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Me removía en la cama. Las sábanas negras de satín me cubrían solo la parte superior de mi cuerpo. Mi pelo negro se esparcía locamente por la almohada. La respiración de alguien más capta mi atención. Aún tengo que adaptarme a amanecer cada día con un hombre. Enzo se encontraba profundamente dormido. Una mano se alza sobre su cabeza agarrando la almohada y la otra está encima de la mía sobre su abdomen. Me deleito con ese cuerpo que me encanta. Todo de este hombre tiene de apellido exquisito. Sus labios ligeramente separados, esos labios carnosos que implican querer morderlos todo el tiempo.

Anoche fue una noche intensa, no puedo describirlo de otra forma. Aún no muestro desencanto con esta relación que pactamos. La playa no solamente fue el terreno donde follamos, utilizamos también la ducha antes de bañarnos y la cocina antes de comer. Llegamos a dormir prácticamente a las seis de la mañana.

Intento levantarme antes con la intensión de ducharme, pero unos fuertes brazos me lo impiden.

―Buenos días mami —expresa y muerde mi cuello.

―Cómo no van a ser buenos si amaneces conmigo, papi —comento.

― ¿A dónde piensas ir sin mí? —inquiere llevando su mano a mi sexo.

Mierda.

No han pasado muchas horas desde nuestra última ronda, cómo puede ser que no tenga suficiente de él.

Su erección en mis nalgas adelanta otro paso a mi excitación. Vale la pena una relación si se amanece así.

Me subo encima de él llevando mi boca a su cuello. Beso cada centímetro de su piel mientras sus manos se apoderan de mis tetas. Las respiraciones se vuelven un jodido caos mientras el placer crece. Nuestros sexos rozan llevándome casi al delirio por desearlo con tantas ganas. Deslizo saliva por su sexo, preparándolo para mí, aunque noto que la mía ya está lista para él. Sin demorarlo más, introduzco su erección completamente en mí.

Los gemidos no tardan en hacer eco en la enorme habitación de Enzo. Mis caderas se mueven buscando el punto exacto que me hace enloquecer. Sus manos se aferran con posesión en mis caderas permitiendo más intensidad a su intromisión en mi interior.

No me limito a expresar libremente como gozo de esto. Jadeos se escapan de mis labios. Mis piernas se aferran más a sus piernas. Enzo lleva una mano a mis nalgas y las retuerce a su antojo. Su mano poco a poco se cuela en el medio de ambas y un dedo se sitúa a la entrada de ese segundo hueco que solamente disfruta él. Me concentro en mis movimientos y en lo que estoy sintiendo. El dedo que anteriormente andaba por camino poco transitado se introduce despacio por ese orificio. El placer que sentía se multiplica por más. Acelero el ritmo buscando alcanzar el éxtasis. Los sonidos eróticos que emite Enzo y el placer que se concentra en mi sexo me indican que estamos a nada de rendirnos al orgasmo. Y así, alcanzando las nubes a pleno día mi cuerpo tiembla sobre el cuerpo de mi hombre de ojos profundos.

Después del sexo mañanero, que vendría siendo medio día ya, vamos hasta el baño. Como cada vez que nos encontramos debajo de la ducha me baña.

―Podría adaptarme a esto ―declaro.

—Eres una diosa y te trataré cómo mereces ―comenta.

—¿Las diosas también merecen una follada salvaje que conlleve a gritos y temblores?.

―Una diosa como tú sí. Es más prometo darte mucho de eso cada día —manifiesta.

La idea de estar con Enzo no estaba siendo del todo descabellada. Me sentía bien aquí, con él. No había nada que no hubiésemos pasado antes. Él no me intentaba presionar a nada. Sabía perfectamente que no sería nada fácil lograr que expresara mis emociones o hablara de lo que alguna vez viví. No quiere tenerme a medias, pero es lo que hay.

Mi loca perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora