12.

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Otro día más de trabajo en Upcide. Yo empiezo bien la semana, pero cuando llega el miércoles ya odio hasta el mandil que tengo que ponerme. Eileen y Monique no han llegado así que me toca encargarme de todos los clientes sola.

Me recojo el pelo en una coleta. Le hago el nudo al mandil a mi espalda y voy hasta David.

—¿Quieres cambiar hoy de trabajo? ―inquiero—. Hoy odio hasta esto ―tomo la tela del mandil y la suelto.

—No sabes lo que dices. Preparar los pedidos es mucho más difícil y tedioso.

Es cierto, mi trabajo es más fácil.

Hace más de veinticuatro horas que no hablo con Keira. Tal vez se le fue corriendo el teléfono, no entiendo otro motivo lo suficientemente grande para que me dejara en el olvido.

La campana del gastropub indica el arribo de los primeros clientes. Alcanzo el cuaderno y el bolígrafo y voy hasta la mesa.

Una vez más. Baris aquí

—¿Qué deseas hoy? —inquiero.

—Lo de siempre ―comenta—. A ti.

―¿Todavía te quedan ganas de jugar conmigo?

―Eres impredecible, que puedo hacer —manifiesta―. Te espero a la hora del almuerzo en mi casa, tú sabes la dirección.

Y sin darme tiempo a responder se marcha.

Comienzo a atender durante una hora todas las mesas que se llenan. Esto me sucede por llegar temprano.

―Disculpa la tardanza —inquiere Eileen mientras me saluda.

―Tranquila —comento.

Eileen me ha cubierto muchas veces, sin protestar. Cuando toque al revés debo cumplir.

La mañana parece no contribuir a mi humor. Hoy todo San Francisco ha decidido visitar este lugar. Me tomo un descanso de cinco segundos, en lo que la marea está calma. Aún falta casi media hora para el almuerzo.

Mi teléfono vibra en el bolsillo del mandil.

Digamos que Hugo no es tan exigente con nosotras, de lo contrario ya me hubiese despedido por el teléfono encima de mí.

Un video de Enzo.

Coloco un audífono en uno de mis oídos. Podría esperar a llegar a mi casa y observarlo, pero la curiosidad me invade.

Su cuerpo es lo primero que aparece en el video. Ese jodido cuerpo hecho a manos. Tiene a una chica amarrada de manos y piernas, con los ojos vendados.

La chica se mueve repetidas veces y arquea la espalda. Enzo le agarra el cuello tosco.

―Suplícame porque te folle —ordena él de forma autoritaria.

Mi sexo parece percibir esa voz. Mis ojos ayudan todavía más. Voy a ser sincera, si me excité con audio y si lo está consiguiendo ahora, pero, el principal motivo es por ver su dominación, su control, su autoridad, su salvajismo.

La chica no contesta y el parece querer respuesta pronto. La azota en su mismo centro. Brinco yo junto con ella. Juro que sentí que me lo hizo a mí y me encantó. Sigue sin darle respuesta  y él vuelve a azotarla. Vuelve mi sexo a responder ante eso.

—Por favor, señor ―suplica la chica―. Fóllame.

En mi caso no hubiese suplicado absolutamente nada, de esa forma lo hubiese vuelto más loco y hubiese buscado otras formas más excitantes para conseguir lo que desea.

Enzo toma una fosforera y alcanza una vela a su lado. Con total calma enciende una vela. Voltea la vela, hasta que una gota de cera cae sobre sus senos. La chica emite un sonido placentero. Puedo notar como el animal que domina se excita mucho más con todo lo que está provocando. Vuelve a girar un poco la vela y deposita otra gota, esta vez sobre su pubis.

Mi loca perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora