· CAPÍTULO 34 ·

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El penúltimo día del mes había llegado. El treinta de agosto era una fecha muy especial. Era el cumpleaños de Marc. A las doce de la madrugada Claudia ya lo había felicitado. Tenía la costumbre de felicitar a la gente que quería nada más que comenzaba el día. Le mandó un cariñoso texto cargado de sinceridad. Trató de arrancarle unas cuantas sonrisas. A juzgar por el audio que él le envió como respuesta, lo había conseguido.

Al final de aquel mensaje había incluido unas misteriosas palabras: <<30 de agosto. 13:00h. No faltes>>. Era parte de la sorpresa que llevaba días preparando. Sabía que era un día más para él. Nunca había vuelto a cobrar sentido desde que su padre los había abandonado. Aquel año trataría de cambiarlo. Su chico lo merecía. Eso sí, por más que Marc trató de sacarle información, Claudia no soltó prenda. Lo único que añadió fue una ubicación. Él la conocía perfectamente. Era la dirección de su propia casa.

—¿Ni una pequeña pista? Me tienes en ascuas... —había escrito Marc.

—Sigue las instrucciones, pronto saldrás de dudas —había respondido ella.

No tenía pensado dar el brazo a torcer. Ultimó detalles y se aseguró de que todo iba según lo previsto. Esperó a la mañana siguiente para enviarle otro mensaje:

<<En treinta minutos baja, tengo que darte una cosa>>.

Aún no era la una y Marc ya estaba delante del portal. Miraba el móvil nervioso y se rascaba la nuca con frecuencia. Claudia lo observaba a través de parabrisas. Paró el coche de alquiler frente a su chico y tocó el claxon. Marc dio un brinco mientras ella saludaba muerta de risa.

—Puede usted subir, caballero —dijo bajando la ventanilla del copiloto.

—Eso si mi corazón se sobrepone del susto... —Se subió al coche inquieto.

—Ahora... Vas a taparte los ojos con esto y no te lo vas a quitar hasta que yo te diga —explicó Claudia cogiendo un pañuelo del asiento trasero—. ¿Entendido?

—A sus órdenes —respondió atándose el pañuelo.

—¿Ves algo? —Pasó la mano por delante de su cara.

—Nada de nada...

—Perfecto... ¡En marcha! —avisó Claudia arrancando el coche.

—Y vamos a... —Marc movía las manos con nerviosismo sobre sus muslos.

—Vamos a... Donde marca el GPS. ¡Ah no! que no puedes verlo.

—¡Qué cruel!

Se pusieron en marcha. Por más que lo intentaba, Marc no pudo sonsacarle nada. El sonido del motor, la radio y una animada conversación con su chica fueron sus acompañantes de viaje. Claudia disfrutaba viendo cómo se movía inquieto en el asiento. Trataba de disimular, pero estaba igual que un niño el día de Reyes. Sus atropelladas palabras desprendían ilusión. En media hora el coche se paró.

—¿Ya puedo recuperar la vista?

—Aún no —negó Claudia—. Ahora vamos a salir del coche. Yo te ayudo.

—¿¿En serio?? Ya me veo en urgencias o desdentado. Me la pego seguro...

—Tranquilo, yo seré tus ojos —dijo ella riéndose.

—No sé si eso es bueno, o regular... —bromeó.

—¡No te pases! Esas bambas son demasiado bonitas. Sería una pena que se estamparan en algún mojón, ¿no crees? —Trató de picarlo para que se relajara.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora