12 Llamas

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El olor a humo lo invadía todo, su garganta y sus ojos ardían horriblemente por lo denso del ambiente y las pequeñas partículas de cenizas que se seguían arremolinando por todo el lugar en ruinas. Hacía rato que los gritos se habían callado por completo y ahora solo estaba ella rodeada por un silencio y una quietud que presionaban su pecho con fuerza y le formaban ese incómodo nudo en la garganta.

Altos y delgados paramédicos sin rostro comenzaban a salir de las ruinas aún en llamas del edificio, desfilaban frente a ella con sus uniformes de ese blanco que parecía brillar con luz propia y dejaban cuerpos de niños calcinados a sus pies, algunos completamente carbonizados. Era horrible verlos, pero lo peor eran los cuerpos cubiertos de quemaduras de cuarto grado que llegaban hasta los huesos y le dejaban tiras de piel desprendida en sus manos cuando, por mera formalidad, les debía tomar los signos vitales.

Handong trabajaba en silencio, en piloto automático. Su mirada se perdía entre tanta muerte y las pilas y pilas de cadáveres con ojos evaporados y con la piel de colores difíciles de definir.

Su mente volvió a enfocarse cuando el sonido chirriante de una camilla dirigiéndose a ella la alertó mientras que una suave llovizna de color rojo comenzaba a caer del cielo que se escondía tras la gruesa columna humo negro que salía del edificio. Miró al frente y sus ojos se encontraron con cinco camillas con bultos cubiertos por sábanas blancas y también cinco de esos paramédicos enfocando sus cabezas carentes de facciones humanas hacia ella, sus rostros completamente blancos se contorsionaban en espasmos nerviosos que hacían crujir sus huesos. La medico comenzó a tiritar.

El dolor que le provocaba el nudo en su garganta se volvió insoportable y un pitido agudo se combinaba con el fuerte sonido de los latidos de su corazón en sus oídos mientras se acercaba a paso lento a la extraña y perturbadora escena.

Respiró hondo y cuando por fin estuvo delante de la camilla del medio se dispuso a quitar la sábana de un tirón. La suave tela cayó al suelo lodoso con un sonido viscoso, dejando descubierto un cuerpo femenino cubierto de punta a punta por quemaduras, el cabello era prácticamente inexistente, su rostro, contraído en una mueca de dolor era irreconocible, sus manos, llenas de ampollas y piel quemada estaban retorcidas y se contorsionaban en posiciones indescriptibles y una prenda roja que Handong conocía muy bien se había fundido en todo su cuerpo calcinado.

Un crujido múltiple sonó desde el lugar de los paramédicos y se giró solo para verlos apuntar sus dedos hacia ella.

—¡No!, ¡No!, ¡No!

Sus ojos se cristalizaron instantáneamente y las lágrimas no tardaron en salir, llevó sus manos a su cabeza y la tomó con fuerza mientras sentía como sus rodillas se vencían y caía al suelo presa del dolor y el pánico ante lo que había visto.

Pronto el calor la comenzó a sofocar, todo, excepto las camillas, se había desvanecido y ahora se encontró a sí misma en medio del cuartel que ardía en llamas y levantó su mirada solo para encontrarse con una inexpresiva Kim Yoohyeon caminando lentamente hacia ella. Un grito ahogado intentó salir de su garganta y despertó en su cama, cubierta de sudor.

Handong buscó aire desesperadamente.

Sobresaltada, se levantó con su pijama totalmente mojado, el frio del suelo en sus pies descalzos la tranquilizó, confirmándole que todo había sido —otra vez— un horrible sueño. Se apresuró al cuarto de baño y mojó su rostro con el agua fría que salía del grifo y miró su rostro en el espejo, mechones mojados se le pegaban en la piel y sus ojos seguían cristalizados, empañados por las imágenes con las que su subconsciente la torturaba.

Las pesadillas habían sido recurrentes en sus noches desde hacía un año, desde ese horrible incendio en la escuela, no podía descansar correctamente, las pesadillas no se lo permitían, oía los gritos de los niños ardiendo atormentarla cada vez que intentaba dormirse. Luego parte de esas pesadillas pasaron al mundo real.

Handong refregaba sus manos bajo el chorro de agua intentando quitar la asquerosa sensación que los pedazos de piel quemada que se desprendían de los cadáveres le habían dejado cuando cubrían, viscosos, sus manos y se le metía bajo las uñas.

Había muchas cosas que no podía olvidar de ese día, cosas que le hubiese encantado arrancar de sus recuerdos pero que estaba condenada a recordar por siempre, ese día se había gravado en ella junto con el fuego.

Odiaba recordar los cadáveres, el olor a humo y carne chamuscada que parecía que seguía metido en su nariz incluso un año después, pero lo que más odiaba recordar era el momento en que sacaron el cuerpo de Siyeon del edificio, el momento en que tuvo que quitarle el uniforme que se había fundido con parte de la piel de su espalda.

Todas pensaron que la perderían ese día. Quería olvidar lo que le contó la mujer mientras la trataba antes de que perdiera la consciencia.

—Las puertas... —susurraba a duras penas Siyeon— tenían candados...

Quería olvidar la maldad del mundo.

Handong miró la imagen que le devolvía el espejo y abrió sus labios intentando hablar, pero ningún sonido salió de ella —disfonía psicógena— se lamentó mentalmente llevando su mano húmeda a su garganta. Su voz se había ido perdiendo poco a poco después del incendio, los médicos que la revisaron le explicaron que no era ningún mal físico sino más bien puramente psicológico, su falta de habla se debía al trauma de lo vivido, le explicaron que tarde o temprano su voz regresaría, pero, pasado un año entero, ya comenzaba a perder las esperanzas.

Rojo (JiYoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora