· CAPÍTULO 32 ·

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El día anterior había dejado secuelas. Sus cuerpos eran un entramado perfecto de agujetas. Claudia despertó con la sensación de que un camión la hubiera atropellado. Estaba hecha polvo, aunque repetiría sin pensárselo. Eso sí, decidieron tomarse el viernes como día de relax y recuperación. Las vacaciones estaban llegando su fin y querían aprovechar al máximo las últimas pinceladas.

Pasaron toda la mañana entre el spa y la piscina del hotel. Luego comieron un magnífico menú en el restaurante del complejo. Disfrutaron el resto de la tarde tumbados en la playa, entre oleadas de sol y baños refrescantes. También hubo sitio para alguna partida de palas que, como era habitual, Marc terminó perdiendo. Cerraron aquel tranquilo día cenando en una pizzería italiana que les habían recomendado. Un buen brindis con el vino blanco restante y se fueron directos a descansar. Claudia necesitaba volver a sentir el cuerpo y dejar de parecer la prima de Robocop.

A la mañana siguiente la vitalidad había vuelto a ellos. Una gran explosión de placer procedente de sus cuerpos desnudos inundó la habitación. El sábado no podía haber empezado de mejor manera. Sus lenguas chocaron con deseo mientras remoloneaban juguetones sobre aquel colchón. Era su último día, pero no por ello sería menos especial.

Bajaron a desayunar temprano. Café, zumo natural y un par de trozos de bizcocho de limón y chocolate les ayudaron a reponer energía. Después fueron a dar una vuelta por la zona. Querían comprar algunos detalles para sus amigos y familia.

—Creo que ya lo tengo todo —dijo Marc sujetando entre las manos un par de cosas en la última tienda a la que habían entrado—. ¿Cómo vas?

—Solo me queda Cloe —respondió ella—. Es difícil sorprenderla.

—Puedes llevarle este cepillo —sugirió él cogiendo un objeto de la estantería—. Es raro a más no poder. Seguro que la sorprendes.

—Marc... —Lo miró riendo—. Eso no es un cepillo. Es una escobilla del váter.

—¡¿Qué dices?! ¿Cómo va a ser una escobilla?

—Perdón que me meta —dijo amablemente la dependienta, sin poder evitar soltar un par de tímidas risitas—. No es una escobilla. Es un cepillo para perros.

—Muchas gracias —respondió Marc antes de que la chica se fuera y siguiera colocando estanterías—. ¿Ves? —Miró a Claudia satisfecho—. Yo me he acercado más.

—Tienes razón... —Asintió observando de nuevo el cepillo—. Lo llevaré. Le diré a Cloe que la idea de comprarle un cepillo para perros fue tuya.

—Quieres que lo use para dejarme el culo como la bandera de Japón, ¿verdad?

—Sería digno de ver... —contestó bromeando—. Creo que le voy a llevar una taza y una bola de nieve como la de tu hermana. Colecciona ambas cosas.

—Buena idea —confirmó Marc ayudándola a elegir.

Cuatro tiendas de souvenirs fueron suficientes para terminar las compras. Quedaba mucha mañana por delante. Fueron a dejar las bolsas al hotel y cogieron sus bártulos para ir hacia la playa. El calor apretaba cada vez con más fuerza.

—Ojalá esto durara para siempre —dijo Marc mientras tomaban el sol.

—Ojalá... —afirmó ella—. Pero aún estamos aquí. Nada puede salir mal...

Cerró los ojos y dejó que los rayos de sol siguieran acariciando su rostro.

—Muy graciosa —dijo Marc tocándose el abdomen—. Encima está caliente.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora