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Soy Andrea. Esa mujer que sin dudas, tu no quisieras ser. Tengo dos conceptos muy claros en mi vida, el primero "la vida es corta y hay que vivirla al máximo", el segundo "el sexo es algo maravilloso, que han jodido con amor".

Creo enormemente en que cada persona es, lo que elige ser. No discrimino a quién cree ciegamente en el amor. Pero, yo soy yo. A mí no me importan los estúpidos criterios de la sociedad sobre el sexo. "Tantas personas escondiéndose para tener sexo, mientras la violencia se practica en la calle".

En 1948 declararon la igualdad de género, aunque aún, las personas siguen creyendo que el hombre es superior. ¡Señores somos iguales! Si tú puedes tener sexo con veinte mujeres, porque yo no puedo con veinte hombres.

Al oír esto, todos lo ven mal. A las mujeres las tachan de putas, de fáciles. ¿Y saben qué? ¡No me importa!

No quiero ser la típica mujer que trata de ser la más recatada del mundo, la que es buena esposa y un ejemplo, la que tiene una reputación impecable y todos la llaman señora. Soy la burguesa, la princesa del penthouse; la que el colchón tiene más huella que una playa en pleno verano; la que celebra que está viva, explotando en libertad, y si no sabes de qué te hablo es porque seguramente no has escuchado a Ricardo Arjona.

No soy esas mujeres que delante de la sociedad son un ejemplo mientras que a escondidas tiene más de un pecado.
Y no estoy criticando a nadie, ya mencioné que cada cual es lo que elige ser, pero entonces no me señalen a mí. Soy lo que quiero, lo que me gusta o lo que la vida me enseñó. Y absolutamente nadie, me va a hacer sentir una p-u-t-a.

Abro la puerta con un poco de trabajo. Su boca recorre con húmedos besos mi cuello. De un portazo la cierra, también creo que hemos perdido mucho tiempo. Deslizo mi mano por su pantalón mientras que agarra mi cara para que el beso sea mucho más intenso. Acaricio su dura erección. Mueve un poco la cabeza hacia atrás, soltando un gemido.

Le agarro la mano y lo llevo hasta mi cuarto. Lleva la otra mano a mi nalga y me da un azote. La excitación me estremece por dentro.

Justo frente de la cama lo empujo hasta que logro tumbarlo sobre ella. Me gusta tenerlos así, a mi disposición.

—Sube un poco más— le ordeno. Él cumple sin problemas.

Apoyo las rodillas y las palmas de mis manos en la cama y me muevo hasta estar a horcajadas sobre él. Su cara, la manera en la que me mira me hace sentir aún mejor. Estiro una mano hacia la mesita de noche, abro la gaveta, tomo unas esposas.

No puedo evitar reírme con su cara de preocupación.

—¿Algún problema cariño? —pregunto mientras levanto las esposas y las muevo delante de su cara.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta.
—Te encantará —le digo mientras le coloco las esposas.

Despacio me bajo de encima de la cama. Me acerco a una cómoda y pongo música. Me coloco frente a él, abro un poco más las piernas. No deja de mirarme y eso me encanta. Me muevo despacio, deslizando poco a poco mi vestido, mientras que con mis dedos rozo mis muslos acariciándolos. Lanzo el vestido y continúo bailando para él.  Me voy deshaciendo de las bragas y el sujetador. Desliza su lengua por su labio inferior.

Yo hago lo que quiera con ellos. Me gusta tenerlos a mi control. Aunque se crean muy machos, obedecen a lo que mandes. Sé lo que les gusta, sé satisfacer sus caprichos y deseos.
Paso mi lengua por todo su abdomen, hasta que llego a su cuello, dejo húmedos e intensos besos en él, subiendo hasta el lóbulo de su oreja. Él se mueve un poco.

—¿Qué pasa cariño? —llego a sus labios y le doy una mordida —¿quieres que me detenga?

—Sabes que no —contesta.
Sonrío satisfecha.

Mi loca perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora