Capítulo Treinta y uno

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Me alzó sobre mis pies violentamente, enganchándome desde los codos, y clavó sus ojos oscuros en los míos, en una clara orden para que cerrara la boca.

—Shhh—siseó enojada.

Me solté de sus garras en un fuerte tirón, el fuego del enojo comenzando a arder marcando un recorrido por mis venas. Se me acercó con ambas manos levantadas, señalando que no tenía en mente hacer ningún daño. Pero las dudas ya estaban ancladas, no había nada que ella pudiera hacer para que confiara otra vez.

—No hay tiempo para esto—resopló y uno de los mechones sueltos de su cola en la nuca voló sobre su frente.

— ¿Qué estás haciendo acá?—pregunté fulminándola con la mirada.

Florencia bajó las manos y sus ojos cafés se vieron puros contra la luz de la luna. La chica que se paraba ante mí se parecía más a mi amiga de toda la vida, dejando fuera a la fiera que me había traicionado y pateado contra el piso. Tragué saliva, nerviosa, sin saber muy bien qué hacer.

—Estoy ayudándote—murmuró echando un rápido vistazo a la puerta cerrada.

Entrecerré mis párpados en sospecha, y me separé unos pasos, necesitando distancia de ella. Estaba loca si pensaba que yo le creería cualquier cosa. Puso los ojos en blanco, frustrada con mi reacción. Muy típico de ella hacer eso, aun estando fuera de lugar en esta situación. Parecía creer que todo estaba bien entre nosotras. ¿Se había drogado?

— ¿Desde cuándo me ayudas?—gruñí en su dirección.

—Desde siempre...—suspiró tratando de volver a unir nuestras miradas—. No tengo tiempo de explicarte ahora... Tenemos que irnos.

—Mira, no sé qué bicho te ha picado—endurecí el tono de mis susurros—. Tampoco sé quién sos realmente, me traicionaste... No pienso confiar en vos...

Asintió, aparentando estar en pleno acuerdo conmigo.

—Lucía—pronunció mi nombre, ablandándose—. Sé todo eso... Ahora, Lucas está en la terraza esperándonos, no tenemos tiempo...

Me paralicé en un segundo, mi columna se irguió como una cuerda, tirante y tensa. "Lucas", suspiró una vocecita anhelante detrás del oscuro manto escondido en mi cabeza, y representaba a toda esa parte que se había mantenido en vilo todos estos días, esperando. Mi amor por él seguía siendo una de las más grandes motivaciones que se sostenían alimentando mi esperanza.

—No...—me escurrí de la burbuja de tramposas ilusiones negando con la cabeza en enérgica convicción—. Sos cruel... me estás mintiendo—chillé con malestar.

Me negó tranquilamente y colocó dulcemente sobre mis hombros sus manos de dedos largos y elegantes. Me dio un suave apretón, pidiendo desesperadamente que le creyera.

— ¡Perdoname!—sus labios se estremecieron—. No tenía otra opción, papá te vio en la casa y llamó a Rodrigo de inmediato. ¡No tenía tiempo! Tuve que pensar una salida rápida, ellos te tendrían de un minuto a otro y yo debía ser inteligente... No quería lastimarte, pero lo tuve que hacer... por tu bien... ¿Entendés?

Negué, perdida sin encontrar ningún sentido a su explicación. Justo detrás de mis pestañas se acumularon las lágrimas.

—No quería romperte la nariz ni patearte de la forma en que lo hice—ahora sus ojos también se distinguían acuosos reflejados en la débil luz de la noche—. ¡Lo juro! Pero si llegabas intacta a este lugar, ahora no estarías viva... ya habrías entrado a la sala de operaciones hace mucho tiempo y te habríamos perdido... necesitaba hacer algo que nos diera tiempo, que le permitiera a Lucas curarse y venir a buscarte...

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