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     Mi amiga fue a conocerte la semana siguiente. Estaba muy nerviosa, porque quería caerte bien. Sin embargo, tú actuaste con soltura y pronto demostraste ser el chico afable y amistoso que siempre habías sido.

     Tomamos café juntos y hablamos de diferentes cosas, sobre todo de la secundaria y de la universidad. Ella te contó lo increíble que yo era nadando y presumió de mis habilidades. Fingí modestia mientras observaba cómo tú vacilabas un poco, tu sonrisa perdiendo seguridad. Descubrí que te molestaba no conocer esa faceta de mí. No porque ella sí lo hiciera, sino en general. Supongo que querías conocer todo de mí como yo de ti.

     Los dos congeniaron bien y yo me alegré, porque ambos eran sumamente importantes para mí.

     Cuando se fue, me dijiste que te había caído muy bien, que era muy simpática y que se notaba que me quería mucho.

     –Me gustaría verte nadar –susurraste mirando tu taza de café.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora