· CAPÍTULO 22 ·

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El descontrol había tomado el mando en la oficina. Los teléfonos no dejaban de sonar. La gente no despegaba la vista del ordenador. Tecleaban sin parar. El estrés podía palparse en el ambiente. Menos mal que Natalia ya había empezado sus vacaciones. Claudia no soportaría un nuevo susto como el de la otra vez.

Agitaba el bolígrafo que tenía en la mano sin cesar. Llevaba varios minutos intentando contactar con un empresario belga y no había manera. El trabajo se acumulaba y su bandeja de entrada no dejaba de recibir emails. Estaba tan saturada que nada más tuvo oportunidad salió pitando hacia la cafetería. Necesitaba un buen pincho de lo que fuera para sobrellevar aquello.

—Deberías haber venido ayer... —dijo alguien mientras daba un trago a su zumo.

—Señor dame paciencia... —murmuró mientras Bruno se sentaba en su mesa.

—A tu padre no le gustó nada que apareciera solo. —Se encogió de hombros.

—¿Crees que me importa?

—Te importará. —Puso una sonrisa de prepotencia que le provocó náuseas.

—¿Cómo dices? —No llegó a comprender del todo aquellas palabras.

—Debo irme —Bruno se levantó—. Tengo que preparar la reunión de esta tarde.

—Ya estás tardando. —Sonrió con desgana mientras se esfumaba.

Terminó el sándwich vegetal y subió a su planta. La segunda mitad de la mañana fue igual de intensa, pero se escapó a mayor velocidad. Con el estómago lleno el trabajo se afrontaba de otra manera. Además, los directivos y algunos departamentos tenían una reunión importante por la tarde. Eso hizo que no estuvieran presionando como de costumbre. Esa pequeña libertad permitió gestionar mejor la sobrecarga. Claudia salió media hora tarde, pero no tuvo que aguantar ninguna bronca. Eso siempre era positivo.

Cruzó la puerta de salida con presteza. Buscó con la mirada entre la multitud y su cara se iluminó por completo. Lo vio entre los viandantes. Marc estaba apoyado en una de las farolas que había en las inmediaciones del edificio. El sol bañaba su pelo dándole un precioso tono dorado. Cuando cruzaron miradas sus sonrisas colorearon la calle.

—¿Llevas mucho esperando? —saludó dándole un beso en la mejilla.

—¡Qué va! —Marc le dio un beso en los labios—. Solo un par de años, cuatro meses, y algún que otro día... —murmuró riendo.

—Exagerado... —Sonrió zarandeando con mimo su mano.

—Esperaría lo que fuera con tal de verte un rato. Aunque fueran cinco segundos.

Le abrazó tan fuerte que no hizo falta respuesta. Apoyó su cabeza contra su pecho, impregnándose bien de aquel maravilloso aroma. Acto seguido se dirigieron hacia el restaurante mexicano donde iban a comer. Mientras caminaban iban poniéndose al día de sus respectivas mañanas laborales. Paseaban cogidos de la mano, sin prisa, disfrutando del concurrido y caluroso ambiente estival.

Cuando llegaron quedaba libre una de las mesas de la terraza. Allí se sentaron a degustar una suculenta tabla de tacos variados y unos nachos, con un par de cervezas. De postre pidieron helado. Era lo único que entraba después de toda aquella comida.

—¿Sabes a quién me he encontrado cuando te estaba esperando? —dijo Marc mientras atacaba con la cuchara su helado de vainilla.

—¿A quién? —preguntó haciendo lo mismo con el suyo.

—A tu ex. Y tenías razón... Confirmo que es tonto del culo —asintió riendo.

—No imaginas cuánto... ¿Te ha dicho algo? —preguntó intrigada.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora