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     Caminamos directo a mi casa y entramos casi temblando. No encendí la luz grande, sino la lampara de la sala. Todas las luces estaban apagadas y las cortinas cerradas.

     –¿Tu madre? –preguntaste al ver que no salía a recibirnos como de costumbre, mientras te quitabas el abrigo.

     Te di una mirada burlona.

     –Supuestamente en una comida con compañeros de trabajo. Como es en un hotel en la otra ciudad y no tiene quien la traiga, se quedará en casa de una compañera.

     Imitaste mi expresión.

     –Ajá. Mamá solía hacer ese tipo de excusas también.

     –¿Y ahora?

     Yo también me saqué el abrigo y los colgamos en el perchero de pared junto a la puerta.

     –Ahora me lo dice directamente.

     –¿Y tú a ella?

     Te miré con picardía y tú alzaste tu ceja.

     –Creo que ella piensa que tengo más sexo del que realmente tengo.

      Me reí y fui por algo para tomar. No había mucho, pero encontré un vino que mi madre había dejado abierto en algún momento. Te lo ofrecí y me dijiste que estaba bien. Tomaste asiento en el sofá mientras yo buscaba las copas.

     Comenzaba a sentirme un poco ansioso mientras sentía tus ojos clavados en mí, porque sabía de qué tipo de mirada se trataba y porque no podía ignorar la tensión que se había estado desarrollando entre ambos las últimas semanas. Pensé que vendrías y me abrazarías por la cintura como en las películas, pero cuando volteé seguías observándome desde tu lugar en el sofá.

     Como una pantera, ciertamente.

     –Las fotos salieron bien –dije para sacar algún tema de conversación. Había sacado algunas en el árcade esa noche y me habían encantado–. Después te las paso.

     –Okey.

     Tomé un trago de vino en silencio y soltaste una risa pequeña al ver mi cara de asco. Dejé la copa a un lado y apoyé la espalda en el sofá, mirando al espacio delante de mí.

     No quería comenzar a jugar con mis manos porque sabía que estabas mirándome, a pesar del impulso maníaco que tenía por hacerlo. Enseguida me puse a jugar con mis labios, pero me detuve tan pronto como lo noté.

     –Marc –tu voz grave me llamó y yo giré la cabeza para verte. Me esperabas con las piernas ligeramente abiertas, con la copa sin tocar sobre la mesa–. ¿Por qué estás nervioso?

     En lugar de ser evasivo o intentar algún movimiento seductor, preferí ser transparente.

      –Hace mucho no tenemos sexo.

     No te burlaste ni hiciste ningún comentario al respecto.

     Sentí tu mano entrelazar nuestros dedos y dar un tirón suave.

     –Ven –indicaste y yo me levanté del sofá.

     Me guiaste hacia ti y yo me subí sobre tus piernas con naturalidad, poniendo mis rodillas a cada lado de tus caderas. Al principio dejé caer mi peso con reticencia, pero una mano en mi cintura me afianzó más y dijiste «está bien, estoy bien».

     Con las manos sobre tus hombros y tus brazos rodeándome la cintura, acerqué nuestros rostros hasta que tu respiración me hizo cosquillas sobre el labio inferior. Contemplarte tan de cerca era siempre una de mis cosas favoritas.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora