· CAPÍTULO 20 ·

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<<Qué suerte despertarme a tu lado. Hace nada eras un desconocido, y ahora no imagino mi vida sin ti>>, pensó Claudia contemplando el cuerpo semidesnudo de Marc, bañado por la tenue luz que entraba por un par de rendijas.

—Buenos días, preciosa. —Se desperezó y abrió discretamente los ojos. Como si acabara de leerle el pensamiento.

—Buenos días, guapo. —Rozó su nariz con su mejilla y apoyó la cabeza contra su pecho. No necesitaba más.

Estuvieron unos minutos remoloneando entre las sábanas. Luego Marc se levantó y salió de la habitación. No dijo nada. Claudia pensó que habría ido al baño. Al rato apareció por la puerta con una enorme caja de cartón.

—¡Menudo paquete! —No se habría sonrojado tanto al terminar la frase de no ser porque él, a parte de la caja, solo llevaba puestos unos calzoncillos.

—En verdad, llevo relleno —dijo con picardía —. Pero guárdame el secreto.

—Me refería a la caja, bobo. —Su tono seguía bañado en timidez—. ¿Ahora eres repartidor exhibicionista a domicilio?

—Sí... Me has pillado. Y tengo un paquete a nombre de Claudia —zarandeó la caja—. Y bueno, esta caja también es para ella.

—¡JA-JA! Qué gracioso... —Sus ojos visitaban nerviosos ambas localizaciones.

Marc posó la caja sobre la cama y la invitó a abrirla. Dentro había otro paquete envuelto en papel de periódico. Lo rompió y se encontró con otra envoltura más. Y así sucesivamente. Había una capa tras otra. Estuvo varios minutos rompiendo papel.

—Pobres árboles...

—No te preocupes, —se sentó a su lado—, era para reciclar. Y allí terminará.

Tardó un par de minutos más en llegar al final. Detrás de tantas capas de envoltorio se escondía un sobre blanco. Lo examinó por ambas partes. No traía nada escrito.

—Cómo sea una broma te vas a enterar. —Estaba realmente intrigada.

—¿Recuerdas cuando te dije que traerían una exposición genial a la Casa Batlló?

—Sí, dentro de dos fines de semana, ¿no?

—Exacto. —Asintió contento—. ¿Al final podrías pedir ese viernes en el trabajo?

—¡Claro! ¿¿Son las entradas?? —Abrió el sobre eufórica.

Cuando vio el contenido su expresión cambió. Arqueó las cejas y fue incapaz de cerrar la boca. Pestañeó varias veces. Miraba a Marc atónita. No sabía qué decir.

—¿¿Y esto?? ¿Estás loco? —Apenas le salían las palabras.

—Se llaman billetes de avión —explicó riéndose—. Destino Asturias. Lo de la exposición era una bomba de humo para asegurarme de que podrías pedir ese viernes.

—No deberías... —Aún no se lo creía— ¿Y la reparación de la Vespa? Llevas mucho ahorrando para ella. Sé la ilusión que te hace.

—La Vespa puede esperar. Ahora tú eres mi prioridad. —La miró con dulzura.

Los ojos de Claudia se humedecieron. Aquel inesperado detalle la había llenado de ilusión. Pero, por otra parte, no se sentía del todo bien. Sabía cuánto había estado ahorrando Marc para la reparación de la moto. Entre ayudar a su familia y sus propios gastos, no estaba para tirar cohetes en cuestiones monetarias.

—Déjame pagarte la mitad. O el hotel —insistió.

—De eso nada, es un regalo. —Acarició su mejilla con el dorso de su mano—. No sabía muy bien dónde llevarte, y pensé en Asturias —explicó—. Pasé varios veranos con Lucas y su familia allí. Le tengo un cariño especial. ¿Sabes esos sitios en los que piensas cuando necesitas escapar, o recordar a qué saben las buenas sonrisas? Pues eso es para mí aquello. Cuando pienso en Asturias, pienso en la palabra <<felicidad>>.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora