Un vaso reposaba solitario en la mesita de noche de la habitación, el transparente cubito de hielo que enfriaba la amarillenta bebida se había derretido hacía ya tiempo y una delgada capa de agua flotaba por encima del resto del líquido.
Lee Siyeon descansaba boca arriba con un brazo bajo su cabeza, una de sus piernas se escapada por debajo de las suaves sabanas color vino mientras la otra se levantaba creando una pequeña pero empinada montaña bajo la tela. Sus ojos se posaron en el cuerpo desnudo que tenía a su lado, la tenue luz que alcanzaba a entrar a través de las cortinas rebotaba en su piel sudada y dibujaban la perfecta silueta de Bora echada de lado abrazando suavemente su cuerpo.
La general podía ser muy poco flexible con sus ideas, pero Siyeon sabía que lo estaba haciendo porque realmente creía que era lo mejor para todas y, aunque no compartía sus métodos, no le costaba mucho entenderla.
Ya había pasado un año entero, pero la general aún no podía recuperarse de lo duro que le había golpeado aquel incidente. No había vuelto a ser la misma desde el asunto de los Sahara, y ninguna de las rojas lo era, a decir verdad.
⸻ ☾ ⸻
Un año atrás:
Esa mañana, todo había pasado demasiado rápido. Como escuadrón de Elite, no era realmente tarea de ellas encargarse de disturbios menores como aquel, sin embargo, ellas jamás se habían limitado a cumplir su deber solamente en las peores situaciones, era algo que habían pactado al momento de crearse el grupo: ellas estarían siempre para defender a los civiles independientemente de si se trataba de un simple asalto o un gran atentado.
Una explosión sonó en las cercanías y los grupos que se estaban enfrentando huyeron despavoridos, el suelo bajo sus pies tembló por un corto período de tiempo y el resplandor característico del fuego a lo lejos las alertó.
Las seis chicas se miraron unas a otras, sorprendidas por el estruendo.
—¡¿Qué esperan?!— gritó la general Minji y todas corrieron hacia el lugar del desastre. Decenas de personas huían en dirección contraria entre gritos y llantos mientras que otras salían a la puerta de sus casas intentando captar un poco de lo que estaba sucediendo.
A solo unas cuantas calles de ahí, el cúmulo de personas se hacía más tupído, las Rojas se abrieron camino entre ellos hasta tener una visión más clara de lo que estaba sucediendo.
El humo negro y el polvo de los escombros comenzaban a invadir el aire del lugar haciendo que respirar se volviera difícil.
—No... —se lamentó Handong cubriendo su boca con su mano.
—¡Malditos hijos de perra! —gritó fuera de sí Gahyeon y corrió hacia el edificio.
Se trataba de una pequeña escuela. El fuego se escapaba, furioso, por las ventanas y gritos de pánico venían desde el interior, estaban en pleno horario escolar, todos debían estar dentro cuando la explosión desató el incendio.
Las Rojas se pusieron en marcha rápidamente. Bora, siguiendo las órdenes de su general, corrió por ayuda mientras que el resto intentaba desesperadamente ingresar al edificio en llamas, pero las puertas estaban cerradas desde dentro.
Handong tuvo que alejarse del grupo para intentar calmar un poco a la multitud que gritaba desesperada alrededor del lugar, podía entenderlo, su corazón se estrujaba con fuerza cada vez que tenía que empujar fuera a alguna mujer que, entre llantos, le decía que sus niños estaban dentro, pronto Minji llegó para intentar, inútilmente, mantener el orden.
Las ventanas comenzaban a reventar por el calor y los gritos desesperados rogaban por ayuda mientras las chicas pateaban la puerta principal intentando, en vano, que esta cediera.
Los vecinos del lugar no tardaron en llegar con agua para ayudar aunque, para el nivel del incendio, todo era insuficiente. Los minutos seguían pasando y una sirena comenzó a escucharse en la lejanía. Minji suspiró con su garganta palpitante cuando reconoció que la ayuda estaba cerca, sin embargo, no tenía demasiadas esperanzas de que aquello saliera mínimamente bien.
Siyeon seguía golpeando la puerta desesperada aunque esta no hacía más que un amago por ceder. Un fuertr grito salió de su garganta, no podía más con la frustración, debía hacer algo. Pensó solo un segundo antes de rodear el edificio, analizó cada centímetro de muro buscando alguna entrada alternativa hasta que apareció en frente de sus ojos como un rayo de esperanza. No era más que un pequeño tragaluz cerca de la puerta trasera pero serviría para entrar.
Trepó hasta él con la ayuda de un cesto de basura y forzosamente logró colarse en el interior. Saltó a través de la pequeña ventana y se golpeó fuertemente contra el piso caliente, su cuerpo dolió cuando su pecho impactó pero se levantó y miró a sus espaldas, sus ojos ardieron por el humo y el calor del fuego pero no demoró en reaccionar. Se apoyó en la puerta y maldijo a todos los dioses cuando se percató de que lo que la bloqueaba era una maldita maraña de gruesas cadenas. No podría abrirla, no importaba lo mucho que lo intentara.
El fuego, que ya se había extendido, iluminaba su rostro y el humo casi no le permitía respirar. Tosió un poco y corrió, desesperada, por el pasillo en llamas dejándose guiar por los gritos de los niños y profesores que rogaban por ayuda, pasó delante de puertas y puertas, cada una igual de sellada que la anterior, maldijo una y mil veces más.
Las vigas de madera ardiendo le bloqueaban el paso hacia las aulas donde parecía estar toda la gente.
Se detuvo en frente del camino bloqueado y algunas lágrimas comenzaron abajar por sus mejillas, no era el humo, era la impotencia, se suponía que debía ayudar no quemarse con ellos.
En su cabeza, un insoportable pitido comenzaba a agobiarla, presionaba en sus tímpanos y no la dejaba pensar con claridad. Gritó para aliviar su tensión —es el fin— repetía una y otra vez en su mente.
Residuos del techo en llamas cayeron sobre su cuerpo, su uniforme se deshizo sobre su piel y gritó, se permitió temer, temió no salir de ahí y sintió culpa por no haber logrado nada.
Como pudo, volvió sobre sus pasos, el humo cada vez le dejaba ver menos y la falta de oxígeno la estaban mareando, pero pronto su andar se hizo más lento, cada paso parecía una secuencia en cámara lenta del anterior y sintió sus rodillas debilitarse, los gritos se fueron apagando poco a poco en sus oídos y, cuando creyó que perdería la consciencia, se vio de nuevo frente a la puerta trasera y el angosto tragaluz por el que había entrado. Intentó subir con las últimas fuerzas que le quedaban, pero el estruendo de otra explosión mucho más cerca la aturdió, un pitido agudo sonó en sus oídos y de pronto todo fue negro.
Lo siguiente que recordaba era haberse despertado en un hospital cuatro días después de fuego. Cuatro días en los que Bora no se había despegado de ella en ningún momento.
—Casi te pierdo. —le había susurrado la chica cuando la vio despertar por primera vez.
⸻ ☾ ⸻
Siyeon estiró su brazo, alcanzó el vaso y bebió el contenido aguado. Su mente no dejaba de pensar en SuA, en lo diferente que era ahora. Había ciertas noches en las pretendía estar dormida y la atrapaba viendo al techo fijamente, en silencio. Cada vez que la veía de esa manera su corazón se rompía en mil pedazos. Cientos de veces había tratado de persuadirla para que abandone el ejército, le aseguraba que nada cambiaría, pero su respuesta siempre era la misma: "nos iremos juntas con honores..."
—... O frías y tiesas—completó en un susurro para ella misma.
Se giro y abrazó con fuerza a su amada. Ya había pensado demasiado, era hora de dormir.

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Rojo (JiYoo)
FanfictionKim Yoohyeon, ex miembro del peligroso Sahara , cumple su condena en prisión luego de haberse entregado. Un destello de esperanza resurge en ella cuando recibe una interesante propuesta: recuperaría su libertad solo si acepta trabajar codo a codo j...