· CAPÍTULO 26 ·

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<<Último día...>>, pensó Claudia con tristeza al abrir los ojos.

Ese pensamiento se esfumó cuando se giró y lo vio allí tumbado. Tenía el pecho al descubierto. El resto de su cuerpo lo tapaba la fina sábana blanca. Se sentía muy afortunada. Estaba contemplando aquella preciosa escena cuando dos ojos verdes se clavaron en ella acompañados de una silenciosa sonrisa.

—Hola, madrugadora. —Tocó su nariz con el dedo índice.

—No podía perderme estas vistas... —Acarició su pecho con suavidad.

Marc fue a alzar la persiana. Como siempre, la habían dejado a medio bajar. Los vívidos rayos de sol iban iluminando su desnuda anatomía. Claudia disfrutó de las vistas.

—Te pondré un lazo y te meteré bajo el árbol de Navidad —dijo desde la cama.

—Mientras no me lo ates aquí... —Se señaló el pene riendo.

—Me acabas de chafar el plan. —Lo miró ladeando la cabeza—. ¡Castigado!

Marc se abalanzó sobre la cama. Se puso encima de su chica y empezaron a juguetear con sus bocas. La intensidad de sus ganas comenzó a zarandear el colchón. Los enérgicos golpes del cabecero contra la pared fueron la banda sonora del inicio de aquel domingo. Después se dieron una merecida ducha y bajaron a reponer energía.

—¡Qué maravilla el buffet libre! —dijo Marc mientras llenaba su bandeja con zumo, café y suculentos dulces—. Todo este contenido alto en azúcar y chocolate me está pidiendo a gritos que me lo coma. Me ponen ojitos. —Se encogió de hombros.

—¡Qué excusa más mala! —respondió cogiendo un par de magdalenas y un trozo de tarta de queso—. Ese trozo de lechuga mustia de ahí, ¿no te pone ojitos?

—Esa lechuga me mira con cara de <<me caes mal. Si me comes tendrás tantos gases que no te hará falta coger el avión para volver a casa. Avisado estás>>.

—¡Ya, claro! —respondió Claudia desequilibrando su bandeja a causa de la risa.

Comieron hasta que no pudieron más. El café y el zumo fue lo más saludable que pasó por aquella mesa. Una buena sobredosis de glucosa impregnó sus estómagos. Pasaron por la habitación a lavarse los dientes y salieron para aprovechar la mañana.

Fueron paseando al casco antiguo de la ciudad. Visitaron el Ayuntamiento, la Plaza Mayor y las antiguas calles de piedra que recorrían aquella histórica zona. Sacaban fotos mientras comentaban los edificios que más les llamaban la atención. También buscaron información en el móvil sobre los lugares más emblemáticos. Después siguieron profundizando en el barrio de Cimadevilla. Sacaron la foto de rigor con el famoso árbol hecho con botellas de sidra que había en el puerto. Los múltiples barcos los vigilaban.

Continuaron caminando, embriagándose con hermosura de aquel paisaje bañado por el sol. Llegaron al popular cerro de Santa Catalina. Se trataba una conocida península que se alzaba sobre el mar Cantábrico. En su día había sido un complejo militar. En la actualidad lo habían reformado, conservando parte del encanto y las construcciones militares de entonces. Estaba coronado por un bonito parque lleno de árboles y vegetación. En lo alto de la colina se alzaba un imponente monumento llamado el Elogio del Horizonte. Era una escultura de hormigón de grandes dimensiones, formada por dos pilares principales sobre los que se apoyaba otro pilar circular abierto. Parecía una especie de herradura. Su autor era el escultor vasco Eduardo Chillida.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora