💀Capítulo 31. No te engañes

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—Aquí está, mi Salvador —anunció Carmilla

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—Aquí está, mi Salvador —anunció Carmilla.

La vampira traía a Viktor aferrado del brazo, jalándolo de un lado al otro como si se tratara de un perro, no, un prisionero, pero eso era exactamente lo que era.

«No por mucho». Pensó Viktor, con la esperanza de que su plan funcionara y el cuarzo de sangre sí llegara a manos del detective Solekosminus. «Demuestra que tan bueno eres, detective».

El Salvador... Matthias, se hallaba en un cuarto vacío de la catedral, pero este estaba repleto de espejos. Espejos manchados, espejos rotos, espejos borrosos por la suciedad en su superficie. Se veía a sí mismo en uno de estos y llevaba puesta la máscara, pero Viktor supuso que estaba viéndolos a través del reflejo.

—Vete, Carmilla —ordenó, su voz era grave y su tono frío. No era una sugerencia ni por asomo.

Carmilla entornó los ojos y se aferró a Viktor con más fuerza. El vampiro solo pudo mirarla con desagrado. ¿Ahora qué le pasaba?

—Esperaba que pudiéramos hablar sobre mi recompensa —dijo entonces—. Usted dijo que nunca rompe sus promesas, yo ya cumplí con mi parte y...

—¿Qué acabo de decir, Carmilla? —inquirió El Salvador, Viktor no podía verlo de otra manera cuando llevaba esa máscara en la cara, cuando hablaba así.

Carmilla se tensó, ahora enterrando las uñas en la piel de Viktor. Este último arrebató el brazo, haciéndola entrar en razón.

—Dijo que me fuera —respondió por lo bajo.

—Obedece —insistió el Salvador, dándose la vuelta para ver a la vampira. Levantó la mano derecha y la señaló con su dedo índice—. ¿O quieres marcharte por las malas?

Carmilla negó con la cabeza, dando un paso hacia atrás. Viktor jamás la había visto tan... asustada. Lo más cercano que estuvo a presenciar tales emociones en ella, fue cuando él estuvo a punto de convertirse en Nosferatu.

—Me iré, mi Salvador —concluyó ella y salió del cuarto. Se aferró a la manija de la puerta con más fuerza de la necesaria y la azotó a sus espaldas sin cuidado alguno. Incluso los espejos temblaron.

Viktor notó que la vampira seguía al otro lado de la puerta, pues podía ver su sombra debajo de esta. Frunció el ceño, extrañado. Tal vez estaba reconsiderando volver a entrar y confrontar a su jefe, aunque, de ser así, terminó por arrepentirse, puesto que la sombra desapareció como un borrón y sin dejar rastro.

—Viktor —llamó la voz del otro hombre en la habitación.

Viktor ni siquiera quería voltear a verlo. No quería encontrarse con esa horrenda máscara y mucho menos con quien se escondía debajo de esta.

«Soy Matthias». Esas dos palabras se repetían de manera incesante en sus oídos.

Matthias debió percibir su renuencia, puesto que fue él quien se acercó con pasos pausados. Las pesadas suelas de las botas negras que llevaba resonaron en el suelo de piedra. Viktor aún así se rehusó a levantar el rostro.

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