aunque yo no tengo corazón, ¡Yohohoho!

—¡No hagan tanto ruido, idiotas! —volvió a reclamarles la navegante, harta de ser la única del grupo en demostrar poder con una misión de sigilo. —No queremos que nos descubran, ya de por sí nos costó bastante seguirlos hasta aquí.

A unos pocos cientos de metros de un hotel, los cinco mugiwara se encontraban escondidos detrás de varios arbustos, espiando a sus camaradas, de quienes ya tenían varios días sospechando que tenían una relación secreta, y ahora acababan de confirmarlo.

Todo comenzó cuando, un día, Nami vio a los dos juntos en una de las islas a las que estaban visitando, y notó que los dos iban de la mano.

Sí, aquello no era poco común con Zoro, a él siempre había que guiarlo porque se perdía incluso dentro del mismo barco, pero a ella le llamó bastante la atención ver que el peliverde parecía muy a gusto al caminar con su amiga de la mano, y que le sonrió de forma que quiso convencerse que no era tan cariñosa varias veces, pero que al final concluyó en que sí lo era. La pareja tenía los dedos entrelazados y el hombre la acompañó a la biblioteca a comprar algunos libros, y luego habían ido a un bar, pero no pudo seguirlos por mucho tiempo sin ser descubierta, porque el haki de Zoro lo alertó de su presencia.

Los dos desestimaron sus preguntas, alegando que era justo lo que había pensado en un principio, que ella lo acompañó a algún lugar y él cargó sus libros por ella, como agradecimiento, pero de todas formas el comportamiento de los dos le pareció bastante sospechoso.

El siguiente en descubrir algo fue Sanji, que se dio cuenta de que él se fugaba de la habitación en noches específicas, supuestamente para ir a entrenar, pero jamás volvía la misma noche, sino hasta la mañana siguiente. Y lo más extraño era que cuando revisaba el nido del cuervo, todas las pesas parecían estar en su lugar, como si jamás las hubiera tocado. Se mantuvo observándolo, hasta que un día de esos salió y lo notó hablando con ella en cubierta, los dos sentados y riendo.

Pensó que verlo tan desinhibido con ella precisamente tenía que significar que alguien iba a morir pronto, tenía que estar experimentando visiones, se dijo, pero no era así, lo que veía frente a él era extremadamente real.

Acero y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora