67

118 39 5
                                    

     Camino a casa no pude dejar de pensar en todas las oportunidades que tuvimos para hablar de nuestros pasados cara a cara y en que cada vez las ignoramos o pasamos por alto de forma consciente. Solía tener curiosidad acerca de ti y acerca de por qué siempre desviabas la atención de ti mismo cuando los temas se volvían demasiado personales. Pero luego me dije que estaba bien. Habías dicho lo justo acerca del tuyo y yo quería hacerlo también. ¿Te había contado de mi yo antes de conocerte? No es que fuera necesario, pues sabías todo sobre mi personalidad y sobre quién era en el presente. Aún así quería que lo supieras.

     Ambos de mis padres estudiaron medicina. Ella pronto quedó embarazada, apenas unos años después de comenzar a ser residente. Vivimos juntos un par de años, hasta que le ofrecieron a él un puesto en un prestigioso hospital. Se fue sin preguntarnos si queríamos acompañarlo.

     Yo tenía siete años y sufrí mucho. Dejé de hablar por completo de un día para el otro. Él había sido mi modelo a seguir y mi mejor amigo. Pero yo no era el suyo y fue duro aceptar eso.

     Comencé a ir a terapia mientras me aislaba más y más de otros niños. Mi madre hacía lo posible por sacarnos adelante, por criarme y también por sufrir su propio dolor. Fue fuerte y decidí que ella sería mi mejor amiga desde entonces.

     Y lo es.

     No hay día en que no esté agradecido por todo el esfuerzo que puso en mí, incluso cuando mantuve el silencio durante tanto tiempo.

     Mis notas en la escuela no eran malas, pero ya no jugaba con mis compañeros y siempre estaba esperando a que mi padre regresara a buscarme, porque era él quien lo hacía terminadas las clases.

     Obviamente nunca lo hizo. Pero seguí esperando.

     Pasó al menos un año hasta que comencé a hablar de nuevo, aunque fui muy callado a partir de entonces, incluso más de lo que tú conoces. Mamá siempre estuvo preocupada, pero sabía que yo estaba bien.

     Mi abuela, que era la única familiar que teníamos, pues mamá no tiene hermanos y su padre hacía años que había muerto, también murió ese año, a raíz de un paro cardíaco.

     Mamá estaba muy triste.

     Supongo que la abuela era su único apoyo, pues tampoco tenía muchos amigos. Entre el trabajo y mi crianza no tenía tiempo para tenerlos y pronto sus pocas amistades fueron alejándose.

     Conoció a un hombre tiempo después y él vivió un par de años con nosotros. Parecía bueno, a pesar de que nunca fue muy cálido conmigo. Estaba bien si mamá estaba bien.

     Empecé la secundaria y nunca pude hacerme amigo de nadie. Hablaba muy poco y no sabía cómo acercarme a los demás. Preferí pasarla solo, pero me entristecía cuando otros hacían cumpleaños y no me invitaban o veía cómo todos daban sus primeros pasos hacia la preadolescencia y yo seguía allí, contento con mis películas y mis fotografías.

     Mi abuela fue quien me regaló mi primera cámara. Era un modelo antiguo, pero amaba la calidad de las fotografías que tomaba. Es la misma que tú viste sobre mi ropero.

     El hombre con el que mi madre tenía una relación pronto se fue. Mi madre se rompió entonces.

     Yo estaba medianamente bien, pero para ella habían sido muchos los años en los que la carga de la tristeza crecía sin tregua. Pensó que sería bueno empezar de nuevo y así es como llegamos a tu ciudad.

     Logré hacer algunos amigos y ahora ella tiene a tu madre, al padre de mi amiga y también a algunos compañeros del trabajo con los que se junta a comer de vez en cuando.

     Eso es todo lo que necesitabas saber sobre mí.

     Supongo que nos parecemos un poco, al menos en nuestros inicios. Me da curiosidad pensar en cómo las cosas parecieron ir tan mal para mí en algún momento, pero resultaron bien; y cómo parecían encaminarse para ti desde una perspectiva externa, aunque no lo hacían en tu interior.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora