92

97 36 5
                                    

     Pudiste tomar una ducha en el baño a unas puertas de tu habitación. Una enfermera vino para hacerlo, pero fuimos tu madre y yo quienes te ayudamos a salir de la cama.

     No tenías la fuerza para caminar por ti mismo, así que pasé un brazo por tu cintura y te ayudé paso a paso. No pesabas nada y no paraste de hacer bromas sobre eso, pero pude advertir que te molestaba. Habías sido más grande y fuerte que yo en el pasado, y ahora no sólo yo había crecido, sino que tu cuerpo estaba debilitado.

     –Con la rehabilitación podrás hacerlo por ti mismo –aseguró tu madre.

     No quisiste que ni ella ni yo te ayudáramos dentro del baño, así que te encerraste allí con la enfermera, sentado en una silla especial.

     Tu madre suspiró.

     –¿Irás a casa? –quiso saber y yo asentí.

     –Después del almuerzo.

     De nuevo en la habitación, te sentamos sobre una silla, frente a la ventana. Ella te cortó el cabello y luego me hice cargo de afeitarte.

     –Puedo hacerlo por mí mismo –te quejaste y yo rodeé los ojos.

     Pero tus manos no tenían precisión y pronto notaste que te cortarías todo el rostro si hacías lo que querías, así que seguí mi trabajo.

     Antes de irme, retuviste mi muñeca.

     –¿Vendrás hoy otra vez? –preguntaste con miedo en tus ojos.

     –Marc necesita descansar –respondió tu madre.

     –También tengo que estudiar –agregué–. Tengo examen de inglés la próxima semana.

     Asentiste decaído. Esperé a que me pidieras que estudiara allí, contigo, pero te quedaste en silencio. Supongo que tu sentimiento de culpabilidad era más fuerte que tu deseos de estar conmigo. Podría haberlo sugerido yo, en cambio, decidí que sería bueno para ambos ir paso a paso.

     –Pero vendré mañana –prometí. Dirigí mi mirada hacia tu madre–. ¿Ya se sabe cuando lo dejarán ir?

     –En una semana –contestó, con visible alivio–. Quieren comprobar que todo se desarrolla bien y además aún necesita algunos de los medicamentos.

     Me despedí de ambos y marché a casa, donde me duché y comencé a deshacer las maletas.

     Antes de estudiar, llamar a mi amiga o a mamá, me permití sentarme en el sofá y mirar a la nada.

     Un fuerte sentimiento de bienestar me recorrió y me encontré agradeciendo repetidamente en voz baja.

     Estaba en casa y tú estabas despierto.

     Eran cosas enormes por las que agradecer.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora