· CAPÍTULO 35 ·

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La tarde comenzaba su decadencia. Había llegado la hora. Claudia se dio los últimos retoques frente al espejo de su habitación. Fijó bien la peluca rubia. Había sido buena compra. Miró por última vez su reflejo e inhaló en profundidad. Se puso firme. No podía quedar espacio para las dudas. Amarró los salvajes nervios como pudo y salió.

—¿Lista? —preguntó Cloe terminando de ajustar su peluca pelirroja.

—Lista —confirmó—. Cloe... Aún estás a tiempo de echarte atrás. No estoy segura de las consecuencias si el plan sale mal.

—Ni loca —sentenció su amiga—. Contigo me iría al mismísimo infierno.

—Bien... —Lanzó un gesto de agradecimiento—. ¿Has avisado a tu amigo?

—Todo va según lo previsto. Jon estará allí a la hora indicada.

—Que la suerte nos acompañe entonces...

Cogieron los bolsos y salieron por la puerta. Se habían puesto ropa poco habitual en ellas. Cualquier imagen que las alejara de su usual aspecto sería una oportunidad. Llevaban dos trajes de chaqueta y pantalón en tonos oscuros. Unos elevados tacones completaban el modelo. No serían útiles para salir corriendo, pero tampoco podrían. Si el plan se torcía no habría carrera que pudiera evitar el fatídico desenlace.

Comenzaron el viaje en metro tratando de distraerse entre conversaciones banales. El calor de aquel vagón les provocaba ligeros picores en la cabeza. Ponerse peluca en verano, con aquellas temperaturas, no era muy recomendable. Los nervios campaban a sus anchas por el delicado cuerpo de Claudia. No dejaba de morderse el labio. Cruzaba y movía las piernas de forma alternativa. Golpeaba el dedo índice contra el muslo de forma intermitente, cada vez más rápido. Cloe también se mostraba nerviosa. El silencio comenzó a imperar según fueron transcurriendo los minutos.

—Esta es nuestra parada —dijo levantándose del asiento.

Abrieron la puerta del vagón y dirigieron sus pasos hacia las escaleras mecánicas. Una oleada de calor asoló sus caras cuando salieron al exterior. Comenzaron a caminar en la dirección indicada. Claudia miraba con frecuencia el reloj. Si querían que todo saliera bien, no había tiempo que perder. Tampoco tenían demasiado margen.

No tardaron mucho en ver el llamativo edificio de cristal. Evitaron la puerta principal. Bordearon la elevada construcción y fueron hacia la entrada que conducía al parking. Vieron a Jon en las inmediaciones. El amigo informático de Cloe vestía un elegante traje y portaba un maletín de piel. Llevaba un bigote postizo y unas gafas de cristal. Había olvidado por un día sus vaqueros y camisetas de Marvel. Estaba disimulando con en móvil unos cuantos metros más allá. No podían llamar la atención. Cuando las vio se acercó con sigilo. No hubo saludos efusivos, solo un simple gesto de cabeza que pasó desapercibido. Lo tenían todo medido al milímetro. O eso parecía.

Observaron discretamente la entrada desde la lejanía. No había nadie rondando. Tampoco había coches entrando o saliendo. Solo aquella barrera de rayas blancas y rojas los separaba del interior. Se miraron con decisión y asintieron. Cruzaron con agilidad y con la vista puesta únicamente al frente. La partida había dado comienzo.

Se dirigieron hacia el fondo y esperaron frente al ascensor la orden de Claudia.

—Es la hora —dijo mirando el reloj—. Es raro que el equipo de limpieza siga allí.

—Adelante —respondió Cloe apretando el botón.

—Vamos al lío —confirmó Jon colocándose ansioso las falsas gafas.

El invierno de tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora