Capítulo X: Dos caras de una misma noche

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Skylar

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No supo con exactitud cuánto tiempo pasaron así, abrazados bajo el amparo de la noche y con las luces del sur como único testigo, pero tampoco le era relevante.

Aquella fue la primera noche en lo que parecía ser mucho tiempo, durante la cual pudo olvidarse de todo lo demás, al menos a través de un par de maravillosos instantes que consiguieron apartar al mundo y sus problemas de ella, permitiéndole gozar del presente. Fue así que, después de lo que dio la impresión de ser una pequeña, pero perfecta eternidad en los brazos de Traian, simplemente abrazándose el uno al otro, ambos se recostaron en el frío suelo de piedra con la mirada perdida en las estrellas. Era algo que tiempo atrás se habían habituado a compartir juntos, cuando no eran más que una niña y su lobo. Cuando la única magia de su mundo había sido aquella que se ocultaba en las estrellas del firmamento.

Y es que, cada vez que las noches se hallaban despejadas, Trai y ella solían subir al tejado de su casita en Kinsale, en donde se disponían a observar las estrellas juntos. Claro que para ese entonces la conversación había sido bastante unilateral, con Skylar explicándole a Trai las constelaciones como si este pudiera de verdad pudiera entenderla. Ni en un millón de años hubiera pensado que un día estaría junto al chico de ojos verdeazul que hoy ocupaba su lugar y que los papeles se invertirían, siendo él quien ahora le indicase una extraordinaria cantidad de estrellas que jamás habría imaginado ver con sus propios ojos, sus dedos tocándose ligeramente en el espacio entre ellos.

Sí, su forma física había cambiado, pero cada vez que lo miraba, Skylar era capaz de reconocer su alma. Un espíritu afín y perfectamente conocido para ella. No importaba cómo luciera en su exterior, animal o humano, Skylar podría reconocerlo con facilidad a través de cualquiera de sus sentidos.

En algún momento, el rechinar de las pesadas bisagras de la puerta por la que habían llegado hasta ese punto, los puso en alerta. Ambos se pusieron en pie con tal facilidad y rapidez, que hicieron parecer como si siempre hubieran estado así y lo anterior no hubiese sido más que una ensoñación. Resultó ser que el turno de vigilia de Traian había terminado y un guardián de mediana edad acudió para relevarlo, pero ni siquiera eso fue capaz de mermar el aura que se había formado entorno a ellos. Se despidieron del guardia y emprendieron su camino de regreso a la mansión.

La celebración de la danza de fuego había culminado y cuando pasaron por el centro del pueblo, en donde horas antes el Bazar de la luna inundó el aire con los exquisitos aromas de múltiples especias y comidas, además de música y vida a donde quiera que se mirara, se encontraron con nada más que silencio y el suave crepitar de la fogata cuyos cimientos todavía ardían al rojo vivo.

Gealaí dormía y Skylar se sentía extrañamente sensible a todo lo que la rodeaba, consciente de todas y cada una de las almas que reposaban sobre aquella tierra. Traian tomó su mano y caminaron juntos a través del pueblo durmiente. Durante todo el trayecto no hablaron ni una sola vez, pero el silencio entre ellos no era incómodo en lo absoluto, sino todo lo contrario. Había un tipo de belleza bastante peculiar en ser capaz de disfrutar de la compañía de otra persona sin sentir la necesidad de interrumpir la calma con palabras.

Estaba tranquila y se sentía segura, lo que era mucho más que una bendición esos días.

Atravesaron la gran reja negra de la mansión y se toparon con que, en los campamentos adyacentes, reinaba la misma paz que se respiraba en el resto del pueblo.

Subieron las escaleras del porche con cuidado y entraron en la mansión con sigilo para no despertar a nadie.

Resultaba curioso saberse como las únicas personas despiertas en un lugar. El mundo adquiría cierta ligereza y fragilidad, un encanto que no era posible apreciar con todo el ruido y ajetreo del día. No obstante, aun cuando sus habitantes se encontraban dormidos, la mansión se sentía como algo vivo, con el aire susurrante contra los altos ventanales como la respiración adormilada de un gigante y una apenas perceptible, pero innegable calidez irradiada por sus paredes.

El legado de Orión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora