Capítulo Dos

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Pasé el domingo metida en casa, recuperando el sueño perdido de la noche anterior. Papá y Malvina, mi madrastra, estaban de viaje, así que podía relajarme tranquila. Me llevé la frazada de mi cama al sillón del living y comencé mi tarde de comedias románticas, acompañada de la torta de crema y dulce de leche que había hecho el día anterior por mi cumpleaños. Merecía mimarme un poco, después de todo, una no puede darse ese gusto todos los días si está empecinada en adelgazar algunos quilos.

Después de llorar y reír con mis películas, y comerme casi toda la sobra de torta, me metí a la ducha.

Los chorros de agua caliente pegaban contra mi espalda relajándome, cerré los ojos y me dejé ir entre el vapor. Al instante aparecieron imágenes en mi mente de ese demonio sensual. No podía alejarlo, me era imposible dejar de pensar en él por varios minutos seguidos. Hasta mientras veía las películas se me colaban en los pensamientos su rostro, sus expresiones, su toque, y perdía el hilo de lo que estaba viendo en la tele.

El recuerdo de su boca lamiendo mi mano me trastornaba, me enloquecía. Cada vez que lo recordaba mi cuerpo se encendía. ¿Cómo podía una desear tanto a un desconocido? Y yo que me consideraba una chica sensata, estaba perdiendo la cabeza. Ese tipo alejaba todo lo equilibrado en mí, me volvía ciega y necesitada.

Sin abrir los ojos me volteé para que el agua me diera en el pecho, mi piel se sonrosó. Reviví la sensación de él rozándome la mano son su boca y de inmediato mi cuerpo comenzó a responder. Mis pezones se irguieron, mi respiración se aceleró y supe de inmediato que tendría que tocarme para mitigar el dolor entre mis piernas.

Yo no era virgen.

A los catorce años tuve mi primer y único novio. Santiago era el hijo del mejor amigo de mi padre, que también era médico. Nos conocimos cuando teníamos trece años y prácticamente nos volvimos inseparables. Dos días antes de cumplir mis catorce años él me besó por primera vez en la puerta de mi habitación, a escondidas de todos. Había sido dulce y a la vez torpe. Pero yo estaba loca por él.

Nuestra primera vez fue un mes después de mi cumpleaños, lo invité a comer pizza a sabiendas que estaría sola en casa. Esa noche quedaría siempre en mi memoria, fue perfecta. Después de eso nos encontrábamos al menos tres días a la semana para hacerlo, con el tiempo se fue poniendo mejor. Y estaba enamorándome más y más de él.

Entonces una noche, dos meses después de mi cumpleaños número quince, un borracho cruzó un semáforo en rojo y dio contra el coche de Santiago. Iba solo, murió solo.

Sentí por primera vez en mi vida cómo mi corazón se rompía en pedazos. El dolor que me dejó su pérdida fue insoportable, tanto que hasta se me habían ido las ganas de seguir. Gracias a mis amigas, que no me abandonaron nunca, pude salir adelante y superar su ausencia. También necesité terapia y agradecí la enorme ayuda que me proporcionó.

Después de Santiago nunca me atrajo tanto otro chico. Era como si se hubieran terminado para mí. No quería a nadie cerca, hasta ahora. Ese demonio de ojos brillantes me volvía tan loca que tenía que tocarme para apaciguar mi sed de él. Ese desconocido había sacado a relucir una parte de mí que se había echado a dormir casi dos años atrás. El ansia estaba volviendo a mí, irrefrenable. Era absurdo estar tan prendada de alguien que seguramente jamás volvería a ver. Y más aún fantasear con él.

Estaba loca.

Me enjuagué entre las piernas y después cerré la canilla. Me envolví con mi inmensa toalla y me miré al espejo empañado. Mis mejillas estaba rojas, y en mis ojos había un destello del deseo recién apaciguado. Sabía que ese sólo era el principio, que con tocarme una vez no bastaría.

La RéplicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora