💀Capítulo 1. No eres tú

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Carmilla Di Rosaria acababa de enterrar un cuerpo

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Carmilla Di Rosaria acababa de enterrar un cuerpo.

Le habría gustado que no fuera en el sentido más literal y morboso, pero, por desgracia, así era.

Hace seis meses que la vampira había sido degradada al puesto de limpiadora. Cada vez que se cometían los asesinatos mal denominados «cacerías», le tocaba la molesta tarea de erradicar todo rastro; incluyendo los cuerpos, por supuesto.

Desafortunadamente, aquella noche estaba demasiado bien arreglada y ataviada como para considerar ensuciarse las manos, así que recurrió al truco más viejo del manual e hipnotizó a un humano despistado que pasaba por allí para que se encargara del cadáver.

El muerto era una Anomalía Prohibida, una mezcla de licántropo y bruja. Aunque no era peligrosa, el Salvador había ordenado la aniquilación de todas las Prohibidas. Según sus palabras, las Anomalías Prohibidas útiles debían estar bajo su control, y las inútiles debían cesar de existir. Como cazadores de Anomalías, su tarea era deshacerse de ellas de la manera más discreta posible para no levantar sospechas. Por lo tanto, la Anomalía yacía con el cuello roto, algo que con facilidad podía encubrirse como un aparatoso accidente.

—Excava más rápido —ordenó al humano hipnotizado. Llevaron el cuerpo a un terreno baldío y, aprovechando las altas horas de la noche y la oscuridad, lo enterraron allí.

El humano cavó con frenesí, empapado en sudor. Carmilla lo observó con una mezcla de asco y fastidio, suspirando con agobio cuando recibió un mensaje:

«Bar Temerary. No tardes».

No necesitaba ver el nombre del contacto para saber que era Nicte, la escueta bruja cuyos mensajes no podían ser más crípticos. Por suerte, Carmilla sabía que se refería a la ubicación de un licántropo con demasiada información sobre El Salvador y sus cazadores de Anomalías, vendiendo dicha información a cualquiera, ya fuera para capturarlos o asesinarlos. No era más que un maldito estorbo.

Exhaló, cerró los ojos por un momento y se tomó un segundo para apartar el hastío de su mente. Luego se volvió hacia el humano, que acababa de arrojar el cadáver envuelto en una bolsa de basura a la fosa recién cavada y la cubría con tierra. Carmilla se acercó a él, lo miró a los ojos y ordenó:

—Termina en dos minutos, olvida las últimas dos horas y vete a casa.

El humano reanudó su tarea con celeridad y, una vez terminada, Carmilla se aseguró de que se marchara antes de tomar su propio rumbo. Pidió un taxi y se dirigió a una avenida repleta de bares y restaurantes nocturnos. No pudo evitar pensar en Core, en Plague, en esa vida que fue breve, pero que disfrutó más de lo que se atrevía a admitir.

Caminó por la acera con la frente en alto, expresión imperturbable y las manos en los bolsillos de su gabardina carmesí, sintiendo las miradas descaradas de los humanos tambaleantes que salían de los bares. Si no tuviera un encargo, los habría hipnotizado para que cayeran de cara contra el pavimento, fracturándose la nariz... o incluso el cráneo.

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