Capítulo Dieciocho

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Miré el techo de yeso blanco por horas. Rasqué con los dientes el casi inexistente esmalte rojo que quedaba en mis uñas. Me di dos baños por día. Me miré al espejo por largos minutos, tomando nota de las heridas y hematomas que iban desapareciendo. Al contar tres días de espera comencé a bombardear a Stella con preguntas que nunca supo cómo responder. O, nunca quiso hacerlo. Le pedí que me trajera una radio al menos y la tuve encendida todo el tiempo, ni siquiera la apagué para dormir. Con cada hora que pasaba me volvía más y más loca, la ansiedad de estar atrapada me hacía tener esa sensación de constante ahogamiento.

Busqué en mi cabeza muchas explicaciones coherentes a esto que me estaba pasando, sólo se me ocurría que mi padre podría estar protegiéndome. Allí no me dejaban ni siquiera asomar la cabeza por la puerta y mirar el largo pasillo brillante. Probé varias veces abrir la puerta y fue inútil.

Tenía demasiado tiempo de sobra, y por ende, mi cabeza daba vueltas. Mis pensamientos terminaban dirigiéndose siempre hacia el mismo terreno: Lucas. ¿Dónde estaría ahora? ¿Qué estaría haciendo? ¿Lo buscaba mi padre? ¿Seguiría escondiéndose? ¿Lo habría encontrado la policía? Y cada vez que me encontraba haciéndome esas preguntas terminaba maldiciéndome a mí misma. Lucas no era más que un delincuente, me secuestró. Me usó. Y aunque quería obligarme a sentir asco, no podía. No podía. Y eso me frustraba. Me enloquecía que todavía existiera una parte de mí que le siguiera anhelando.

En medio de la noche solía despertarme sobresaltada, segura de haber estado soñando con él. Sus besos, sus manos, su cuerpo. No lograba desintoxicarme. Una vez en particular, me quedé despierta por horas sopesando cómo mi vida se fue descarriando hasta convertirse en un caos de confusión. La conclusión era siempre la misma, todo empezó aquella primera vez que lo miré a los ojos. Estaba segura de que él tenía toda la culpa.

Cavilé sus palabras en la casita, ¿tenían sentido? Él quiso decirme muchas cosas y yo no le dejé explicarse bien. ¿Cómo podía creerle a un desconocido que me aseguraba que mi padre era una persona peligrosa?

"Se supone que tengo que secuestrarte..." Esas palabras molestaban en mi mente. ¿Qué significaban realmente? ¿Era de verdad un secuestro, o estaba queriendo evitarlo? Suspiré y me retorcí entre las sábanas blancas, la oscuridad me engullía y me volvía sombría. En la radio se escuchaba levemente una balada, pero estaba demasiado entregada a mis dudas para prestarle atención.

"...Quiero protegerte de ellos..." me dijo, y daría lo que fuera por entenderlo. ¿Quiénes son ellos? ¿Quién es el mundo? ¿Por qué ahora me siento presa y no a salvo? Me regañé todo el tiempo porque a veces me disponía a sopesar que me sentía más protegida en los brazos de Lucas, que nunca me sentí en real peligro. Cuando él me tocaba yo me creía la chica más especial del universo. Y ahora, que estaba lejos de él, no apreciaba el alivio, más bien me encontraba inquieta y desconfiada.

Y recuerdo muy bien que la puerta de la casita escondida había estado todo el tiempo sin llave, sólo corrí hacia ella y salí a la intemperie sin luchar. Si su objetivo era mantenerme cautiva se habría cuidado de cerrar bien la puerta. Y nada fue a la fuerza, sólo se dispuso a explicarme y a buscar ganarse mi confianza.

Y... si de verdad era mi guardaespaldas...

Rodé en el colchón y me coloqué sobre mi vientre, enterré mi cara en la almohada. Y aunque me costaba respirar no me moví. Algo estaba creciendo en mi caja torácica, un apretón, una especie de pánico. Mi padre sí le había echado llave a mi puerta, me mantenía entre cuatro paredes, sin siquiera una ventana para mirar hacia afuera.

Salté de la cama y me dirigí furiosa a la enorme puerta de madera, golpeé con los puños, primero despacio y luego con más y más fuerza.

— ¡Quiero salir!—murmuré.

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