Sentirse vivo era algo que Dorian nunca pensó experimentar. Daba tan por sentada la sensación de vivir, de respirar, de sentir y simplemente de ser, que cuando se le fue arrebatada, no pudo más que pensar en lo efímera y patética que podía ser una vida. Ahora que lo pensaba, daba demasiado por sentado.
Cuando Carmilla lo apuñaló, sus últimos pensamientos fueron una combinación entre: «Mierda» y «¿por qué?» Su cabeza, en esos últimos cortos instantes de vida, fue incapaz de concebir qué estaba sucediendo y, sobre todo, por qué estaba ocurriendo. En ningún momento sintió dolor, pero lo que sí sintió antes de soltar su último aliento, fue arrepentimiento y una abrumadora tristeza porque jamás volvería a ver a su familia, a sus amigos... A Viktor.
Después de eso, vino la oscuridad, aquella misma que te abraza por las noches cuando cierras los ojos, solo que esta no tenía la intención de soltarlo. Perdió la noción del tiempo, lo que pudieron ser horas se sintieron como segundos y viceversa. Ya nada tenía valor en la muerte... Hasta que lo arrastraron fuera de esta.
Resurgió, de repente estaba vivo otra vez, solo eso sabía. No tenía nombre, no tenía pasado, solo tenía una vaga idea de lo que era y de que existía por alguna razón. El Salvador sacó provecho de esto, de esa amnesia tan corrosiva, y lo convirtió en su marioneta, su juguete, su rata de laboratorio, la horrorosa Anomalía número 55; misma que cometió decenas de atrocidades.
«¿A cuántos lastimé?» Se preguntó a sí mismo. «¿A cuántos... maté?».
—Dorian. —Llamó Viktor y le dio un apretón en la mano. Extrañaba el frío tacto del vampiro y ahora mismo, con los nervios a flor de piel, incluso lo agradecía.
Dorian volvió a enfocarse, todavía se encontraba sentado en el sofá del departamento de Roderick, todos los observaban y discutían entre ellos, incluso su padre y Emma estaban al teléfono escuchando y viendo todo. Se limitaba a responder sus preguntas con una desalmada y fingida sonrisa en el rostro que al parecer era suficiente para aplacar sus más superficiales preocupaciones.
—¿Te sientes bien? —preguntó su padre. Se le veía feliz, incluso había derramado lágrimas de alegría al verlo a través de la video llamada, pero también se le notaba más demacrado y cansado, ¿acaso eso también lo provocó él?
«No seas idiota, no es tu culpa que te hayan... matado». Pensó.
—¿Dorian? —Llamó la voz de Emma ante su silencio, ella también se veía más delgada, más grande. Nunca pensó que perder a alguien pudiese llevar a tales extremos.
Desapareció cualquier tensión que pudiese percibirse en su expresión o cuerpo, y volvió a mostrar esa leve sonrisa en sus labios mientras asentía con lentitud.
—Estoy bien —aseguro, ¿de verdad lo estaba? Claro que no—. Solo estoy cansado.
—Sí, suele suceder cuando se adentran a tu mente, Dori —replicó la bruja, Blair, quien se hallaba sentada en el suelo con una expresión aburrida. Continuaba hablándole como si se conocieran desde hace años y fuesen viejos amigos—. Ahora, ¿quién tiene hambre?
Lazarus Solekosminus, el detective vampiro, la ignoró por completo y en su lugar miró a Dorian a través de sus gafas de cristales tintados de rojo.
—¿Dónde está la guarida del Salvador?
—Wow, tú de verdad no desperdicias ni un instante —señaló Elay, quien sostenía en su mano el teléfono con la videollamada de Emma y su padre.
Roderick le dio un discreto codazo.
—¿Por qué siempre has de molestar a los monstruos? —siseó.
—No me hables de provocar monstruos cuando tú tienes una novia licántropo —refutó.
—¡Hey! —exclamó Ludmila, apareciendo detrás de Roderick.
—Silencio —ordenó Lazarus con firmeza. Ninguno se atrevió a pronunciar palabra—. No me interesa si Welsh acaba de regresar de entre los muertos o de los confines de su propia muerte, tengo un trato con Zalatoris, ya cumplí mi parte, ahora falta la suya.
Viktor, quien se hallaba sentado junto a Dorian, lo rodeó instintivamente con un brazo, apretando su hombro.
—¿No puedes esperar ni un minuto? —inquirió, molesto.
—Ya esperé el tiempo suficiente.
Blair lo miró con una sonrisa burlona.
—Apuesto que sí, Solekosminus —recalcó su nombre con dureza.
Dorian se sentía tan extraviado. Conocía a estas personas, convivió con ellas cuando no tenía memorias, pero todo se sentía tan ajeno, él mismo se sentía extraño, como si estuviese en un sueño o en una constante disociación.
—Dorian. —Volvió a llamar Viktor y, al volverse hacia él, se halló con su rostro, le aliviaba que este no había cambiado ni una ápice, seguía siendo exactamente el mismo, con esos preciosos ojos guinda, esos rasgos finos en donde sus expresiones faciales se marcaban con facilidad y ese sedoso cabello rubio platinado. Agradeció más que nunca que fuese un vampiro.
—¿Qué? —contestó en voz baja, colocando una mano sobre la pierna de Viktor, anclándose a su frágil realidad a través de ese simple contacto.
Viktor pareció percatarse y tomó su mano, entrelazando sus dedos mientras le dedicaba una sonrisa serena.
—¿Sabes dónde está la guarida del Salvador? —indagó.
Dorian entornó los ojos, sintiendo una punzada en la cabeza ante la mención. Sabía que la guarida existía, sabía cómo era, pero no tenía idea de la locación, simplemente no podía recordarla. Habían jugado tanto con sus memorias y su mente, que ya llegaba incluso a preocuparle que le provocaran alguna especie de daño cerebral.
«Estúpido Salvador». Pensó brevemente, sintiéndose un poco más como sí mismo.
—Recuerdo la guarida, pero no sé dónde está —respondió.
Su padre se alarmó ante esto.
—¿Puede tener daño cerebral? —cuestionó, igual de fatalista y paranoico que su hijo, no cabía duda que estaban emparentados.
Blair se echó a reír, golpeando el suelo de madera con una mano.
—¡Por supuesto que podría! —exclamó, espantándolos—. No pongan esas caras de cachorros castigados, claro que es una posibilidad que una mente tan frágil como la humana acabe con secuelas.
—¿Tiene secuelas? —preguntó Emma antes que nadie.
—Lamentablemente, no —respondió la bruja con desinterés—. O al menos no perceptibles.
Todos soltaron la tensión en sus cuerpos, incluso Viktor disminuyó la fuerza de su agarre sobre la mano de Dorian.
—Era una catedral roja, ¿no? —preguntó Viktor a Dorian—. Eso fue lo único que yo vi.
Dorian asintió.
—Sí, una catedral en ruinas, tenía vitrales rojos, por eso era de ese color. Incluso la llamábamos así, La Catedral Roja —explicó, recordando el tiempo que pasó ahí con Carmilla, Nicte y El Salvador.
Sobre todo se preguntaba por las primeras dos, la vampira y la bruja que fueron sus compañeras, tal vez lo más cercano a una amistad y un lazo afectivo que tuvo en esos meses de amnesia. Nicte era tan bizarra como cualquier otra bruja, pero recordaba algunas conversaciones que tuvieron en donde se sintió a gusto en su compañía. Con Carmilla era más complicado, sentía que a ella le pesaba su presencia y, aunque aquel entonces no tenía idea de la razón, ahora sí; sentía culpa, culpa por haberlo matado y revivido en una vida completamente diferente. Sobre compensaba dicha culpa con un extraño instinto protector hacia él.
—Una catedral en ruinas con vitrales rojos —repitió Lazarus, más para sí que nada, y se quitó las gafas de la cara—. Lo investigaré.
Viktor lo miró a los ojos y asintió con firmeza. Tal vez era una simple afirmación o incluso un silencioso agradecimiento por haberlo ayudado a recuperar a Dorian. Lazarus no correspondió, solo se dio la media vuelta y salió del departamento seguido de Blair, quien tenía una extraña fijación con fastidiarlo.
Elay entonces bostezó.
—Deberíamos ir a dormir —dijo y miró el celular en donde estaban el padre de Dorian y Emma—. Tal vez allá sea temprano por la mañana, pero aquí es de madrugada. —Miró a Dorian de soslayo—. Además, a aquel parece que lo atropelló un camión.
Dorian rodó los ojos, aunque un bufido también escapó de entre sus labios.
—Tienes razón —concedió el padre de Dorian—. Allá deben ser las cinco de la mañana.
—Cinco con quince —corrigió Roderick.
—Deberían dormir —continuó Roland—. En especial tú, Dorian.
Dorian miró a su padre y asintió, pasando una mano por su cabello. Lo tenía más largo.
—Sí, deberíamos —concordó y luego miró hacia abajo con nerviosismo—. Oye, papá...
—No necesitas decir nada ahora mismo —interrumpió él—. Mucho menos se te ocurra disculparte.
—¿Ibas a disculparte? —intervino Emma—. ¿Por qué?
Dorian no sabía qué contestar, pero por suerte, Viktor apareció a su lado con una de sus confiadas sonrisas.
—Mi querido Dorian es un culposo —respondió—. Tanto, que piensa disculparse por haber sido asesinado.
Dorian no pudo evitar reír por lo bajo mientras negaba con la cabeza.
—Si lo dices así, suena muy patético.
—Por no decir más —añadió Elay.
—No tienes que disculparte por absolutamente nada —aseguró su padre—. ¿Entendido?
Asintió, sintiendo un leve nudo en la garganta.
—Entendido.
Su padre le dedicó una sonrisa.
—Te amamos, lo sabes, ¿verdad?
—Yo también los amo —respondió, mirando a su papá y hermana, aliviado de saber que seguían ahí, que él seguía ahí y podría verlos de nuevo—. Los extrañé.
Tras despedirse con un afecto que pocas veces expresaba con su familia, colgaron la llamada y lo primero que hizo Elay, fue aventar el celular al sofá y estirar los brazos sobre su cabeza.
—Estoy agotada.
—¿Tú estás agotada? —inquirió Dorian, alzando una ceja—. Imagina que te maten y te usen como marioneta amnésica durante meses.
Elay se carcajeó y le dio una palmada en la espalda.
—Ya extrañaba ese lado tan fastidioso y sarcástico. —Lo rodeó con sus brazos—. Me alegra que ya estés de regreso. Completo esta vez.
Dorian la abrazó de regreso.
—A mí también me alegra —respondió y, cuando estaban por separarse, Roderick se les unió al abrazo, estrujándolos con fuerza.
—¿Saben cuántas veces soñé con nosotros tres juntos otra vez? —inquirió con la voz entrecortada—. Solo falta que Vampire Kiss vuelva al escenario y la fantasía será realidad.
—Un paso a la vez, Rod —comentó Elay.
—Bien, suficiente, es mi turno —intervino Viktor, tomando la mano de Dorian—. Todos sabemos que a mí es a quien más extrañó.
Se separaron del abrazo y Dorian se dejó llevar por Viktor, levantándose del sofá.
—Suenas demasiado seguro —señaló.
Viktor acarició su mano con el pulgar.
—¿Y no es cierto?
Dorian se limitó a encogerse de hombros para molestarlo. Viktor hizo un mohín.
—Pueden quedarse con la habitación de huéspedes —añadió Roderick—. Es pequeña, pero no creo que quieran tanto espacio entre ustedes, si saben a lo que me refiero.
—No necesitaba esas imágenes en mi cabeza, tarado —reprendió Elay.
Sus dos mejores amigos comenzaron a discutir entre ellos como recordaba y Dorian no pudo evitar sonreír. Los extrañaba tanto, extrañaba todo, pues apenas comenzaba a concebir las cosas que había perdido.
—Ven, vamos a un sitio donde podamos estar a solas —susurró Viktor a su oído y no pudo más que dejarse llevar por él. También lo extrañaba, maldita sea, lo anhelaba tanto que todo ese amor contenido, comenzaba a salir de sí. Quería tomar su mano, abrazarlo, besarlo, quería incluso sentir sus colmillos encajándose en su piel para darle su sangre.
Viktor lo llevó al cuarto de huéspedes y, tal y como dijo Roderick, sí era bastante pequeño; con una sola cama, una mesa de noche con una lámpara sin foco y una ventana abierta por donde se filtraba el aire frío.
—Espérame aquí, te prepararé algo de comer, debes tener hambre —señaló Viktor, dejándolo sentado en la cama.
Antes de que se fuera, Dorian tomó su mano y lo detuvo. El vampiro se volvió hacia él, extrañado.
—¿Está todo...?
—Gracias —interrumpió—. Gracias por no renunciar a mí.
Viktor le dedicó una sonrisa de adoración y se aproximó para darle un suave beso en la frente.
—Jamás renunciaría a ti —aseguró y se alejó hacia la puerta—. Descansa un poco. Volveré pronto.
En cuanto la puerta se cerró, Dorian se quitó los zapatos y se acostó boca arriba en la cama, solo entonces sintiendo el cansancio que invadía su cuerpo y un punzante dolor de cabeza. Cerró los ojos y pronto cayó en un plácido sueño.
Era tranquilo, o al menos eso pensaba cuando comenzaron las visiones y los gritos de pánico. Estaba en un club nocturno, se había subido al escenario y, en lugar de cantar, se inclinó hacia el micrófono y ordenó:
—Mueran.
Todo el público cayó al suelo de un recio golpe y comenzaron a retorcerse de dolor, aferrándose a sus cabezas mientras sangre salía de cada orificio de sus rostros. Pronto los alaridos se detuvieron y todos cayeron muertos. No había ni un ruido, hasta que...
—¡ASESINO!
Abrió los ojos de súbito, con la respiración descompuesta y el corazón latiendo a mil por hora. Por un momento no sabía dónde estaba, ¿en una cama? ¿Era su habitación? Se incorporó en el colchón y estaba por ponerse de pie cuando sintió unas manos posarse sobre sus hombros.
—Dorian, tranquilo, mírame. —Era la voz de Viktor.
Vio al vampiro a través de la oscuridad del cuarto, estaba arrodillado en la cama frente a él, tomando sus hombros y viéndolo a los ojos.
—Viktor... —susurró.
—Estoy aquí. —Acarició su mejilla con delicadeza—. ¿Sientes eso? Estoy aquí y tú estás aquí conmigo.
Dorian logró controlar su respiración y asintió lentamente, tocando la mano de Viktor en su mejilla.
—Lo siento, ya... ya estoy mejor —musitó, tembloroso—. Solo fue una pesadilla.
—¿Fue sobre El Salvador? —indagó Viktor, levantándose de la cama para ir hacia la mesa de noche y tomar el vaso de agua que le trajo junto con un emparedado.
—Sobre mí —respondió, agachando la cabeza—. Sobre lo que hice.
Viktor le tendió el vaso con agua y Dorian lo aceptó, bebiendo un generoso sorbo.
—No eras tú.
—Lo sé.
—Pero aún así sientes culpa.
Dorian asintió con la cabeza.
—Es inevitable —aseveró, encogiéndose sobre sí mismo ante el recuerdo—. Esas... esas Anomalías sufrieron, Viktor, yo las hice sufrir. Yo... Yo las maté. Sé que no era yo del todo, pero...
El pánico volvió a asentarse en su pecho y estaba seguro de que sufriría un ataque hasta que Viktor le quitó el vaso de las manos y lo estrechó entre sus brazos.
—No eras tú, Dorian —volvió a asegurar—. Nunca fuiste tú. Te costará aceptarlo, pero quiero que sepas que ninguno de nosotros, tus amigos, tu familia, o yo, te culpamos por ello.
Dorian apoyó la cabeza sobre su hombro.
—Gracias —susurró.
Viktor se aferró a su mentón y le levantó el rostro, viéndolo a los ojos antes de colocar un cigarro frente a estos.
—Para la ansiedad, ¿recuerdas?
Dorian sí lo recordaba, recordaba cuando le confesó a Viktor que fumaba cuando se sentía nervioso o muy ansioso y esto siempre lo calmaba.
—Me sorprende que tú lo recuerdes —bromeó.
—Recuerdo todo lo que me dices, Dori —aseguró y le colocó el cigarro entre los labios. Sacó un encendedor del bolsillo de su saco y al encenderlo, iluminó la oscuridad por un instante—. Pero no le digas a Lazarus que se lo robé.
Dorian tomó una calada y la dejó salir. También extrañaba ese amargo, pero particular sabor del tabaco.
—Todavía necesitas una presa —dijo entonces—. Te vi hace un rato con sangre en los colmillos.
—Tienes razón, pero ahora no es momento para eso. —Viktor meneó la cabeza y tomó el cigarro de los labios de Dorian, dándole una calada a pesar de lo terrible que le sabía siendo vampiro. Dejó salir el humo—. Solo me importa que tú estés bien, lo demás puede esperar.
—Y a mí me importa que tú estés bien. —Dorian dio una última calada y luego dejó el cigarro dentro del vaso de agua sin darle mucha importancia.—Se egoísta por una vez.
—Sabes que soy incapaz de serlo. —Se volvió hacia Viktor y bajó el cuello de su propia camisa—. Así que hazlo, muérdeme.
Viktor se tornó boquiabierto, pero hubo una pequeña dilatación en sus pupilas.
—No quiero lastimarte, Dorian.
—No lo harás. —Tomó su mano, entrelazando sus dedos—. Muérdeme, Viktor, por favor.
Viktor, viendo a Dorian a los ojos y luego desviándose hacia su cuello, cerró la distancia entre ambos, colocó una mano en su nuca, e inclinó la cabeza. Rozó sus colmillos contra la piel de Dorian, provocándole un escalofrío... y lo mordió. Bebió su sangre lentamente, solo un poco, la suficiente para saborear su característica dulzura, para sentir cómo se creaba una conexión entre ambos.
Dorian lo apartó y tomó un poco de la sangre fresca que escurría de la herida en su cuello y la embarró en sus labios. Rodeó el cuello de Viktor con sus brazos y acercó sus rostros, pegando sus frentes, sintiendo sus cálidas respiraciones contra el rostro del otro.
—Márcame como tu presa, Viktor —susurró.
Viktor lo tomó por la cintura y, presa de su instinto, unió sus labios con los de Dorian, saboreando la sangre y realizando un pequeño corte en estos para que salieran más gotas de aquella exquisitez. Dorian no sentía dolor alguno, solo placer, una sensación vigorizante de la que solo quería más y más.
Viktor lo empujó contra la cama. Dorian quedó tendido sobre su espalda, besando al vampiro mientras este último comenzaba a desabrochar su camisa para quitársela. Dorian se lo permitió, enredando los dedos en su cabellera rubia platinada, sintiendo cada cabello con sus yemas y cada centímetro de los labios de Viktor con los propios.
Continuaron besándose hasta que Dorian lo detuvo, aferrándose a sus mejilla y separando sus rostros tan solo unos milímetros. Miró al vampiro a los ojos, viendo como el guinda de sus iris iluminaba su cara, sintiendo la conexión recién formada entre presa y vampiro.
Acarició su mejilla con sus pulgares y Viktor lo imitó. Dorian lo atrajo hacia él y pegó sus frente, cerrando los párpados para susurrar:
—Te amo, Viktor.
Viktor, alimentándose del amor que Dorian escogía darle, mostró una leve sonrisa y lo besó en los labios con delicadeza.
—Y yo te amo a ti, Dorian.Amo estos interludios felices, sobre todo porque ya sé lo que se aproxima... 😈
¡Muchísimas gracias por leer! 💛
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Vampire Anomaly
VampireLIBRO 2 DE VAMPIRE KISS ¿Cómo puedes recuperar lo que no sabes que está perdido? Seis meses después de los eventos de Vampire Kiss, Dorian Welsh ha perdido todas las memorias de su pasado y se encuentra atrapado a merced del Salvador, un misterioso...