No dormí más de veinte minutos, nuevas sensaciones de alerta me incomodaron. Me quedé en silencio muy quieta entre esos desconocidos que trabajaban para papá, mis ojos escudriñaban muy abiertos mi entorno. Nadie hablaba, mi padre sólo tenía la mirada al frente, el conductor iba a más de 170km por hora. Ambos hombres a mi lado estaban tensos, y muy atentos a mis movimientos. Todo parecía muy sospechoso y por eso no pude relajarme.
En la oscuridad tuve tiempo de pensar en todo lo que Lucas me había dicho. Tonterías, locuras. Tragué saliva. Acá, rodeada de todos estos hombres con aspecto de mafiosos, me asaltaron las dudas. Pero no podía creer que mi propio padre me haría daño, ¿no? Era impensable. Solté un suspiro y obligué a mi espalda a relajarse contra el mullido asiento. Apenas tenía espacio para mí, los hombres eran enormes y yo parecía una niña de cinco años a su lado.
Todos mis instintos me decían que debía estar asustada, pero yo me consideraba a salvo. Lucas era el malo de la historia. El chico en el que confié y me entregué sin dudar era la verdadera amenaza. Tenía que hacérmelo entender cuanto antes, porque un tirón en mi pecho me demostró que estaba empezando a extrañarlo un poco ahora que lo había dejado atrás. Era inaceptable, estaba hecha una demente.
La camioneta entró en la ciudad por el largo acceso iluminado de asfalto, pero antes de llegar a la aglomeración se desvió hacia una calle de tierra dejando una nebulosa de polvo a medida que avanzaba a gran velocidad.
El camino se hizo interminable hasta que ante nosotros apareció un gran edificio que se parecía a una especie de fábrica, aunque por lo que yo sabía no existían se esas en la ciudad. Una reja se abrió, dos hombres armados nos dejaron pasar sin preguntas. El conductor estacionó en un garaje enorme donde había más camionetas iguales. Yo observaba todo con ojos bien abiertos.
Al bajar, mis dos acompañantes de asiento me tomaron de los brazos fuertemente, escoltándome detrás de mi padre.
—No necesito ayuda, gracias—les aseguré, ellos ni me miraron.
Esto no me gustaba nada, la alarma se intensificó en mi cerebro.
—Ella puede seguirnos perfectamente—habló mi padre sin voltear.
Los gigantes me soltaron pero no se movieron de mi lado. Caminé con la vista al frente tratando de ignorarlos. Me dolía cada centímetro de mi cuerpo, hasta me costaba respirar con normalidad. Quería hablar con mi padre de muchas cosas, la más urgente era sobre Malvina. Él tenía que saber lo que ella me había hecho.
Nos adentramos en el edificio, avanzamos por un pasillo larguísimo y angosto de mármol, baldosas brillantes y luces blancas. Antes de llegar al final nos desviamos por otro, y luego por otro, y otro. Hasta que definitivamente ni siquiera supe por dónde íbamos, ni por donde habíamos entrado. Eso parecía un laberinto blanco.
Rodrigo metió una enorme llave en una puerta de madera maciza, igual de blanca que el mismo pasillo, y entró con el conductor. Los hombres que me escoltaban me miraron cuando me quedé en la puerta de la habitación, esperando a que me dejaran entrar. Mi padre clavó los ojos en mí por primera vez en la noche y me dio un asentimiento. Los dos gigantes cerraron la puerta y se quedaron afuera.
La habitación, como no, era blanca del piso al techo. No tenía ventanas y eso me llamó rotundamente la atención. Me hizo recordar a esas piezas en las que encerraban a los dementes en las películas. La cama de hierro blanco estaba atornillada al suelo, al igual que la pequeña mesa de noche.
Mi papá y el conductor me estudiaron y me sentí avergonzada e inquieta de inmediato.
— ¿Sabes quién te llevó a esa casa?—preguntó Rodrigo.
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La Réplica
Romance"Todo empezó cuando lo miré directo a los ojos aquella primera vez..." Podría decir que sólo era una simple chica. Una simple chica rica. Una simple chica pobre… No conocía lo que significaba tener una madre que peinara mi cabello antes de ir a la...