1: El trato

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Pisadas firmes y pesadas se abrían paso por el pasillo desierto. El sonido de las suelas retumbaba como pequeñas explosiones cada vez que sus pies tocaban el piso y se perdía en un suave eco al encontrarse con los barrotes de las celdas. La atmosfera en ese lugar era silenciosa, casi podía sentir los latidos de su corazón golpeando, nerviosos, dentro de sus oídos. La mujer de rojo tomó aire y miró hacia la oscuridad casi infinita en la que comenzaba a adentrarse. Giró el manojo de llaves entre sus dedos, como un intento burdo de callar todas las dudas que tenía. Se había arrepentido, sin embargo, ya le había dado su palabra a Minji y no podía echarse para atrás como si nada.

El final del pasillo estaba cerca cuando por fin se detuvo. Dejó su mano quieta y las llaves tintinearon una última vez antes de que el silencio volviera a apoderarse del ala de calabozos. El intermitente goteo de una tubería rota en algún rincón había pasado desapercibido para ella hasta ese momento y de repente se hizo eco en sus oídos, era de cierta forma inquietante, le resultaba similar al sonido de las manecillas de un reloj avanzando. Humedeció sus labios antes de suspirar, pequeñas nubes de vapor salían de su boca y se difuminaban en frente de sus mejillas entumecidas, se abrazó a sí misma en busca del calor que su elegante uniforme no le brindaba. El ambiente era ya de por sí gélido y el gris de las paredes, sumado a la humedad y la casi nula iluminación lograban una atmósfera congelada que empeoraba cuando sus manos desnudas hacían contacto con las llaves.

Tomó una de ellas y golpeó los barrotes, el chasquido metálico se extendió hasta el fondo de la celda oscura e hizo que una esbelta figura se revolviera en su interior.

—Tengo un trato para ti —dijo la mujer de rojo sin molestarse con las presentaciones.

Su voz se vio multiplicada por la soledad del lugar y la figura se incorporó con algo de esfuerzo, tambaleó en su sitio cuando por fin estuvo de pie.

— ¿Un trato? —preguntó con cierto dejo de confusión una suave voz femenina desde detrás de los barrotes.

La tenue luz del pasillo comenzaba a acariciar a la joven en el interior de la celda dejando a la vista un rostro de suaves facciones que se perdían entre magulladuras y moratones. Sus rasgos se enmarcaban por un cabello sucio y enmarañado de color negro y algunos destellos de verde pálido aparecían entre mechones. Sus labios, pequeños y rosados, estaban quebrados y maltratados por el frio; sus ojos, opacos, apagados, extrañaban el brillo de días mejores. Andrajosas prendas cubrían su cuerpo delgado y apretó los párpados con fuerza cuando la luz la golpeó de lleno.

La mujer de rojo la miró de arriba abajo, una mueca de asco en su rostro se esforzaba por esconder la mezcla de sentimientos que esa prisionera le provocaba. Odio, desconfianza, incluso un poco de miedo era lo que tenía para ella, sin embargo, la trató de la forma más neutra posible.

— Un trato entre tú y nosotras, Kim Yoohyeon —contestó con tono claro, no esperó respuesta, desenganchó las esposas de su cinturón y las abrió, esperando pacientemente a que la prisionera se acercara.

Yoohyeon la miró bastante confundida, pero extendió los brazos en el acto y sintió el helado roce del acero en sus muñecas cuando las esposas se aseguraron "clic" que se extendió por todo el silencioso pasillo y terminó por perderse en alguna parte.

—Daremos un paseo.


⸻ ☾ ⸻


Para Yoohyeon, salir de los de calabozos fue extraño, incluso llegó a asustarla un poco. Cuatro años habían pasado desde la última vez que fue libre —si es que en algún momento lo había sido— el aire del afuera no se sentía pesado ni mucho menos viciado, no tenía esa molestia al respirar que le dejaba la humedad de su celda, en su lugar, el exterior olía ligeramente a tierra suelta. El exterior —aunque solo se tratara del patio cercado por los muros de la prisión— se sentía cálido y limpio, no le importaba tener a un guardia armado a su derecha y a una militar de alto rango al otro lado, para ella era suficiente.

Sintió una leve presión en su pecho y cosquillas en sus labios, contuvo su sonrisa mientras las cadenas en sus tobillos raspaban con el suelo de concreto con cada paso que daba. Creyó oír el cantar de un ave en la lejanía confundirse con las palabras de la mujer de rojo y volteó hacia ella para darle la atención que le correspondía.

—... y estamos al tanto de tu situación —volteó hacia la prisionera sin dirigirle la mirada— te hemos investigado.

Los tres caminaban a paso lento, el paseo no era más que una mera excusa que inventó la uniformada para alejarse de la insoportable peste de los calabozos y una manera fácil para plantear su propuesta.

—Sahara se está saliendo de control —continuó la mujer.

Yoohyeon se estremeció con solo oír ese nombre y cientos de memorias que había enterrado se revolvieron en su cabeza, de repente, cada moretón en su cuerpo parecía doler otra vez, su sangre parecía arder y uno de sus ojos comenzó a palpitar. Mordió el interior de su mejilla en busca de calma.

—Y tú tienes lo que necesitamos —dijo al tiempo que se detenía junto a una caseta de vigilancia— esto es lo más cerca que jamás estarás de ser libre de nuevo, Yoohyeon.

La prisionera se mantuvo en silencio y la mujer de rojo intercambió una rápida mirada con el guardia que las escoltaba.

—¿Sabes leer? —preguntó mientras revolvía entre los papeles de un carpetín que parecía haber estado esperando dentro de la caseta.

La prisionera miró a la uniformada, luego al guardia y frunció el ceño. La mujer hizo un gesto de fastidio con su mano, intentando, en vano apurar la respuesta.

—Si —se apresuró a contestar por ella el guardia— ella sabe.

La mujer asintió y le entregó los papeles al chico antes de voltear de nuevo hacia Yoohyeon.

—Lo más cerca... —enfatizó antes de alejarse de ambos.

Invitaba a la prisionera a pensar su respuesta, aunque aquello —pensó— había sonado más como algún tipo de amenaza.

Rojo (JiYoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora