Capítulo Veintiseis

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El día siguiente, muchas horas después de que él me dejara tras un beso inquieto sobre mis labios, me encontré sola en la habitación, respirando la distancia de Lucas hasta sentirla incrustada en mis pulmones. Me aseguraba todo el tiempo que él volvería, que su hermana estaría bien y que pronto estaría de nuevo conmigo. Deseaba que ella estuviera bien, porque aunque no la conocía, sabía del amor inmenso que Lucas le tenía. Si ella se iba, él estaría devastado y yo ansiaba verlo bien. Más allá de todo.

Unos cuantos golpecitos en la puerta me distrajeron y di la invitación, Johny entró con su tan característica relajación. Se veía impecable con sus ropas de skater, y llevaba una mochila colgando en un hombro. Me sonrió en silencio y luego se dispuso a sacar de ella unas latas vacías de refrescos, las colocó en la mesita, encima de un mantel viejo enrollado a lo largo. Le miré hacerlo en silencio, preguntándome qué se le había ocurrido esta vez.

Arrastró la mesita sobre sus ruedas destartaladas hasta el rincón más alejado de la cama y la afirmó contra la pared. Acomodó el rollo de tela detrás de las latas. Luego volvió hasta su mochila y sacó el arma que me había mostrado antes, la Colt Defender.

Me guiñó un ojo jovialmente, tomó distancia de la mesita y apuntó. Me sobresalté cuando la pistola se disparó, aunque no hizo tanto ruido como las que había estado usando con Lucas. Le dio a cada una de las latas, seguida y limpiamente.

Me salí de la cama con asombrosa curiosidad. Fui directo a ver los blancos, un pequeño agujerito las atravesaba. Sonreí con entusiasmo por primera vez en mucho tiempo. Johny se me acercó y las volvió a amoldar contra el rollo largo de mantel, una pequeña bolita redonda de plomo rodó hasta caer al suelo.

—No queremos que los balines reboten por todos lados, ¿no?—sus ojos se mostraban traviesos.

Me agaché para sostener el balín en mi mano, al lado de las otras balas no se veía tan amenazador, pero imaginé que dolería si uno de esos golpeaba contra la piel de cualquiera. Si eran capaces de atravesar una lata de gaseosa...

— ¿Puedo?—tendí mi brazo.

Johny lució encantado de darme la pistola. Me explicó que no correspondía hacer nada más que quitarle el seguro que se veía en el costado, casi inadvertido, y después sólo seguía apretar el gatillo.

Retrocedí unos pasos y, al estar lo suficiente lejos, apunté la primera de las cinco latas. No le di. El balín se quedó atascado en algún lugar del mantel. Suspiré desilusionada y cerré los ojos, procurando concentrarme. Necesitaba darle a alguna de las latas, aunque sea a una. Con eso estaría conforme.

Enfoqué a través de la mirilla y me fijé en la siguiente, aspiré despacio por la boca y gatillé. El ruidito seco del metal agrietado llegó hasta nosotros, y solté el aire que estaba reteniendo con fascinación. Lo conseguí, pude derribar la segunda lata. Le sonreí alucinada al amigo de Lucas que se veía feliz por mí. Seguí con las siguientes tres y sólo pude con una, pero era algo. Debía seguir practicando. Tenía que seguir intentando hasta derribar las cinco. Una tras otra.

Y eso fue lo que hice para matar el tiempo los siguientes días en solitario.

— ¿Crees que ahora voy a poder disparar una de esas?—pregunté a Johny con pesar.

Tres días después ya había podido tumbar una a una las latas y llenarlas de agujeros gustosamente. Y muy pocas veces erré mis objetivos en las últimas diez prácticas. Estaba completamente eufórica, y encariñada hasta la médula con la Colt Defender. Hasta que Johny tuvo que mostrarme de nuevo la 9mm que Lucas me había dejado bajo su almohada.

Tragué saliva, con mis hombros hundidos. Odiaba esa pistola.

—Tu verdadero problema es que estás continuamente pensando en que podés matar a alguien con ésta—comentó él cargándole más balas—. Y esa, querida amiga, es la idea. Aprendes a disparar para poder ser capaz de defenderte de un ataque.

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