💀Capítulo 26. No la arrebates

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—Encontré una Banshee

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—Encontré una Banshee.

Oír esas tres palabras salir de los labios de Lugosi, hizo que Emma dejara de lado todo lo que estaba haciendo y se volviera hacia el vampiro con la expresión de un hombre sediento hallando un oasis en el desierto.

—¿De verdad? —Se apresuró a cuestionar.

Estaba sentada en la barra de la cocina de su casa, con una laptop frente a ella para buscar cualquier cosa respecto a espíritus y la Sociedad Ulterior. Llevaba días investigando y, aunque había encontrado cierta cantidad de información útil, nunca nada fue tan bueno como la noticia que acababa de darle su vampiro protector.

Lugosi, recargado contra el marco de la puerta de la cocina, asintió y peinó su cabello de puntas teñidas de azul hacia atrás.

—A que soy genial, ¿eh?

Emma se carcajeó y de inmediato se puso de pie.

—Más que genial, eres confiable —replicó—. ¿Dónde está la Banshee?

Lugosi enarcó una ceja.

—¿Implicas que antes no era confiable? —inquirió.

—A decir verdad, no. Eres demasiado narcisista.

—¡Oye!

—Pero mi opinión ha cambiado —puntualizó Emma y le dio una palmada en el hombro—. Ahora no solo eres confiable, sino también te considero un amigo. Claro, tal vez tú no me veas de la misma forma, pero-

—¿Un amigo? —acotó el vampiro.

—Sí —respondió Emma, dudosa—. ¿Tiene algo de malo?

Lugosi hizo un breve mohín y luego suspiró.

—No, nada de malo —aseguró y se apartó del marco de la puerta, estirando los brazos sobre su cabeza—. ¿Quieres saber dónde está la Banshee?

—No. —Emma mostró una sonrisa de satisfacción—. Quiero que me lleves a dónde está la Banshee.

Lugosi imitó su sonrisa, pero con mayor amplitud y mostrando sus afilados colmillos.

—Me gusta como piensas, Anómala.

La Banshee en cuestión se encontraba en un pueblo llamado Sailen a tres horas de Core, este sitio era conocido por sus leyendas urbanas acerca de brujería y rituales satánicos, las personas supersticiosas no habitaban ahí y la única iglesia tampoco era frecuentada por nadie. En resumen, era el tipo de sitio que a Emma jamás la dejarían visitar sola, mucho menos en compañía de un vampiro con fama de irreverente, sin embargo, estaba rompiendo los moldes.

Antes de partir, le escribió una breve nota a su padre y la dejó pegada en la puerta de la casa para que la viera en cuanto regresara:

«Salí de Core para buscar algo importante. Estoy bien y regresaré pronto».

La nota era de lo más ambigua, de seguro su padre entraría en pánico en cuanto la leyera, pero Emma tenía que hacer esto. Al inicio lo hacía para ayudar a su hermano, pero ahora se volvió algo más egoísta, una búsqueda por respuestas sobre sí misma, una explicación a la desaparición de su madre. Simplemente una justificación para su existencia.

—Lo siento, papá —musitó al releer la nota y sacó el celular de su bolsillo, apagándolo para no recibir las cientos de llamadas que de seguro le haría en un par de horas cuando él regresara de trabajar.

Escuchó la bocina de un coche a sus espaldas y se giró con hastío. Lugosi la esperaba dentro de un carro, un típico Honda Civic color rojo que juraba haber visto en el estacionamiento de una casa a una cuadra de la suya.

Se subió al asiento del pasajero, escudriñando el automóvil que además apestaba a esos aromatizantes con fragancia a pinos del bosque y esas ridiculeces.

—No creo que quiera saber cómo conseguiste este coche —comentó, poniéndose el cinturón de seguridad.

Lugosi esbozó una sonrisa maliciosa.

—No llenes tu cabeza de preocupaciones, Anómala, es solo un préstamo —aseveró el vampiro, acicalándose en el espejo retrovisor.

Emma frunció el ceño.

—¿Anómala?

—Es lo que eres, ¿no?

Emma miró su casa a través de la ventana una última vez, y exhaló.

—Sí, es lo que somos —respondió en voz baja.

Antes de ponerse en marcha, Lugosi encendió la radio y la puso a todo volumen en una estación de rock pesado. Emma estaba segura de que se trataba de Rammstein por las líricas alemanas incomprensibles. El vampiro puso el coche en directo y pisó el acelerador con fuerza.

Manejó escuchando música a volúmenes insanos durante todo el trayecto, golpeando el volante como si fuera una batería. Emma, en cambio, solo se limitaba a recargar la frente contra la ventana. Al inicio se atrevería a decir que era entretenido ver a Lugosi murmurando las letras y fingir que tocaba la batería mientras manejaba como un maldito bárbaro, pero ahora era insufrible. Todas las canciones ya le sonaban iguales y le estaba fastidiando las bruscas vueltas y frenones que daba.

—Manejas horrible —espetó, toda su tolerancia ya estaba gastada.

—¡¿Qué dices?! —gritó Lugosi a través de la música.

Emma bajó el volumen, sintiendo un instantáneo alivio, pero también escuchando un pitido en los oídos por los remanentes del sonido.

—¡Qué manejas horrible! —repitió.

—¿Por qué bajaste el volumen? —inquirió Lugosi, a punto de subirlo de nuevo cuando Emma le dio una palmada en la mano—. ¡Oye!

—¡Mira allá! —señaló Emma.

Había un desgastado letrero que indicaba que el pueblo de Sailen se encontraba tomando una bifurcación a la derecha. Lugosi, comprendiendo al último instante, dio un brusco volantazo y se metió por el camino correcto.

—Buen ojo, Anómala —halagó.

Emma, quien apenas se recuperaba de su horrenda maniobra, lo fulminó con la mirada.

—Te lo dije, manejas de la mierda.

Arribaron al pueblo de Sailen diez minutos después. Lugosi estacionó el coche en la única y pequeña tienda de conveniencia del lugar, y ambos se bajaron, estirando el cuerpo tras el largo viaje.

Emma tomó una bocanada de aire. Hacía mucho más frío aquí que en Core.

—Finalmente —exhaló.

—La Banshee se encuentra en la iglesia —indicó Lugosi, nuevamente apreciando su reflejo en uno de los espejos retrovisores—. Mierda, me veo terrible.

—No noto la diferencia —señaló Emma con intenciones de fastidiarlo. Lugosi le levantó el dedo de en medio y ella solo sonrió de manera burlona—. Así que una iglesia, ¿huh? Muy anticlimático tomando en cuenta que es una mitad fantasma.

—Las de su tipo encuentran refugio en la religión —explicó Lugosi, comenzando a caminar por la calles pobremente pavimentadas—. Les gusta creer que habrá un paraíso esperándolas cuando trasciendan.

—Probablemente yo también escogería creer en eso para no asustarme —musitó Emma y le siguió el paso.

Lugosi la guió a través del pueblo. Era como una pequeña y anticuada ciudadela; casi todas sus construcciones estaban hechas de una piedra musgosa y madera, y algunos caminos estaban pavimentados y otros solo eran de tierra. Había pocos locales, casi todos muy pequeños y de productos locales que eran atendidos por personas mayores y de aspectos lúgubres.

«Tal vez son brujas y brujos». Pensó Emma, manteniéndose cerca de Lugosi por si acaso.

Anduvieron a lo largo de un camino de grava y tierra, rodeado por arbustos sobre crecidos y flores silvestres floreciendo en este. Al final del sendero, se hallaba la iglesia, hecha de la misma piedra musgosa y derruida. A primera vista parecía una ruina abandonada cualquiera, pero al verla con detenimiento, notabas la cruz en la punta y unas figuras bíblicas talladas en las grandes puertas de madera.

—¿Está abierto? —preguntó Emma a Lugosi.

El vampiro intentó abrir las puertas de las manijas, pero estas no dieron de sí. Chasqueó la lengua y tiró con más fuerza, rompiendo el seguro.

—Ahora lo está —dijo con un notable orgullo en su voz.

El interior de la iglesia era ominoso; estaba demasiado oscuro y polvoriento, casi abandonado de no ser por la única vela encendida cerca del altar y la persona que se hallaba arrodillada frente a esta. No había nadie más.

—¿Será...? —comenzó Emma, pero fue interrumpida cuando Lugosi se encaminó hacia la persona.

—¡Oye! —llamó sin tacto alguno—. ¿Tú eres Serafina?

Emma amplió los ojos y se apresuró hacia él.

—¿Eres idiota? —siseó—. No puedes ir y...

—¿Quién pregunta? —la acotó la voz de la mujer arrodillada frente al altar. Traía una capucha gris sobre la cabeza y no podían ver ni un milímetro de su rostro.

—Entonces sí eres tú. —Lugosi se mostró satisfecho con su respuesta.

Emma rodó los ojos y decidió tomar el control de la situación, dando un paso hacia delante.

—Mi nombre es Emma Welsh y él es Eriante Lugosi —introdujo—. Estoy buscando a una Banshee.

—¿Por qué buscarías a tal criatura? —interrogó la mujer, su voz sonaba distante y suave, siempre con la misma monotonía.

Emma tragó saliva, nerviosa. ¿Por qué se sentía tan tensa?

—Porque yo... Yo soy hija de una Banshee —respondió, vacilante.

—Imposible.

—Soy una Anomalía, una mitad humana y Banshee —insistió.

La mujer, intrigada, volvió la cabeza tan solo un poco, dejándoles ver el perfil de su rostro. Tenía la piel demasiado pálida y una nariz recta.

—¿Quién era tu madre, muchacha? —cuestionó.

Emma, armándose de valor, se rehusó a responder de inmediato a la pregunta.

—Primero tú dime si eres Serafina, la Banshee de este pueblo —condicionó.

La mujer permaneció en silencio y Emma juró que la ignoraría y volvería a sus rezos, pero en su lugar, se puso de pie con lentitud y se volvió hacia ellos con el rostro gacho. Se detuvo a unos pasos de Emma, y Lugosi, alerta, colocó un brazo entre ambas.

—Sí, soy una Banshee —confesó la mujer y se removió la capucha, revelando un rostro demacrado casi gris, unos cabellos plateados igualmente y unos descoloridos ojos áureos—. Y sí, soy Serafina.

Emma, sorprendida, pero a la vez feliz, apenas pudo contener la sonrisa que se formó en sus labios.

—De verdad lo eres —musitó.

—Ahora tú responde mi pregunta —insistió Serafina—. ¿Quién es tu madre?

—Su nombre es Ciara Doyle —contestó.

Serafina entornó los ojos.

—¿Estás segura? —inquirió.

Emma la miró con desconfianza.

—¿Por qué no habría de estarlo?

—Porque te ahorrarías el dolor de saber que Ciara Doyle está muerta.

Emma sintió que el suelo se derrumbaba bajo sus pies y que las extremidades de su cuerpo se desconectaban. Un zumbido ahogó todos los demás ruidos y sus ojos ya no parecían enfocar nada.

«¿Muerta?» Repitió en su cabeza. «Eso no puede ser».

—¿Emma? —llamó Lugosi, aferrándose a su hombro.

Emma frunció el entrecejo.

—¿Cómo sabes que está muerta? —interrogó a la Banshee.

—Porque no trascendió como todas las demás Banshees —contestó, tranquila—. Creemos que fue asesinada.

—¡¿Qué?!

Lugosi esta vez sí interfirió.

—¡¿Cómo diablos asesinas a una media muerta?!

—Precisamente, asesinando su parte media viva —explicó con simpleza—. Lo extraño de su sonado caso, es que no trascendió al ser asesinada, es como si su alma siguiera aquí. No está del todo muerta, pero definitivamente tampoco está viva.

Emma, sintiendo una desbordante rabia, una impotencia indescriptible, hizo de sus manos un par de apretados puños y tensó la mandíbula con fuerza.

—¿Quién fue? —indagó entre dientes—. ¿Quién la mató?

—No lo sabemos con exactitud, muchacha —respondió Serafina—, pero las malas lenguas aseguran que fue un monstruo del peor tipo... El Salvador.

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