· CAPÍTULO 25 ·

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Eran poco más de las nueve cuando la luz los despertó. La efusividad de la noche anterior hizo que se olvidaran de bajar las persianas. Los primeros rayos de sol bañaban sus cuerpos desnudos. Permanecieron en silencio, mirándose a escasos centímetros.

—Buenos días, ojazos —dijo Claudia acariciando los labios de Marc.

—Buenos días, preciosa. —Le mordió el dedo con picardía.

Marc le había dicho que tenía preparado un plan sorpresa. Se pegaron una buena ducha, bajaron a desayunar y subieron de nuevo a por algunas cosas.

—¿Vas a ser tan cruel de no darme ninguna pista? —Puso cara de pena.

—Mmmm... Sí —afirmó él con una sonrisilla orgullosa—. Solo te diré que necesitas toalla, bikini, crema del sol, matarratas y un cuchillo jamonero. Con eso tienes suficiente. —Se cogió la barbilla y miró al techo dubitativo—. Creo...

—¡¿Qué!? ¿Cómo que matarratas y un cuchillo jamonero?

—Bueeeeeno, vale... —contestó muerto de risa—. Podemos omitir esa parte.

—¡Bobo! —Le lanzó una toalla que Marc cazó al vuelo.

—¿Has visto qué reflejos? —Guiñó un ojo—. Te voy a llevar a un sitio increíble.

—¡Me muero de ganas!

Prepararon las mochilas y bajaron al coche. Podrían haber ido a pie, pero así aprovecharían mejor el día. Además, si luego estaban cansados mejor volver en coche.

—Vamos un momento al supermercado —dijo Marc mientras conducía—. No recuerdo si allí había algún restaurante cercano para comer...

—Podríamos comprar una bolsa térmica... Evitaríamos terminar bebiendo pis.

—¡Cierto! —Asintió riéndose—. ¡Qué inteligente y preciosa es mi chica!

—¿Oyes eso? Boing, boing, boing... ¡PELOTA! —Carcajeó.

Dicho y hecho. Pararon un momento en un supermercado cercano. Compraron una bolsa nevera, comida y bebida. Estaban listos para continuar. Pasaron unos minutos más en carretera. Se alejaron por completo del centro de la ciudad. Cada vez se encontraban a mayor altura. Marc no soltaba prenda sobre el destino, ni una sola pista. Pasadas las once y media dejaron el coche en un aparcamiento rodeado de árboles.

—Listo —clarificó Marc—. Ya vendremos luego a por la comida.

—Tú mandas... —respondió Claudia—. Pero solo por esta vez.

Salieron del coche y se dejó llevar por los pasos de Marc. Claudia miraba intrigada el bonito paisaje. Recorrieron unos metros y llegaron a un sendero de piedra que parecía no tener fin. Se trataba de un paseo elevado que bordeaba toda la costa. En su recorrido se divisaban numerosos acantilados, playas, montañas, frondosos árboles... Sus ojos se abrieron con fascinación ante aquellas impresionantes vistas. El vívido azul del cielo y el mar, mezclado con el potente verde de la naturaleza, hacía que aquella imagen fuera realmente espectacular. Se quedó sin palabras durante unos segundos. No era para menos.

—No me extraña que sea uno de tus sitios favoritos... —Seguía boquiabierta mientras caminaban de la mano por aquel paseo—. Es como estar en el paraíso.

—Tú lo haces aún más bonito —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Esta ruta conecta la playa de San Lorenzo con la playa de La Ñora. Es maravillosa. Bordea parte de la costa de Gijón. Hay varias playas y calas por el camino.

—Es asombroso. —No podía quitar ojo a todo lo que iba observando a su paso.

—Es un buen sitio para desconectar del mundo y recargar pilas. Además, recuerdo que solía estar siempre bastante tranquilo. Salvo días puntuales por el turismo.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora