110

117 26 8
                                    

     Le pregunté a tu fisioterapeuta si no era buena idea que comenzaras tus ejercicios en una piscina o que directamente comenzaras a hacer natación. Tu cuerpo estaba muchísimo mejor que antes, pero aún así te quedaba un largo camino por recorrer mientras recobrabas masa muscular y fuerza.

     Me comentó que el siguiente paso era exactamente ese.

     Ya que el hospital no tenía una piscina, lograron un convenio para que acudas a mi antiguo club de natación.

     Teniendo en cuenta el poco tiempo que me quedaba para regresar, decidí nadar todos los días y retomar mi entrenamiento, para que no me costara tanto después.

     Así es como terminamos preparándonos ambos para entrar en la piscina.

     Te quedabas en una de las esquinas con el fisioterapeuta y yo me iba al otro extremo, deslizando mi cuerpo por el agua con tranquilidad al principio y luego haciéndolo cada vez más rápido, incluso llevando un contador.

     El fisioterapeuta me hizo aprender los ejercicios contigo para que sigamos haciéndolos juntos y así fue. Te ayudé a ir de un lugar al otro bajo su atenta mirada y te sostenía cuando parecías demasiado cansado.

     Si había algo que reconocerte es que lo intentabas de verdad y ponías mucho empeño en mejorar.

     Al final, el fisioterapeuta se despidió y nosotros fuimos a las duchas juntos.

     En el auto, con nuestros cabellos mojados, dejaste caer la cabeza hacia atrás y soltaste un suspiro.

     –¿Qué pasa? ¿Muy cansado? –te pregunté, un poco divertido.

     Me miraste de reojo antes de humedecerte los labios.

     –Es más difícil hacerlo en el agua que fuera de ella –aceptaste y luego me diste otra mirada–. Sobre todo porque tú estás allí semidesnudo.

     Me reí, pensando que estabas bromeando, pero pronto me di cuenta de que era en serio.

     –Siempre pienso que eres sexy –dijiste–. Pero hoy no podía apartar mis ojos de ti. Ni cuando estuviste conmigo, ni cuando estabas nadando –Te refregaste el rostro con la mano–. Me estoy comportando como un adolescente hormonal, lo sé –Reíste y tu mano palmeó mi muslo–. Pero, más allá de eso, me alegró poder verte nadar al fin. Sin duda es un lugar en el que destacas. Eres hermoso nadando, Marc.

     Aquellas palabras me inflaron el pecho y el ego.

     –Estás invitado a mis competencias.

     Me llevé tu mano a la boca para besarla y luego las entrelacé.

     –Más te vale –bromeaste.

     Cuando encendí el auto, te miré de lado con una sonrisa malvada.

     –Así que te parezco sexy mojado...

     La mirada que me diste dejaría temblando a cualquiera.

     –Tienes suerte de que hubiera gente en las duchas.

     Tragué con fuerza.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora