· CAPÍTULO 23 ·

37 15 15
                                    


Agosto había entrado con sabor amargo. El verano seguía pintando el cielo de un profundo azul. El jolgorio en las transitadas calles era aún más notorio. El sol entraba con fuerza a través de los ventanales de la empresa. Pero el paso de los días transcurría en tonos grises para Claudia. Estaba inmersa en la rutina. Solo deseaba que llegara la hora de salir para irse a casa y descansar.

Hacía más de una semana que había perdido una parte importante de su vida. Aún recordaba la dureza con la que la miraron aquellos preciosos ojos verdes por última vez. No había vuelto a verlo. Tampoco había tenido noticias suyas. Su corazón estaba totalmente destrozado. Las pequeñas chispas de esperanza que portaban sus latidos se fueron haciendo cada vez más débiles. La ilusión se escapó entre sus dedos. No tuvo más remedio que aceptar que aquello era un punto final.

En más de una ocasión había pensado en escribirle. Pero esa idea se esfumaba rápidamente de su cabeza. No era justo. La culpa había sido suya. Merecía espacio y tiempo, aunque eso significara perderlo para siempre. No había un solo día en el que no se sintiera culpable. Pero ya no había vuelta atrás. El pasado no puede borrarse. Solo le quedaba seguir adelante y quedarse con lo bueno, como bien le había dicho él. Jamás lo olvidaría, eso lo tenía claro.

Quién le iba a decir que agradecería tanto la excesiva carga de trabajo. Cuanto más ocupada estuviera, menos tiempo tendría para pensar y hundirse más. La cabeza y el corazón eran ahora mismo sus peores enemigos. Suerte que tenía a sus amigos para levantarla cada vez que volvía a estrellarse contra el suelo. Valían su peso en oro. Desde que se lo había contado no habían dejado de preocuparse ni un solo minuto por ella. Le reventaban el móvil con cualquier cosa que sirviera para sacarle una sonrisa. Quedaban siempre que podían. Entendían a Marc, pero también a ella. Al fin y al cabo, era su amiga. Los amigos son la familia que uno elige. Y ella no podía sentirse más afortunada de su elección. Incluso su madre le había brindado su apoyo. Lejos de mantenerse al margen, como en otras ocasiones, había estado ahí para arroparla. Cosa que agradecía.

—No te rindas tan fácilmente, ni des nada por hecho —había aconsejado su madre por teléfono—. Es muy reciente. No sabes si será definitivo o algo puntual. Es lógico que le haya dolido. Pero si os queréis de verdad, si lo vuestro es tan fuerte y bonito como me decías, saldrá adelante. Puede que no ahora, ni en unos meses. Pero lo bueno siempre acaba pesando más.

—Gracias mamá... Ojalá tuvieras razón. Pero creo que no hay vuelta atrás.

—Lo único que quiero es verte feliz. Hacía tiempo que no te veía tan bien y con ese brillo en los ojos. Con Bruno jamás te vi así de ilusionada. Ni siquiera al principio.

—Es que era diferente... Marc es diferente. Yo tampoco me había sentido así con nadie. No sé explicarlo. Pero bueno, supongo que ahora ya da igual...

—Ahí está la clave —dijo su madre.

—¿Dónde?

—En que no sabes explicar por qué. Es algo que sientes, que no puedes medir con palabras. Ahí radica la base de las cosas bonitas y únicas. No pueden explicarse.

Esas palabras de su madre la habían ayudado mucho. Saber que contaba con su apoyo, y que estaban más cerca que nunca, la hacía sentir francamente bien. No sabía qué había pasado el día de la exposición de arte, pero desde entonces su relación había dado un giro radical. Eso iluminaba un poco la oscuridad en la que estaba sumido su corazón.

La mente de Claudia volvió a centrarse en los informes que tenía en la pantalla. Aquella mañana en la oficina era exactamente igual que el resto. Trabajo, trabajo y más trabajo. Con la pequeña diferencia de que cada vez que veía a Bruno sentía arcadas. La indiferencia había pasado a profunda rabia. Con su padre las cosas tampoco eran muy distintas. Después de aquel último encontronazo no se habían vuelto a dirigir la palabra. Hablaban solo para lo estrictamente profesional, y en tono más frío y distante que nunca. Estaba tan cansada que ni siquiera tenía fuerzas para discutir. Sabía que la culpa de su ruptura con Marc había sido solo suya, pero no podía evitar culparlos también a ellos.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora