· CAPÍTULO 14 ·

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Un café bien cargado durante el descanso fue suficiente para volver a su mesa y continuar tecleando a ritmo vertiginoso. El cuerpo y la cabeza de Claudia habían decidido tomar caminos dispares. Uno estaba inmerso en un informe para Dublín. La otra hacía retrospectiva recordando los últimos acontecimientos de su vida. Parecía mentira que hubieran pasado dos semanas desde aquella inolvidable cena sorpresa de Marc.

La cosa no se había quedado ahí. A la mañana siguiente ya habían organizado la siguiente quedada. La frecuencia de sus encuentros aumentó progresivamente. Se escribían a diario. Les gustaba jugar a descubrirse un poco más. Pasaron de ser dos desconocidos a eso que ellos solían denominar <<amigos especiales>>. Las chispas que brotaban de sus cuerpos fantaseaban con hacerse incandescentes.

Intentaban compaginar horarios. Trataban de buscar siempre un rato libre para verse, tomar algo o comer en cualquier sitio, o incluso dar un paseo de veinte minutos exactos en días en los que el tiempo apretaba un poco más. La llama de la ilusión brillaba con fuerza. Pero también había que trabajar y, por supuesto, parte imprescindible de su tiempo estaba destinada a su familia y amigos. Esa era una de las cualidades que más apreciaban el uno del otro. Coincidían en que había espacio y lugar para todos, y debían respetar y cuidar al resto de personas de su vida.

Hubo alguna presentación oficial. La primera en conocer a Marc fue Cloe. Ante su insistencia, habían ido a tomar algo a una cervecería del centro, un jueves por la tarde después del trabajo. Varias cañas recorrieron aquella mesa bañada por el sol. La sombrilla que los protegía contempló el buen rollo que surgió entre Cloe y Marc. Claudia no podía sentirse más satisfecha. Intuía que se llevarían bien, pero comprobarlo fue fantástico.

—¡Dios! ¡Qué guapo! —le había dicho Cloe de camino a casa.

—¿Y lo amable y simpático que es? —respondió orgullosa.

—Sí, pero entiéndeme... —Su amiga puso cara de pícara—. Eso pasa a un segundo plano cuando te quedas embobaba mirando esos ojazos verdes.

—Cierto, pero no te olvides que está ocupado —dijo bromeando.

—Tranquila, antes me metería a monja que quitarle un novio a una amiga. Pero si algún día os interesa navegar por el mundo de los tríos, acuérdate de mí, ¿vale?

—Lo tendré en cuenta. —Ambas se rieron.

Otro día fueron a comer con Lucas. En la primera presentación apenas habían tenido tiempo. En esa comida pudo conocerlo mejor. Le contaron que eran amigos desde el instituto. Siempre les tocaba sentarse juntos, por su apellido. Aquellas interminables mañanas de clase crearon un vínculo muy especial que terminó haciéndolos inseparables. Le narraron sus gamberradas y anécdotas más memorables. Lo mejor que pudo pasarle a Marc aquel miércoles fue que su chica y su mejor amigo congeniaran tan bien. No podía pedir más. Su cara reflejaba el tremendo alborozo que portaba en su interior.

—Me ha caído muy bien —había confesado Claudia cuando Lucas se marchó.

—Es un buenazo —afirmó él—. Siempre puedes contar con él.

—¿Y tiene pareja?

—Tenía... Hace cinco meses lo dejó con su novia. Llevaban tres años, pero le engañó con su jefe —explicó Marc.

—Pobre... Tuvo que pasarlo fatal.

—Bastante. Aunque ya está mejor. Los pilló montándoselo en la tienda en la que trabajaba. Fue a buscarla por sorpresa y... —Su cara de desagrado dijo el resto—. Se exculpó diciendo que era culpa del ambientador... ¿Te lo puedes creer?

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora