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     No lo vi por mí mismo ni quise comprobar tu estado después de que caíste al suelo desde la azotea. Pero tu madre me contó lo que pasó, más o menos. O lo que pudieron reconstruir de los hechos.

     Era un sábado y estabas terminando de limpiar todo en el instituto. Lo preparaste de forma que terminaras todas tus tareas. Tu compañera de trabajo se despidió de ti antes de irse. Te encargabas de cerrar con llave el instituto y luego llevarla a la casa de otra de tus compañeras, quien se encargaba de abrir el lunes. Supongo que decidiste que no ibas a poder cumplir esa parte.

     No sé por qué elegiste el instituto y no las vías, donde nadie te encontraría. Pero estoy agradecido de que lo hayas hecho.

     Subiste a la azotea y te arrojaste desde allí. No sé si lloraste antes de hacerlo o si reconsideraste tus acciones. Lo cierto es que te subiste al muro que la bordeaba y te dejaste caer. Era imposible que el viento te llevara.

     Pero calculaste mal. Cualquiera que viera el instituto desde un ángulo lejano pensaría que su fachada era lisa, pero lo cierto es que un par de salones de la planta baja sobresalían por un metro, provocando un recoveco en el que a veces las parejas se escondían para besarse o algunos chicos buscaban escapar de sus profesores. Tú nunca hiciste ninguno de los dos, así que no sabías cuan profundo era el recoveco. Desde arriba o desde la cancha de basket (a la cual te arrojaste), no se veía así. A mí tampoco me lo había parecido.

     Eso, sumado a alguna ráfaga de viento, pudo hacer el milagro.

     Me gusta verlo como si alguien o algo te hubiese ayudado. Lo veo como una señal de que no debías morir. Espero que tú lo hagas también.

     El instituto tampoco era tan alto. Eras bueno en matemáticas, pero lo calculaste todo mal. Quizá en serio no querías morir y por eso no fuiste a las vías, donde tendrías una muerte segura. Quizá querías darle a la muerte el beneficio de la duda.

     No lo sé. No creo que importe demasiado.

     Lo cierto es que te arrojaste y tu pie golpeó el saliente, provocando que se rompiera, pero también la reducción de la velocidad de tu caída.

     Sabías mucho de física, pero nunca se te ocurrió que una de las leyes más simples de este mundo pudiera detenerte. Creo que confiaste mucho más en la gravedad y no te funcionó como esperabas.

     Golpeaste el piso, rompiendo varios huesos de tu cuerpo, incluidas las costillas, clavícula y algunos huesos del rostro. También algunos de las piernas.

     Apenas momentos después de eso tu compañera regresaba al instituto porque había olvidado las llaves de su casa. Le pareció raro que siguieras allí, pero se sintió aliviada porque así no tendría que esperar a que su pareja llegue a casa con las llaves. Las había dejado en el locker y vio que también tus cosas seguían en la habitación de empleados. Te buscó por curiosidad, para saber qué era aquello que retardaba tu vuelta a casa. Era sólo una señora curiosa.

     Te vio desde una de las ventanas de abajo y salió corriendo hacia ti, mientras tomaba su celular y llamaba a tu madre.

     Ella fue quien llamó a emergencias. Llegaron ambos al mismo tiempo.

     Seguías respirando. Ninguna costilla había perforado tus pulmones. Pero tu cráneo había sufrido muchas contusiones.

     Te atendieron en emergencias.

     Tu madre me llamó llorando.

     Los médicos llamaron a la neurocirujana. Tus huesos podían ser arreglados, pero el sistema nervioso estaba comprometido.

     La neurocirujana era mi madre.

     Ella te salvó de un estado vegetal, pero quedaste en coma.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora