💀Capítulo 3. No te he olvidado

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6 meses atrás

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6 meses atrás...

El corazón de Dorian se detuvo. Viktor, con el oído pegado contra su pecho, no escuchaba ni un solo latido, ni un mínimo eco en su caja torácica. Todo era un completo y perturbador silencio.

La sangre en sus manos se secaba, y la del suelo ya adquiría un tono oscuro. Viktor permanecía inmóvil, con los ojos bien abiertos y sin parpadear, fijando la mirada en un punto indeterminado.

«Lamento tanto arrebatarte el final feliz que te mereces». Las palabras de Carmilla resonaban en su mente. En ese momento, abrumado por sus emociones, no podía aceptar que su mejor amiga, la vampira que consideraba su familia, había asesinado a Dorian, su amor, su alma gemela. Pero las pruebas estaban allí: las últimas palabras de Carmilla, el sedante y su inexplicable desaparición.

Parpadeó una sola vez y, tembloroso, volvió su atención hacia Dorian. Sus ojos estaban cerrados y su piel cada vez más gris que blanca. Ese no era Dorian. Cuando lo aferraba, no se sentía como él. No podía ser él.

—Carmilla te hizo esto —musitó, apoyando su frente en la del helado que sostenía en sus brazos—. ¿No es así?

Más lágrimas se escaparon de sus ojos mientras se mecía, hasta que escuchó a lo lejos el sonido de la puerta de la casa abriéndose.

—¡Llegamos! —avisó Emma.

Viktor se tensó y levantó el rostro de súbito. Escuchó dos pares de pasos acercándose y se aferró con más fuerza al cuerpo de Dorian. Emma apareció primero en el marco de la puerta; la sonrisa en su rostro se desvaneció con lentitud al ver el cadáver de su hermano, la sangre y a Viktor. Se tambaleó hacia atrás, respirando de manera errática, demasiado espantada para reaccionar de otra manera.

—¿Emma? —preguntó el padre de Dorian, Roland Welsh. Se aproximó y, al ver el cuerpo de su hijo en brazos de Viktor, se aferró a su hija con consternación.

Se tornó tan pálido que parecía que iba a desmayarse allí mismo, y lo único que salió de sus labios fue un débil:

—¿Dorian?

(...)

Presente...

Viktor se paseaba de un lado al otro en la sala de interrogatorios, yendo de la mesa de acero inoxidable al muro de cemento, golpeando este último con ansiedad. ¿Qué diablos estaba haciendo Rhapsody?

Aunque en realidad solo esperó unos quince minutos, se sintieron como interminables horas. Finalmente, la gruesa puerta se abrió, revelando a un Verdugo que Viktor reconoció como el fastidioso Lugosi. Rhapsody apareció detrás de él.

—Espera afuera —ordenó ella.

Lugosi le dirigió a Viktor una breve mirada de extraña simpatía antes de asentir y salir, cerrando la puerta tras él.

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