💀Capítulo 22. No lo rompas

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El Salvador sintió una perturbación en el ambiente, su ambiente

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El Salvador sintió una perturbación en el ambiente, su ambiente. Lo recorrió como un poco placentero escalofrío, lo sintió en cada fracción de sus huesos y hasta penetrar la médula. Odiaba estas sensaciones, puesto que nunca venían acompañadas de algo bueno, por el contrario, eran un mal presagio, un mal augurio y una terrible señal.

Emitió una larga exhalación que salió en forma de vaho a través los filtros de su máscara. Se puso de pie y le dio la espalda al vampiro que tenía colgado en la cruz; todavía le parecía increíble su capacidad de regeneración aunque continuaba desangrándolo hasta morir. Revivir y morir, morir y revivir, qué experiencia más increíblemente impura, pero tan familiar.

Se encaminó hacia su guarida, su escondite personal justo debajo del altar de la catedral. Había un ataúd en medio de la cámara oculta, un ataúd hecho de madera y reforzado con hierro que en su interior resguardaba al vampiro más poderoso, a su jefe, al gran amo de todos los de su especie... El Padre Común. Desvío la mirada hacia arriba y vio como la sangre del vampiro continuaba goteando sobre aquel ataúd, filtrándose a través de un pequeño tubo. Aquella era la fuente de alimentación de su amo, al menos hasta que llevara a cabo su plan y lo moviera a las catacumbas subterráneas de la Catedral.

El Salvador cerró la puerta a sus espaldas con un grueso candado oxidado, el cual funcionaba con una llave y un hechizo para sellarlo. Aventó la llave a una mesa repleta de papeles desperdigados y una serie de utensilios quirúrgicos. Se aproximó hacia uno de sus libreros, cuyas repisas tenían desde descuidados libros mal empastados, hasta frascos que contenían partes de extrañas Anomalías. Sin embargo, lo que le interesaba ahora, era el empolvado tocadiscos arrumbado en una de las repisas de hasta abajo.

Sacó el anticuado artilugio y lo colocó sobre la mesa, tirando al suelo todas las cosas que tenía en la superficie. Tomó uno de los discos, limpiando el polvo con sus guantes y, cuando estaba por colocarlo, escuchó un chillido sobre él.

En el techo colgaban jaulas con pequeñas Anomalías mal mutadas, experimentos fallidos que conservaba por pura morbosidad. Una de estas tenía el aspecto de un murciélago humanoide, era repugnante. Señaló dicha monstruosidad con su mano derecha y, al tensar los dedos, esta explotó, salpicando sangre negra y viseras dentro de su jaula y un poco en el suelo.

El Salvador volvió su atención hacia el tocadiscos y reprodujo la música. Tras un poco de ruido blanco, comenzó a sonar una suave melodía de violín que instantáneamente se deshizo de toda mala sensación que lo aquejaba antes.

Sabía que dicha sensación provenía de su conexión con su Anomalía 55, con su especial Dorian Welsh. La Anomalía en cuestión había recuperado sus memorias, un hilo menos para el titiritero.

«¿Qué es lo que me queda sino es el completo control?» Pensó.

Aquello lo enfurecía, la mera idea de perder el control hacía su sangre hervir, hacía todo más difícil, un reto. Pero pasando la furia, venía la noción, tal vez el auto engaño de que esto era una señal o algo profetizado.

—Y cuando menos lo esperaban, el hijo pródigo retornó —musitó para sí mismo al mismo tiempo que desabrochaba los botones y cinturones que mantenían la máscara sobre su cabeza, previniendo que se cayera de alguna manera.

Con la bella música de fondo, se aproximó hacia un espejo roto y manchado por el pasar de los años. Se detuvo frente a este y se quitó dicha máscara, viendo el rostro debajo y apreciando lo poco que quedaba de este.

—Pronto regresaré también. —Colocó su mano sobre el reflejo de su rostro en el espejo—. Te lo juro.

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