5.

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—Abstinecia sexual. Odio esas palabras —declaro. Enzo por su parte solo sonríe.

—Después de todo no serán tan malas. Te lo demostraré —susurra ya contra mi oído.

Joder. Tengo ganas de todo. Este hombre, con sus palabras y sus ideas que no me declaran nada con precisión me tiene el cuerpo a toda velocidad.

—Andrea. Hablemos en mi oficina —me distrae Hugo.

Me la estaba pasando de película porno aquí y el imbécil de Aiden tiene que estropearlo todo.

—Bravo Aiden —manifiesto—. Eres un tío genial.

Él sonríe, con aires de superioridad.

Sigo a Hugo hasta que ocupo silla frente a su mesa. Su rostro más que enfado muestra lástima.

—Andrea lamento informarte que Keira no puede trabajar aquí...

—¿En serio? —lo interrumpo—. El imbécil de Aiden no puede venir a dar órdenes en tu propio negocio.

—No me puedo permitir otro salario. Con los que laboran son suficientes. Además ella trabajará en una empresa, cobrará bien.

—Aiden...maldito gilipollas que todo lo controla —bufo mientras salgo de la oficina.

No puedo montarle una bronca a Hugo, me tiene mucha paciencia y me ha pasado muchísimo la mano.

Tomo el celular y le marco a Keira.

—Dime Andrea —contesta al instante.

—Keiri el hijo de..... —iba a decir una palabra pero lo pienso bien y rectifico. Su madre no tiene la culpa del maldito hijo que creó ¿O si?—. Aiden habló con Hugo para que no te diera el empleo.

—Tranquila Andrea. Hablamos después.

—Adiós Keiri —digo y ella cuelga.

Termino de trabajar. Ahora mismo solo quiero dormir. Después de despedirme de todos me marcho.
Un deportivo, demasiado llamativo se encuentra situado frente al gastropub. Continúo mi camino si enfocar la joyita. Estoy de veras cansada, como para detenerme a admirar un coche.

—¿Por qué tan deprisa?. Hoy toca sobredosis —expone una voz que ya reconozco en cualquier sitio.

Me giro para observarlo. Esta sentado sobre la pantera delantera del deportivo. Sonríe sexy cuando repara en mí.

—Creí haberte dicho algo de Abstinencia sexual por cuatro días —manifiesta mientras camino hacia él.

—Y quién habló tan despacio contigo, diciéndote que yo seguía órdenes de alguien —expreso mientras me quedo frente a él.

—No es una orden es una sugerencia...—susurra nuevamente a mi oído.

Es que él no puede simplemente hablarme desde su posición. Me está encendiendo el cuerpo estrepitosamente.

—¿No das órdenes?. ¡Qué novedad! —expongo.

—No las necesito —derrocha tal seguridad en sus palabras.

Sus ojos se mueven hasta mis pechos. No se puede ver nada ahí, ni siquiera las puntas. Algo que agradezco grandemente, sino, notaría ahora mismo como están.

Vuelve su mirada hasta mis ojos y otra leve sonrisa se apodera de sus labios.

—Vamos. Te llevo a casa.

—No llevo a todo el mundo a mi casa —digo.

—Yo no soy todo el mundo —sentencia—. Y no voy a follarte. Solo te dejaré sana y salva en la puerta.

Mi loca perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora