Capítulo Veintiuno

37 4 0
                                    

Cambiamos, mano a mano, el coche negro con un par de gitanos del pueblo por un Toyota plateado con vidrios polarizados y rondamos en busca de un lugar donde terminar de pasar la noche.

—Si tenemos suerte, esos hijos de puta darán por hecho que seguimos viaje—comentó Lucas al apearnos.

Entramos en el hotel más caro del lugar, cuatro estrellas para ser más exactos, porque también especulamos que no nos buscarían allí. Observé todo con ojos enormes al pasar por la puerta de la habitación. Dejamos todo lo que traíamos encima en un rincón y corrí a sentarme en la cama mientras veía a Lucas despojarse de las armas. Tres en total, sin contar la navaja. Las depósito en la mesita de noche y las observé con detenimiento antes de posar mis ojos en él.

Volvíamos a estar solos de nuevo.

No habían pasado muchos días desde que nos vimos por última vez pero parecían años, eternos años. Yo había cambiado en tan poco tiempo, por lo tanto lo veía de forma distinta ahora. Era mi salvador. Sí. Otra vez. Pero también era otras cosas, lo sentía de forma más fuerte ahora. Como si el hilito que antes nos mantenía unidos se hubiese transformado en una gruesa cuerda, prácticamente irrompible. Y no deseaba ser la única que se sintiera de esa forma.

Tampoco podía dejar de temer entregarme tan fácilmente de nuevo por más que quisiera, y quizás él me salvó de mi padre para meterme en otro oscuro embrollo del que yo no sabría cómo salir. Puede que sólo quisiera llevarme hacia otro tipo de destrucción. Era posible que no existiera salvación para mí.

—Yo...—comenzó.

—Necesito una ducha—le corté con urgencia y me dirigí al baño.

El espejo me mostró a una niña frágil, descolorida, con ojos asustados y piel marcada. Me quité la camiseta para ver con claridad lo que le habían hecho a mi cuerpo, mi vista se empañó por las líneas dibujadas por todo mi torso y mis pechos remarcados con redondeles. Desde mi clavícula hasta el ombligo. Me limpié los ojos antes de derramar una sola gota y con manos inestables busqué el jabón líquido. Abrí la canilla y comencé el arduo trabajo de borrar las líneas de mi pesadilla.

Me encontraba frotando frenéticamente la piel roja entre mis senos cuando Lucas entró en el baño. La tinta estaba impregnada en mi piel como si hubiese nacido ya con ella. Evité su mirada en el espejo, cargué más jabón en mis dedos y seguí con mi labor con empeño delirante. Le ignoré por completo aun al sentirlo más cerca de mi espalda, no quería que viera la desesperación en mi rostro y lo ultrajada que me sentía.

—Lucía—me llamó casi imperceptiblemente.

No hice caso, restregué con más fuerza. Me estaba faltando el aire, era como si él me acorralara. Puse toda mi atención en borrar esa mancha que se negaba a salir.

Escuché el agua de la ducha correr, justo segundos después Lucas me dio la vuelta hacia él y desprendió el botón de mi vaquero sin abrir la boca. Mantuve mis ojos húmedos fijos en su abdomen, mis manos pegadas a los montículos de mis pechos, tratando de que no las viera temblar. Le quitó el pantalón a mi figura tiesa parada sobre el piso del baño. Y después, muy despacio y pacientemente me colocó debajo de los chorros de agua caliente, cerré los ojos y dejé escapar un suspiro.

Los abrí sólo para verlo frente a mí, sólo en bóxer, y sus pupilas clavadas en mi cara. Se puso jabón en las manos y alejó las mías de mi cuerpo. Me lavó, haciendo desaparecer una a una las líneas negras, no me irritó la piel sino que la acarició pacientemente en pequeños movimientos circulares con las yemas de sus dedos y palmas. Le dejé hacer, a medida que pasaban los minutos mis músculos se fueron ablandando y la tensión me abandonó.

La RéplicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora