Capítulo 30

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Este es el momento por el que han esperado todo el libro, donde por fin inicia lo que se empezó al final del primer libro. No tienen idea de lo emocionada que estaba por empezar esto:


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Ella se adentró cada vez más en los pasillos del edificio hasta que dio con el chico. Lo siguió a unos cuantos metros de distancia; él ni siquiera se daba cuenta de que lo seguían. Primer error. Unos cuantos minutos después, ella distinguió a donde se dirigía él. Con el corazón cada vez más acelerado, siguió caminando, y mientras lo hacía, notó la alarmante falta de gente en el lugar.

Karou no sabía como el chico había logrado entrar, se suponía que ni siquiera debería salir de donde estaba. A la mente de Karou llegó un nombre: Alexa. Claro que había sido ella. ¿Quién más hubiera querido sacar a un exnovio de la cárcel?

El chico llegó frente a las puertas talladas de adamas y se detuvo. Ella se escondió tras una pared, y ahogó una pequeña exclamación cuando el chico sacó de su cinturón una daga, que, para el horror de ella, estaba bañada en lo que claramente era icor demoníaco.

Por el poder de la dueña de ésta sangre, rompo aquello que está atado. Destruyo aquello que se ha construido en esta Tierra —recitó él en un idioma demoniaco; y la chica entendió cada palabra a la perfección: era purgatic, algo que había estudiado tan bien que era capaz de recitarlo como si fuera su lengua materna, aunque cada palabra era como un cuchillo en los oídos de ella.

Él levantó la daga y empezó a trazar runas demoniacas en el adamas, el cual empezó a derretirse cual hielo en un sartén. Ella observó la escena horrorizada, con los ojos muy abiertos mientras sentía como en ella se despertaba un fuego que llevaba años dormido. Cuatro años y medio para ser exactos. Y, detrás del fuego, despertaba en ella algo mucho más oscuro, casi tan oscuro como el ritual que realizaba el muchacho.

Él, de espaldas a la chica, sonreía; luego de unos segundos, el chico trazó en el adamas un pentagrama, con la daga, hizo un corte en su propia muñeca, mojó la punta de la daga en su sangre y clavó la daga en el centro de la estrella.

Y con este poder que se me ha otorgado, destruyo aquello que los Nefilim han levantado —terminó él. El adamas empezó a consumirse en un extraño fuego azul mientras Christopher daba un salto hacia atrás con una macabra sonrisa en su rostro.

—¡NO! —gritó la chica detrás de él. Christopher se volvió alarmado al reconocer esa voz.

Hope Herondale estaba justo detrás de él, con el fuego celestial ardiendo a su alrededor. Los ojos de ella eran tan dorados como negros habían sido los de Sebastian Morgenstern.

Christopher no tenía adonde correr; dos fuegos, con poderes totalmente opuestos lo rodeaban y él sabía que cualquiera de los dos lo destruiría. Hope le dirigió una mirada llena de furia cuando un grito agónico rompió el silencio, viajando por el aire.

—Demasiado tarde, chica ángel —dijo Christopher con una aterradora sonrisa—. La mitad de la población demoníaca en dos de los nueve reinos ha sido invocada. Y esos demonios vendrán y arrasaran con todo lo que conoces.

Hope sentía como el fuego celestial ardía en sus venas, salía de las palmas de sus manos, deshaciendo las mangas de su traje de combate y quemando el suelo. Christopher lo había hecho: había quebrado las Salvaguardas.

—No tienes idea de la cantidad de vidas que se perderán por tu culpa —dijo ella y su voz sonó desconocida incluso para sus propios oídos—. ¿Qué te ha ofrecido Alexandra a cambio de esto? ¡¿Qué cosa vale tal masacre, Christopher?!

—Oh no, Hope —dijo él divertido—. Una persona que ya no existe no puede ofrecerme algo. El cuerpo de aquella que fue Alexa lleva cuatro años poseído por alguien mucho más poderoso.

Hope lo entendió.

—Lilith —escupió ella entre dientes. Christopher no asintió, pero tampoco lo negó, solo sonrió—. No acabo contigo en este instante —dijo ella hacia Christopher—, pues eso seria rebajarme a su nivel.            

—He cumplido con mi parte —dijo Christopher—, ni siquiera tu puedes arreglar esto.

Ella iba a decir algo, pero lo olvidó en el momento que empezó a escuchar gritos provenientes del exterior del edificio. Gritos de batalla.

—Los has enviado directamente aquí —dijo ella horrorizada.

—Poco a poco —dijo Christopher—, más temprano que tarde, las Salvaguardas desaparecerán totalmente. Ya lo dijo Magnus ¿o no? Hubo un tiempo antes de los Cazadores de sombras, y habrá uno después.

Hope no lo aguantó más, dejo salir el fuego celestial con un objetivo: Christopher.

—Nadie desafía al Cielo —dijo ella. El cuerpo de Christopher fue lanzado hacia la pared de adamas con tal fuerza que el impacto debió romper su columna vertebral. Él se quedo inmovilizado, viendo a Hope con ojos vidriosos que pronto perderían todo brillo de la vida.

Hope sabía que debía ir afuera. A luchar. Pero algo se lo detuvo; ese algo era ella misma. Sintiéndose arder por dentro, Hope dejó de sentir sus propias piernas y cayó al suelo, con las palmas ardientes hacia abajo; dejando marcas en el suelo de granito. Sintió como un peso dentro de ella misma la empujaba hacia la oscuridad, una oscuridad que le prometía un descanso.

Luchó contra esa oscuridad, pero se negó a dejarla. Sentía como el aire en sus pulmones desaparecía y era reemplazado por fuego celestial puro, de la misma manera que había permitido que pasara el día del Milagro, cuando había pensado que finalmente había agotado todo su poder, pero aquello que la hacía fuerte, era aquello a lo que también temía: un poder sin límite. Un poder del que ella sabía, muchos querían aprovecharse, y el único que había llegado a lograrlo fue destruido por el mismo.

Hope alcanzó la espada en su cinturón de armas, una espada plateada con incrustaciones de adamas, oro y jade. La espada que en más de una ocasión le había salvado la vida. Se puso en pie sintiendo como con cada paso, el fuego en ella y a su alrededor se hacía cada vez más fuerte. Consumiéndola aún más. Se obligó a si misma a buscar esa conexión con la oscuridad en si misma; se obligó a entender los extraños patrones en el athame clavado en la pared de adamas, la cual se derretía como hielo bajo el sol.

Con la mano libre tomó su estela y empezó a grabar runas sobre la espada. Marcas que ella nunca había visto antes en su vida, sólo aquellas que representaban lo que ella quería: protección, santidad, restauración. Dejó caer la estela con un quejido y tomó la espada con ambas manos, levantándola por sobre su cabeza. Casi no podía ver lo que hacía, los bordes de su visión se habían vuelto negros, su cabeza daba vueltas y ya no sabía si los gritos de agonía venían de la lucha o de su propia garganta. La parte mágica de ella, una de las partes más poderosas, amenazó con derrumbarla, pero ella obligó a esa oscuridad a unificarse con el fuego celestial dentro de la espada. Dos poderes mayores unidos dentro para combatir una batalla externa.

Ithuriel —dijo ella con un último susurro. Y clavó la espada junto al athame.

Todo lo que ella vio antes de desmayarse fueron llamas doradas y azules fusionándose.

LLS #2 Ciudad de las Sombras del Pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora