Capítulo XXXV: Reticencia y anhelo

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Skylar

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Por más que luchara, el aire no conseguía llegarle a los pulmones y todo en ella se reducía a la sensación de estar ahogándose en un frío y profundo mar negro. La angustia que le subía por la garganta, al percibirse a sí misma tan pequeña en medio de una pesada oscuridad que se extendía infinita en todas las direcciones, hacía que la adrenalina bombeara en sus venas y la sumía en un desesperado frenesí por cualquier atisbo de aire, cualquier retazo de luz en medio de aquel terrible y denso vacío que parecía aplastarla, multiplicando la fuerza de sus intentos desesperados por un millón.

El corazón le latía como loco, luchando por el oxígeno que le estaba siendo negado.

Podía sentir la oscuridad como si fuera un estado de la materia que se deslizaba por su garganta y nariz con cada intento de respirar, quemándola, consumiéndola por dentro.

Esto era caos, no podía ser otra cosa. Un tipo de caos distinto, como nunca antes había experimentado, uno que muy dentro de sí, sabía que no le pertenecía.

La oscuridad se cernía sobre Skylar como una bestia hambrienta y sus garras rodearon su garganta justo en el momento en que un grito rompió el mundo a la mitad y de él solo pudo obtener un nombre, su nombre, el del heredero de la oscuridad y junto con él, la visión de unos ojos verdes que perdían la luz desde su interior, apagando la suya propia al instante.

❄️

El despertar fue casi tan angustioso como la prisión de sus pesadillas. Se irguió tan de golpe que el mundo a su alrededor comenzó a dar vueltas y tuvo que desencajar las garras del suelo de hielo bajo su cuerpo para abrazarse a sí misma, haciendo un esfuerzo por contener el temblor que se apoderó de ella. Sus dedos estaban manchados de sangre y sentía la cabeza a punto de estallarle. No sabía qué hora era y por suerte no tenía nada en el estómago o estaba segura de que hubiera volcado todo ahí mismo.

¿Qué había sido eso...? No pudo haber sido una visión, no una de verdad, porque de serlo eso significaría que Andrómeda... que ella y Carsten...

"No", pensó en rotundo. Eso no podía ser. Tuvo que ser una pesadilla, nada más. No podía ser real. De lo contrario, aquello sería traición, la más terrible e inimaginable de las traiciones.

"Joder... Joder...". Cada bocanada de aire le quemaba los doloridos pulmones.

"No conoces toda la historia...".

A su lado, Novalise se encontraba sentada sobre sus cuartos traseros y la observaba con una mirada triste en sus ojos zafiro, pero su estado actual le impidió sorprenderse demasiado por la presencia de la tigresa.

—¿¡Historia...!? —Sus palabras formando un eco que volvió hasta ellas como una secuencia de lamentos. No podía estar hablando en serio— ¡Es el condenado hijo de Alexei Dumort! Es un... un...

"Un demonio, lo sé".

Skylar estuvo casi segura de que la escuchó soltar aire con pesar a través de sus poderosas fauces.

"Pero me atrevería a decir que no siempre fue así...".

—¡Tiene que ser una puta broma! —Una explosión de fuego celeste crepitó a su alrededor cuando Skylar asestó un puño en el suelo. Se levantó y por poco perdió el equilibrio al hacerlo. Todavía no conseguía hacer que su respiración recuperase un ritmo que le permitiera oxigenarse correctamente y sus intentos solo parecían empeorar la situación.

Se introdujo ambas manos en el cabello e intentó poner todo de sí en tranquilizarse. Estaba completamente consternada, era una suerte que la Academia se encontrase vacía o quién sabe lo que pensarían de ella en ese estado.

El legado de Orión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora