· CAPÍTULO 37 ·

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Había dormido como un tronco. Ni siquiera había escuchado a Cloe irse a trabajar. Qué bien le había sentado aquella escapada. Hacía más de un año desde la última vez que habían podido sincronizar agendas para irse a Milán. Solían intentar hacer siempre uno o dos viajes anuales. Daba igual el destino o los días que pudieran coincidir. Lo único importante era seguir creando momentos en común.

Levantó la persiana con energía. El martes estaba vestido en tonos grises. El cielo se cubría perezoso entre inmensos mantos de oscuras nubes. Abrió la ventana y un desagradable viento erizó su piel. Se arropó con la larga camiseta que usaba como pijama. El verano parecía haberse tomando un descanso. La temperatura había descendido discretamente. Se acercó a la mesita y cogió el móvil. La luz led no dejaba de parpadear. Tenía varios correos de publicidad y spam, mensajes de sus amigos y uno de su chico.

—¡Es verdad! Marc llegaba hoy —dijo sonriente abriendo el mensaje.

Marc le confirmaba que ya estaba en Barcelona. Había llegado sobre las nueve. Le contó que el viaje de vuelta había sido tranquilo. Se lo habían pasado muy bien en País Vasco. También le propuso comer juntos en el centro para ponerse al día.

—¡Me encantaría! Me muero de ganas por verte. —Aceptó entusiasmada.

—¡Perfecto! Te he echado mucho de menos, preciosa —escribió él.

La sonrisa que lucieron sus labios iluminó con fuerza toda la habitación. Siete días enteros sin verlo dispararon sus ganas de comérselo a besos. Tampoco habían hablado demasiado durante aquella semana. Le gustaba dejarse espacio, sobre todo cuando estaban compartiendo tiempo con otras personas. Era una de las normas no escritas de su relación. Además, así cuando se veían tenían un montón de aventuras que contarse.

Desayunó leyendo las últimas noticias en el móvil. Luego se puso a fregar el suelo. Cuando terminó se tumbó un rato en el sofá a descansar. Vio un poco la televisión y fue sin prisa a la ducha. Aún tenía tiempo de sobra. Se estaba enroscando en la toalla para empezar a prepararse cuando recibió otro mensaje de Marc: <<Al final no puedo quedar a comer, lo siento. ¿Nos vemos en mi casa a las cinco? Ya te explicaré. Un beso>>.

—¡Perfecto! Un beso —escribió Claudia.

Seguramente se le habría echado el tiempo encima. Deshacer la maleta llevaba su proceso. Y aprovecharía para ir a ver su madre y a su hermana también. Lo importante era que iba a verlo en unas horas. Daba igual dónde. Claudia siguió preparándose, con más calma todavía. Eligió un bonito vestido color lavanda. Lo acompañó con unas sandalias blancas con un poco de tacón. Recogió el pelo en una coleta alta.

Esperó a que llegara su amiga para comer juntas. Cloe la abrazó hasta dejarla sin aire cuando entró y vio la mesa preparada. Las lentejas con arroz que preparaba Claudia eran uno de sus platos favoritos. Salvando la vez que las había quemado por un ligero despiste. Tuvieron que tirar la cacerola a la basura. No había forma de despegar aquello.

—Si vas a pedirme dinero, te diré que estoy pelada —bromeó su amiga.

—¿A que te dejo sin comer? —amenazó Claudia riéndose.

—Mi mejor amiga nunca haría eso. Es maravillosa. La adoro. Y tiene un pelo taaaaan bonito... Le huele a frutas. —Cloe suspiró embelesada.

—Te voy a dar yo a ti frutas... —Zarandeó la cabeza y sonrió con la mirada.

—Que sea plátano, por favor —El tono pícaro de Cloe arrancó varias carcajadas.

Terminaron de comer mientras Cloe la ponía al día de sus últimos avances laborales. Después de fregar los platos Claudia acabó de arreglarse. Guardó las cosas en el bolso y salió hacia casa de Marc. Había cogido una chaqueta fina. Estaba algo fresco.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora