23 Perdidas

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Rojo.

A través de los ojos de Yoohyeon todo se veía contaminado por un filtro rojo. El dolor físico, el agotamiento mental y la desesperación que comenzaba a desbordarla hacían que su vista se viera borrosa, tambaleante. Un molesto zumbido presionaba su cabeza y no le permitía pensar con claridad. La sangre circulaba, agitada, por todo su sistema y llegaba a sus oídos provocando un insoportable golpeteo en sus tímpanos que la aturdía aún más.

Corría lo más rápido que su cuerpo herido le permitía. Pequeños escombros de piedra eran arrastrados por sus erráticos pasos y terminaban por chocar contra alguna pared cercana, rebotando y provocando un suave repiqueteo mientras avanzaba dentro de ese enorme edificio que, aunque le hubiese encantado olvidar, recordaba como si hubiera caminado por sus pisos lodosos apenas ayer.

Altas paredes se alzaban a dondequiera que mirara. En las alturas, angostas ventanas con cristales sucios y marcos oxidadas dejaban pasar apenas los rayos del sol que luchaban por iluminar esas estructuras fracasando en el intento. El techo de hojalata resquebrajada y reseca tenía agujeros enormes por donde se lo mirara, la poca luz que había se colaba a través de ellos, permitiendo que pequeñas plantas parásito comenzaran a crecer en los muros, floreciendo entre los ladrillos, llevando con ellas un mensaje falsamente esperanzador. El olor a moho y humedad era casi asfixiante ahí dentro y, luego de cuatro años sin verlo, no parecía haber cambiado en lo más mínimo.

Aún conservaba un mapa mental del mismo momento en que había huido.

Reconocía cada rincón, cada marca, cada grafiti; después de todo, ese había sido su trabajo casi toda su vida. Sabía que en breve estaría frente a esa enorme escalera repleta de marcas de agua estancada y olor a orines que la llevaría bajo tierra, directamente a enfrentarse con su pasado.

La cojera en su pierna era ya más que evidente, no era médico ni tenia los menores conocimientos al respecto, pero podría asegurar que su tobillo se había esguinzado. No quería siquiera imaginar que se trataba de una fractura, pero lo cierto era que constantes punzadas subían desde su pierna e iban, rápidamente, invadiendo cada parte de su cuerpo con un agudo dolor que solo podía intentar soportar apretando sus dientes.

Sudaba. Había estado corriendo desde el mismo momento en que llegó a ese lugar y ahora, lastimada y debilitada, su transpiración se sentía helada cuando, en pequeñas gotas, se abría camino entre los cabellos más finos de su nuca y bajaba por la línea de su espalda.

Yoohyeon recostó todo su peso contra la enorme pared de ladrillos sucios y revoque atrofiado que parecía interminable hacia donde la viera. Viejos dibujos hechos con aerosoles de colores brillantes resaltaban entre los tonos ocres y grises que predominaban en todo el lugar. La sensación rasposa y fría del muro pinchaba contra la piel de sus brazos y enganchaban el fino algodón de su camiseta ya endurecida por la sangre seca en ella con los pequeños granos de cemento viejo que sobresalían del muro.

Volteó hacia el camino oscuro que ya había recorrido rogando que nadie la estuviera siguiendo y suspiró un poco aliviada al darse cuenta de que estaba sola. Completamente sola otra vez.

Se quitó algunos mechones de cabello húmedo que molestaban en su rostro y llevó su mano hacia la parte trasera de su cintura donde un revólver se aseguraba improvisadamente con el elástico de su pantalón. Llevó el arma frente a su rostro y con un movimiento rápido abrió la recamara, contó mentalmente cada cilindro brillante y devolvió el arma a su sitio. Solo uno de los espacios estaba vacío. Cinco balas quedaban y esperaba que no fuera necesario volver a utilizarlas.

Apretó sus dientes ante otra repentina punzada y dejó que su cuerpo se deslizara bruscamente por el muro, sin importarle los arañazos que podía sentir abriéndose en la piel de su espalda mientras bajaba, terminó sentada en el suelo contra el muro.

Rojo (JiYoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora