Capítulo Diez

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Cuando la luz del amanecer invadió mi habitación decidí ponerme en marcha. Suspirando por el cansancio y la falta de sueño, me vestí. No sabía cómo afrontar a Gio allá abajo, todavía no reaccionaba.

Lo había buscado, y hasta extrañado en cierto sentido, y cuando menos lo esperaba lo tenía en medio de mi casa, pidiéndome ayuda... O aprovechándose de lo que había pasado entre nosotros. A pesar de todo, no consideraba que fuese un error el haberme acostado con él. No todavía. Aunque una parte de mí estaba esperando que llegara ese momento. Y no deseaba arrepentirme, quería que fuera un recuerdo dulce, no amargo.

No hice más que abrir la puerta de mi espacio que lo vi apoyado en la pared del pasillo, frente a mí. Me quedé quieta, sin saber cómo actuar ante él. Un instinto me empujaba a abrazarlo y besarlo hasta cansarme, hasta que me doliera el cuerpo. Y otro me pedía distancia.

Una mueca parecida a una sonrisa de lado apareció en sus labios. Yo podía ver en sus ojos que no le gustaba que me sintiera así por él. ¿Pero de qué forma quería que me sintiera? Me dolía que me estuviese usando por ser la hija de un hombre poderoso.

-Buen día-dije sin mirarlo a la cara, comencé a descender las escaleras.

Mi organismo pedía a gritos un desayuno. Fui directa a la cocina, con él a mis espaldas.

-No me gusta verte así-susurró él, mientras preparaba el café.

Mis hombros se tensaron.

-Creo que no me conoces lo suficiente para saber sobre mis estados de ánimo-solté aun dándole la espalda, no podía verle la cara, no cuando me estaba hablando de esa forma tan suave.

-Vi lo suficiente. Estás llena de bondad y...

-Bondad-repetí, dura, mirando un punto fijo en los azulejos de la mesada-. Esa de la que te estás aprovechando justo ahora.

No lo estaba viendo, pero supe que estaba tenso y en cierta forma, entristecido. Cerré los ojos para no perder el hilo de las cosas, no quería ser amable con él, no podía demostrarle cómo me destrozaba su presencia. Lo que me derretía su cercanía. No importaba el momento, él ponía cada uno de mis sentidos patas arriba.

No dijo nada ante mi dureza, lo dejó pasar. Se quedó de pie viendo cómo hacía los desayunos. Podía estar enojada y sentirme lastimada pero podía alimentarlo, aun así no podía dejar de ser hospitalaria.

Nos sentamos en la barra, después de que trasladé todo hacia allí con su silenciosa ayuda. Mientras comíamos nos mirábamos cuando pensábamos que el otro no se daba cuenta. Cada vez se me hacía más difícil tenerlo en frente y no sucumbir a mis debilidades carnales. Él me volvía loca, completamente inestable. Y yo necesitaba serenidad y objetividad ahora, porque él estaba demostrando que era otro más del montón. Ese montón que tenía siempre segundas intenciones. ¡Dios, cuánto me dolía que justamente él fuera así también!

-Sí-rompió el silencio-, maté a alguien-afirmó.

Mis ojos se elevaron de golpe para encontrarse con los suyos. Mi cuerpo se atiesó y mi piel se enfrió en un segundo.

-Bueno, a varias personas-tragué saliva, escuchándolo atentamente-, fue... en defensa propia-agregó, se rascó la nuca, nervioso.

En ningún momento él corrió la mirada de la mía, procuraba que yo le creyera, quería mostrarme su sinceridad. Asentí para que siguiera, pero el silencio se volvió a adueñar de la situación.

- ¿Cuántos?-pregunté, quería saberlo todo.

-No los conté-dijo con voz seca.

Mi respiración se atascó, eso serían varias personas.

La RéplicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora