Skylar
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Las olas golpeaban furiosamente contra la impasible e imponente roca del acantilado, elevando nubes de espuma marina tan alto, que briznas de agua salada alcanzaban a llegar en forma de rocío hasta donde ella se encontraba.
El mar parecía iracundo y una tormenta rugía desde su interior, mientras Skylar se hallaba sentada en el borde del furioso abismo.
Los únicos sonidos que podía rescatar de su entorno eran el de las olas embravecidas y el aleteo de las alas de los pájaros que se apresuraban a buscar refugio, todos eclipsados por el bombeo de su propio corazón, cuyos latidos retumbaban en sus oídos.
Iba descalza, vestida nada más que con un ligero vestido blanco que se adhería a su cuerpo debido al viento, el mismo que provocaba que el cabello le revoloteara con libertad a su espalda, como una cortina de humo negro.
Todo a su alrededor parecía estar teñido en base a una amplia escala de grises, convirtiendo al mundo en una hermosa y a la vez terrible escena en blanco y negro.
La tormenta estaba cada vez más cerca.
—Es hermoso, ¿no te parece?
A lo lejos, un relámpago escarlata atravesó el cielo gris rompiendo su monocromía y el estruendo del trueno fue tan ensordecedor, que Skylar creyó por un momento que este podría abrir una grieta sobre sus cabezas.
Conocía bien aquella voz, podría reconocerla en cualquier lugar, aun cuando sabía que solo se trataba de un espejismo.
Era su voz, sí, pero no era él.
—¿Te refieres a la tormenta?
—Una vez que toque tierra atraerá el caos y el mundo se doblegará a su merced. Es hermosa porque es inminente, inevitable al igual que nosotros.
Skylar miró sus pies y al vacío debajo de ellos. Los arrecifes de roca daban la impresión de ser las cimas de la estructura de un castillo sumergido bajo el agua, los cuales aparecían y desaparecían con el ir y venir de la marea hambrienta.
—Lo haces sonar como si fuera el final —dijo, su voz deslizándose a través del viento ululante.
—Todo comienzo requiere un final. Ha llegado el momento de que la balanza se incline a favor de las sombras, abriendo las puertas a nuestro reinado —susurró Carsten en su oído, haciendo énfasis en las palabras "nuestro" y "reinado", delineándolas con su boca contra su piel, lo que envió un desagradable estremecimiento a través de todo su cuerpo.
—¿Él sigue ahí...? —preguntó ella, obviando sus palabras.
No podía evitarlo. Necesitaba saberlo, necesitaba saber si él estaba bien.
—Por supuesto, a cada paso —respondió este, pero esta vez su manera de hablar y de pronunciar las palabras se transformó en algo terriblemente familiar—. Siento su dolor, sus penas... Sufre porque elegiste a ese hijo de la luz por encima de él. Lo has olvidado y él lo siente.
La ira y el dolor asolaron sus pensamientos, dejándola sin aire. Se giró para enfrentarse a Carsten, pero este había desaparecido. El corazón le martilleaba con una fuerza demoledora contra las costillas y Skylar tuvo que llevarse una mano al pecho para tratar de contenerlo.
Odiaba a Carsten Dumort.
Lo odiaba con su alma entera.
No lograba entender cómo un ser tan vil y cruel podía estar de alguna forma relacionado con su mejor amigo. Christian era bueno, abnegado, tan amable y compasivo... Todo lo opuesto a Carsten.
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El legado de Orión ©
FantasySaga Trono de luz y oscuridad. Libro 2: El legado de Orión. --------------------------------- Tras el ataque a Gealaí, un crudo resentimiento ha mermado la relación entre guardianes e hijos de la luz. El tiempo avanza con rapidez y la fecha final pa...