💀Capítulo 19. No lo añores

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La añoranza no es buena porque te distrae del presente inmediato

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La añoranza no es buena porque te distrae del presente inmediato.

Esta era otra de las mil mentiras que Carmilla Di Rosaria se repetía cada día para enfrentar una cruenta realidad: su propia soledad.

Aunque la vampira no siempre estuvo sola, en realidad, hubo un tiempo en donde vivía su realidad soñada, aquella que muchos buscaban obtener, pero se pierden en la travesía y el inalcanzable anhelo hasta acabar con las manos vacías y un gran arrepentimiento.

Ese tiempo fue hace más de ciento cincuenta años, cuando no era un monstruo semi inmortal chupasangre que tuviese que alimentarse de amor humano para sobrevivir. En ese tiempo, ella era la humana, ella era la posible presa, pero incluso eso era imposible, puesto que, en aquel entonces, ella ya estaba enamorada de alguien, de su esposo, Jerome Brown.

Se casaron muy jóvenes y tenían una acogedora casita en la campiña donde tuvieron a su primera y única hija, su querida Amelia. No eran ricos, ni estaban exentos de los problemas más mundanos, pero eran felices, llenaban las carencias con júbilo y espantaban las desgracias con amor, verdadero amor.

Pero todo aquello se terminó cuando ella enfermó, un virus grave y contagioso que la forzó a alejarse de los suyos por miedo a infectarlos. La última vez que vio a su esposo fue cuando la despertó de una pesadilla por la fiebre y le dijo:

«Tranquila, estoy aquí».

La última vez que vio a su hija, esta última lloraba mientras veía como se llevaban a su mamá para aislarla, rogando que no se fuera, que no los abandonara. Carmilla, en ese entonces Isabella, le prometió que volvería.

No pudo cumplir esa promesa.

En sus delirios a horas de la muerte, Rhapsody se presentó frente a ella como un ángel oscuro, no, más bien una especie de parca que no ofrecía la muerte, sino algo parecido, pero más cruel. Carmilla aceptó ser transformada en vampira, pensando que aquello le permitiría volver a ver a su familia.

Qué gran decepción.

Ahora aquí estaba, tantos años después persiguiendo todavía su sueño inalcanzable, revivir lo que ya había pasado y estaba muerto. Era demasiado necia, Viktor siempre se lo decía.

—Hey, Isabella —llamó Nicte.

Estaban en la carretera de camino a Londres para abordar el tren a Nueva York, puesto que la bruja apenas pudo encontrar un resquicio del paradero de Dorian y, por ende, de Viktor también.

«¿Para qué quiere a Viktor?» Se preguntó, haciendo de su mano un puño con tan solo pensarlo. Esto no era parte del trato, ¿por qué tenía que renunciar a su mejor amigo también? A veces pensaba que no valía la pena, pero entonces...

—¡Isabella! —exclamó la bruja, interrumpiéndola.

La vampira exhaló y se volvió hacia ella de súbito.

—¡¿Qué?! —inquirió, exasperada.

—Te digo que no falta tanto para llegar —repitió Nicte, mostrando una sonrisa burlona por haberla sacado de sus casillas—. ¿Acaso la vampira se levantó con el pie izquierdo?

—Cállate y sigue conduciendo. —Le dio la espalda para ver por la ventana. No había más que campos y campos desiertos.

—Tranquilízate, ¿quieres? —pidió Nicte—. Estoy aquí.

Carmilla sintió un bizarro déjà vu y se volvió hacia la bruja.

—¿Estabas leyendo mis pensamientos otra vez? —cuestionó ente dientes.

—Un buen truco, ¿no te parece? —Bufó—. Tus barreras mentales son un mal chiste.

—Bruja de pacotilla.

Vampire AnomalyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora