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—Cómo que te he visto mucho estos días —le digo a ese hombre, ese que estuvo aquí ayer y que luego volví a ver en el club.

—Coincidencia —comenta con una sonrisa discreta—. Sabes que la vida está llena de coincidencias.

—¿Qué deseas? —pregunto seria.

—Lo mismo de ayer —contesta.

—Lo siento —le digo—. Es imposible que yo me aprenda de memoria los quinientos pedidos de un día. ¿Qué pediste ayer?

Si sé que pidió ayer, pero no quiero que piense que me genera interés.

Él me observa con determinación y termina sonriendo.

—Un donuts y un café —dice—. Por favor.

Y así busco su pedido.

—Vas mejorando tu rapidez —comenta cuando le entrego lo que pidió.

Yo me le quedo mirando.

—¿Qué quieres? —le digo—. Llevas dos días con esta muela. Y serio me está sofocando encontrarte mucho.

—Te quiero a ti —expresa.

—Cariño no todo lo que se quiere se puede conseguir —le digo.

Pero nos quedamos mirando por unos segundos y saben que... está como quiere. Tiene la pinta de hombre malo y eso me encanta.

En ese momento pienso en el millón de cosas que me encantaría hacerle, porque sí, está maldita mente perversa me traiciona.

Miro el reloj, faltan dos horas para mi descanso.

—Pero hoy es tu día de suerte— expreso—. En dos horas tengo mi descanso.

Él sonríe, aún así no se le quita la pinta de malo.

—Te espero entonces —dice.

—Piensas quedarte aquí por dos horas —comento.

—Sí —expone.

Pues ahí lo dejo y continúo con mi trabajo. De vez en cuando pide otro café.

Aclaremos algo importante. No es que haya visto el hombre y me haya enamorado, es solo deseo.

Pasan las dos horas. Él se levanta de la silla y me espera afuera.

—Mi casa...—empieza decir.

—Vamos —le digo —solo tenemos una hora.

Él asiente.

                              ***
Ustedes saben cómo vivo mi vida. Es así.

—Eres Andrea ¿No? —expresa para mi asombro. Yo no le he dicho mi nombre.

—¿Cómo sabes mi nombre?— pregunto.

El sonríe.

—Lo sé todo —responde.

—Esa respuesta no me vale —digo.

—Me llamo Barin —comenta—, y te he observado por algún tiempo.

—Eso es acoso —digo.

—Yo lo llamaría interés— responde.

Llegamos a su departamento. Es lujoso, un poco oscuro y serio. Muy de él, no me lo imaginaria diferente.

—¿Quieres algo de tomar? —pregunta quitándose la chaqueta y colocándola sobre uno de los sofás de la sala.

—Al grano muñeco —comento—, que la adolescencia la pasaste hace mucho.

Él me observa nuevamente de arriba a abajo y sonríe.

Mi loca perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora