Capítulo XXXVI: La niña perdida

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Audrey

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La primera noche en su celda fue la más difícil de todas. Para aquel entonces y a pesar de que Audrey no era más que una niña, el entendimiento de que la vida tal y como la había experimentado hasta ese momento ya nunca volvería a ser igual, la sobrecogió. Había visto cómo un puñado de peones oscuros extraían a su madre de los escombros de la casa que ella misma había destruido, luego de que su fuego celeste detonase en el momento en que la separaron de Sky. Sky, quien fuera su otra mitad en carne y hueso. Sky, cuyos ojos resplandecían cada vez que Audrey bailaba o cantaba para ella, madre y sus abuelas. Sky, a quien amó con toda la fuerza de su corazón y que, aun así, había tomado lo único que Audrey llegó a desear más que a nada: la posibilidad de formar un vínculo. Sky... quién había dejado de existir al igual que su abuela Marion y Traian Lovewood. Había visto su pueblo caer, el exterminio de los guardianes bautizados por el sol y la cruda muerte en su camino a la prisión que había sido destinada para ellas. Una muerte fruto de la bestialidad de los monstruos que la raptaron y del fuego.

Pronto ya no fue capaz de diferenciar si estaba despierta o dormida, ni tampoco tenía noción del tiempo, solo había oscuridad. Una hora podía ser un día entero y un día podría tratarse de una semana o incluso meses, no lo sabía. Sus pensamientos se entremezclaban con los momentos en que las pesadillas afloraban en su mente, como la más hermosa y a su vez venenosa de las flores. Era ahí cuando en breves lapsos de tiempo podía encontrarse descansando sobre el regazo de su madre, en los largos días de Gréine. Su hogar aún existía, su hermana estaba a su lado y Traian también estaba ahí. Traian, que en el poco tiempo que llevaba de conocerlo había cautivado su corazón y con quien Audrey deseó ser capaz de desarrollar el vínculo. Un sueño que surgió con la misma premura con la que se vio extinto, luego de que el lazo surgiera entre Sky y Traian.

Al comienzo, este hecho despertó la chispa de algo oscuro en el corazón de Audrey, quien no lograba entender cómo aún después de saber lo mucho que esta había deseado tener un jinete, su propia hermana había sido capaz de arrebatarle su oportunidad con Traian. Nunca se había enojado tanto como cuando vio a su madre ayudar a salir a Traian y a Sky del arbusto de jacarandas de la abuela Marion. Skylar y ella no peleaban, nunca habían discutido por nada, Audrey la amaba y sabía que Sky también la amaba, pero la ira y la traición que experimentó en ese momento la golpeó con una fuerza catastrófica. Aún a su corta edad, su lado más consciente trataba de anteponer la racionalidad por sobre su descontento, el suyo había sido un lazo por epifanía, el mismo que en vida uniera a su padre con el de Traian, un vínculo que tendía a heredarse, por lo que ambas tenían las mismas posibilidades de haber desarrollado el lazo con el hijo de su jinete. El vínculo tiene el potencial de surgir una vez en la vida de cada hijo de la luz y del cielo, uno no puede vincularse a un nefilim o guardián que ya posea un vínculo y si este se corta, el potencial de unirse a otro también desaparece. Había quienes desarrollaban el vínculo con el tiempo, pero cuando este se daba por epifanía, surgía a la par del primer contacto, por lo que ni ella nadie hubiera podido hacer nada para cambiar ese hecho. Fue algo prescrito, ineludible. Sus almas estaban predestinadas desde mucho antes de nacer.

Sin embargo, ese hecho no consiguió borrar los sentimientos de Audrey por Trai. Fue nada más verle por primera vez y de inmediato supo que, si su alma debía unirse a la de otro ser vivo en la tierra, lo deseaba a él y a pesar de que este ya no pudiera ser su jinete, Audrey todavía le quería. Le quería con una intensidad hasta entonces desconocida para ella, con ese ardiente anhelo que despertaba el primer amor. Puede que Skylar poseyera una conexión álmica con Trai, pero Audrey todavía podía tener una parte de él, su corazón. Esperaría el tiempo que fuera necesario, se esmeraría por hacerse con su afecto y así, los tres podrían estar juntos para siempre.

El legado de Orión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora