Capítulo Diecinueve

28 4 1
                                    


Es como volver a verme en el espejo...

Mis pestañas aletearon pesadas, intentando en vano abrirse. Mi cuerpo se sentía como un saco de papas arrojado al mar, no sé cómo pero flotaba y aun podía respirar. La luz seguía maltratando mi percepción. Todavía estaba en el mismo infierno y me dije que no valía la pena apurarse por abrir los párpados.

Unos dedos se apoyaron en la parte derecha de mi clavícula, los míos se arrugaron en respuesta mientras el rose bajaba hasta mi brazo y luego seguía su camino por mi pierna y los dedos del pie. Moví la lengua en mi boca reseca y tragué saliva. Yo sólo esperaba que al abrir los ojos mi hermosa y tranquila habitación me rodeara y mis suaves sábanas me mantuvieran cubierta y caliente.

Sin querer convoqué unas manos grandes y poderosas, suaves y calientes al mismo tiempo. Una boca ancha en mi cuello y luego en mis labios... en mis pechos. Dientes blancos estirando mi lóbulo mientras una respiración agitada y contigua llenaba mi oído. Mis labios se separaron, cortajeados y secos, pidiendo inconscientemente humedad. La palma de mi mano derecha se movió y se cerró en un puño en busca de contacto, un único contacto que en ese momento estaba muy, muy lejos de volverse cercano.

Sollocé.

—Oh...—alguien soltó.

Al instante las yemas que antes recorrían mi cuerpo se posaron a descansar en mi frente y consiguieron alisar mi ceño arrugado.

—Estás despertando, pequeña—susurró una voz de mujer contra mi mejilla.

Era una voz celestial, tranquilizadora. ¿Es que estaba muerta y había ido al cielo? ¿Es que un ángel trataba de obligarme a abrir mis ojos y contemplar la belleza?

No me dejé llevar, solo estuve allí centrándome en el toque de esos dedos tan elegantes y cálidos. No eran los que realmente deseaba tener sobre mi piel pero servían.

—Lucas...—susurré y di vuelta mi rostro hacia un costado evitando la luz.

"Oh, Lucas, si te hubiese creído...". Pero, se consideraba más lógico lo que yo había hecho. Elegí a mi familia. ¿Cómo podía creerle a un desconocido que había confesado que tenía en mente secuestrarme?

Ahora, en este preciso momento, lo único que deseaba era gozar de los brazos de Lucas a mi alrededor, porque nunca, y digo nunca, me había sentido más segura. Las dudas sólo fueron parte de momentos de inseguridad, pequeños, pero que opacaron apenas las sensaciones que él me hizo sentir desde que nos miramos por primera vez.

"No", dijo una voz escondida en mi profundidad, "estás mezclando los términos...". No la escuché.

—Vamos...—la mujer levantó la voz—. Abrilos... Abrilos.

Otro movimiento se oyó más allá.

—Carmela, tranquila—pidió Rodrigo con paciencia.

Mi primer impulso fue abrir los ojos, entonces respiré y me quedé como estaba. Muy quieta. Esperando algún indicio, alguna respuesta. O simplemente reprochándome el haberme equivocado tanto en mi vida.

—Quiero verla a los ojos—se quejó la mujer, su voz ya no me resultaba tan hermosa—. No todos los días uno puede ver algo tan alucinante...

Rodrigo suspiró.

—A estas alturas, si no hubieses insistido tanto, ya todo estaría logrado...

Carmela chasqueó los dientes y se fue de mi lado.

—Quería tanto ver la prueba de tu amor incondicional.

No me resistí más, dejé entrar la luz y enfoqué la vista. Rodrigo estaba en un rincón con los brazos cruzados y la mujer me daba la espalda. Llevaba una bata blanca como la que usé mientras estaba en la habitación, su pelo negro brillante caía por su espalda hasta la cintura, apenas agarrado en una coleta desarmada. Era pequeña, incluso en mi posición pude notarlo, e iba descalza. Sus talones subían y bajaban contra el suelo y la hacían tambalearse como una niña pequeña ansiosa.

La RéplicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora