Capítulo Veinticinco

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El disparo retumbó en el aire y mis manos se sacudieron con fuerza, de nuevo no logré darle a la tabla de madera unos metros más allá de mí. Frustrada me di la vuelta, negando con la cabeza, rindiéndome. Jamás tendría la fuerza suficiente como para que el impacto fuera efectivo.

Lucas me sonrió y se me acercó para que le diera la pistola.

—Es nuestro primer día, si seguimos así vas a lograr disparar bien.

Me indicó que me corriera más atrás y se plantó delante del blanco. Tres disparos dieron justo en el centro de la circunferencia dibujada. El viento me azotó la espalda y el pelo se me vino a los ojos cuando me solté la coleta de la nuca.

Esa misma mañana Johny había aparecido justo después de que me sentara en la cama pensando que me volvería loca allí metida, sin nada más que hacer que atormentar mi cabeza una y otra vez. Lucas rondaba por el taller hablando de coches con algunos de los chicos que trabajaban ahí, él no quería que me vieran mucho, por eso me mantuve dentro de la pieza.

Johny me envió una de esas sonrisas que lo hacían verse demasiado aniñado y vació una mochila llena de armas justo sobre la cama, en frente de mí. Mi boca se abrió y le miré preguntándome qué tenía pensado hacer.

—No te asustes—dijo—. Son todas de aire comprimido.

No dije nada, sólo observé la montaña de esas cosas que, aunque fueran de "aire comprimido", se veían amenazadoras. Lucas entró por la puerta justo cuando Johny levantaba una y me la tendía.

—Es una Colt Defender.

La tomé entre mis manos y la observé, pesaba bastante y me tenía totalmente intimidada.

— ¿Qué estás haciendo?—preguntó Lucas con el entrecejo fruncido.

Me quitó con cuidado el arma y la miró, luego dirigió su atención a su amigo.

—Me comentaste que querías enseñarle a disparar—Johny se hundió de hombros—. Le estoy mostrando mi colección, y si ella acepta, le regalo mi Colt Defender—terminó con otra sonrisita.

Lucas estiró los brazos y apuntó la pared, después estudió más detenidamente el objeto. Parecía gustarle.

—Pero voy a enseñarle a disparar armas de verdad—respondió sin levantar la vista.

Johny puso los ojos en blanco, supongo que no le agradó que él no considerara su colección como "armas de verdad".

—Si me pedís opinión, creo que ella necesita empezar con una de éstas—retrucó el chico.

—Resulta que no—Lucas le envió una sonrisita de lado—. No te pedí opinión.

Los observé a ambos discutir tranquilamente qué sería lo mejor para mí, y a la larga terminó ganando Lucas. Otra faceta suya apareció ante mí: era muy, pero muy obstinado. Y yo, que no tenía ni idea de armas, no podía ni siquiera opinar y decir qué era lo que creía favorecedor para mí misma.

Así que ese mismo mediodía, después de un almuerzo rápido, subimos al Corolla plateado y nos alejamos a las afueras de la ciudad con cuidado. Encontramos una granja abandonada a unos cuántos kilómetros y nos instalamos. Lucas estaba preparado y ya había creado un blanco con una madera rectangular de aproximadamente mi estatura.

Me habló del arma, me mostró cómo cargarla, cómo quitarle el seguro y cómo dispararla. Luego la posó en mi palma y me aseguró que no me mordería. Mentiría si dijera que no estaba aterrada, pesaba demasiado y más allá de que él me afirmara que no pasaría nada, era peligrosa. Esa "como-se-llame semiautomática de calibre 9mm" tenía el poder de matar a alguien.

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